Aron (APE).       Aron (APE)     Por Silvana Melo    (APe).- Cuando se reía ya se le podían espiar dos puntitas blancas asomando desde abajo, como retoñ...

Aron (APE).

 


 


 


Aron (APE)






 


 


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Por Silvana Melo   



(APe).- Cuando se reía ya se le podían espiar dos puntitas blancas asomando desde abajo, como retoños en esa tierra rosadita y feraz. A los siete meses, Aron Mateo ya cortaba los primeros dientes de leche. Acaso esa intrusión incipiente lo haría llorar esa mañana fueguina, en un Apart Hotel, cuando el destino se lo encontró de pronto presa de la feroz angustia que se siente a los siete meses cuando la vida en toda su fragilidad cuelga de unos brazos extraños. Cuando sólo se han vivido siete meses no se entiende la ausencia ni las manos enormes de la gente grande. Ni las caras enormes de la gente grande en estado de ira. Aron Mateo lloraba en fatal desconsuelo. Tal vez por el dolor de la mínima dentadura naciente. Tal vez por hambre o por gluglús en la panza. O simplemente porque quería a su mamá.

A los siete meses la vida se desarma como un cristalito contra el huracán de un dedo.

Luis Velázquez es diputado en la Legislatura del fin del mundo. Dirigente camionero –su propio hermano es el secretario general del gremio en el que manda Hugo Moyano-, su partido se llama Movimiento Obrero. El 6 de octubre de 2010, en el piso de arriba del Apart Hotel El Choconcito, oía llorar desconsoladamente a Aron Mateo Cano. Pamela se duchaba, en el piso de abajo. Dicen que se la oyó gritar “ya voy bebé, mamá está abajo”. Aron lloraba, sin parar. Tal vez por las encías mínimas por donde brotaban las dos puntitas blancas. Tal vez porque a los siete meses se siente terror de las personas extrañas. Luis Velázquez no toleraba ese reclamo desde la extrema fragilidad. “Luis, bajalo que ya salgo”, dicen que la oyeron decir a Pamela. Y que apenas minutos después se escuchó el grito: “qué le hiciste a mi bebé”. Aron estaba en los brazos de Velázquez, con la cabecita hacia atrás  y las manitos estiradas hacia delante. “Como desmayado”.

Sin poder conocer el mordisco a una manzana. Sin haber logrado abrazar el osito amarillo. Sin llegar a descubrir cómo se abre el cajón de las cucharas. Sin haber podido nunca arrastrar un camión rojo por la inmensidad de las lajas.

Aron murió en el Hospital de Ushuaia, con un “severo daño neurológico”. Tenía un coágulo en el cerebro.

Veláquez fue procesado por la Justicia por homicidio preterintencional. Es decir, querer castigar a alguien sin intención de matarlo. El bebé –deducen las pericias- habría muerto por un sacudón violento. El diputado quiso hacerlo callar.

Sobre su cabeza pesa un pedido de destitución que la Legislatura ha demorado a ritmo de desgano.

Pero además Velázquez era –hasta hace apenas días- el presidente de la Comisión de Minoridad y Familia de la Cámara de Diputados. El hombre que está procesado por el homicidio de un bebé de apenas siete meses encabeza la comisión que defiende los derechos de la infancia.





Cuando en abril la Justicia confirmó en segunda instancia su procesamiento, un solo bloque pidió la salida de la presidencia de Minoridad y Familia. La paradoja era tan brutal como perversa. En una reunión privada, todos sus co-comisionados menos uno lo ratificaron en el cargo.

El lobo podía seguir custodiando la suerte de los corderos.

Entre cinco y seis años de prisión –a las puertas de la excarcelación- podrían caerle a Velázquez si fuera condenado. La preterintencionalidad del homicidio del que se lo acusa también parece una triste ironía. A los siete meses la vida es apenas un cristalito. Que se desarma ante el huracán de un dedo. Las manos enormes de las personas grandes deberían intuirlo.

El legislador Manuel Raimbault (Encuentro Popular) aseguró que “uno de los problemas de inseguridad más importantes en Tierra del Fuego son los delitos por violencia familiar”. Y el encargado de canalizar legislaciones hacia la indefensión de las mujeres y los niños estaba imputado del asesinato de un bebé.

A pesar de los despliegues de fuerza del sindicato de camioneros en su defensa, Velázquez no pudo ante la presión. Y renunció a la presidencia de la Comisión de Minoridad y Familia con el dramatismo de quien resigna un imperio. Aunque siga ocupando su banca con la frescura de un cordero que esconde al lobo en las entrañas.

Las pericias se acercan a algunas conclusiones: la lesión que acabó en un instante con el fueguito recién encendido que era Arón, “pudo haberse producido por un sacudón muy fuerte que le causó daño cerebral. A este daño se lo conoce como síndrome del bebé sacudido y se refiere al rebote que registra el cerebro, de adelante hacia atrás y viceversa dentro de la cavidad craneana, lesionándose o destruyéndose el tejido cerebral”.

Las instituciones suelen desquiciarse en su arbitrariedad. Luis Del Valle Velázquez continuará cobrando 21.300 pesos como legislador, pagados puntual y religiosamente por los fueguinos. Por todos. Los que lo protegen. Y los que aman a los niños.

Y mientras sus pares intentan sostenerlo en el pináculo de la representación popular, Aron sigue y seguirá llorando, profunda, interminablemente, para que nadie lo olvide. Para que se oiga, para siempre, hasta en el último horizonte del fin del mundo.

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