Por Alexandra Nariño
Actualmente hay una tendencia mundial, por parte del sistema dominante, de categorizar a los movimientos insurgentes como redes criminales de negocios, quitándoles su esencia revolucionaria. Una cosa es utilizar esta imagen nefasta para el trabajo mediático y propagandístico, para hacerle creer a la opinión pública que tal movimiento insurgente "perdió su norte político hace tiempos", o "se convirtió en un movimiento corrupto con ánimo de lucro"; otra cosa es cuando el mismo Estado empieza a convencerse de ello y a basar su estrategia de negociación en esta tesis equivocada, lo cual trae muchas consecuencias desastrosas, siendo una de ellas la popular idea de que se pueden cooptar rebeldes con incentivos económicos. De este tema trata un estudio publicado recientemente por David Brenner (1), llamado "Cenizas de la Cooptación: desde la Fragmentación de Grupos Armados hasta la reconstrucción de la insurgencia popular en Myanmar" (2).
Birmania, o Myanmar (3), país del sudeste asiático con 60 millones de habitantes y con una superficie de 678.500 kilómetros cuadrados, ha vivido en un estado permanente de guerra civil entre diversos grupos étnicos y el Gobierno, desde su independencia de Reino Unido en 1948. Las minorías étnicas, como los Shan, los Lahu y los Karen que constituyen aproximadamente 35% de la población, piden cierto grado de autonomía y representación en el Gobierno y en la economía del país.
En el 2012, uno de los conflicto más nombrados se estaba desarrollando en Kachin, un Estado en el norte de Birmania. Allí opera el Ejército Kachin para la Independencia (KIA), creado en 1961, 3 años antes de la fundación de las FARC - EP, con el propósito de obtener la autonomía de los Kachin, un grupo étnico de la región. En los años ' 90, esta guerrilla pactó un cese al fuego bilateral con el Gobierno, que fue roto por las fuerzas gubernamentales quienes lanzaron un ataque contra el KIA en el 2011. Se desató el conflicto otra vez, y solo desde 2011 se han producido 100.000 desplazados internos y la muerte de miles de personas.
Hasta aquí la información general, volvamos ahora con la investigación del señor David Brenner. En el artículo, él describe cómo el Gobierno birmano diseñó su estrategia para llegar a un cese al fuego sobre la base de darles incentivos económicos a los insurgentes. Brenner plantea que esta estrategia de convertir a los jefes insurgentes en hombres de negocios y así cooptarlos, sin atender sus demandas políticas y sociales, ha fracasado.
La idea de cooptar a la insurgencia comprando a los insurgentes se basa en la visión de que las insurgencias surgen por motivaciones económicas que son definidas como “avaricia”; es decir, en vez de percibir la lucha insurgente como una lucha colectiva contra un sistema económico, es entendido más bien como una lucha basada en ambiciones y motivaciones individuales. Este enfoque ha sido planteado por Paul Collier (4), pero ha sido refutado por estudios cuantitativos más recientes, que demuestran que son las reivindicaciones económicas, políticas y sociales las que siguen motivando la existencia de las diferentes insurgencias hoy día en el mundo.
La realidad de Kachin es una demostración en la práctica de lo equivocado que está la teoría de Collier, y nos muestra también la importancia de aprender de este enfoque contrainsurgente erróneo y limitado. ¿Qué fué lo que pasó?
El Gobierno birmano utilizó como herramienta principal para conseguir el cese al fuego del KIA, los beneficios y oportunidades económicos para sus líderes, ofreciéndoles proyectos en la región. La economía, una vez pactado el cese al fuego, empezó a prosperar. Entraron empresas chinas a explotar las reservas de oro, revivió la minería de jade y la explotación de madera.
Al principio, esto tuvo efectos beneficiosos sobre la zona que se le había asignado al KIO (Organización para la Independencia de Kachin, de la cual forma parte el KIA) para que administrara. Se montó una estructura administrativa eficiente, con departamentos de salud, educación, agricultura y asuntos de mujeres. La guerrilla construyó escuelas, hospitales, infraestructura; formó enfermeros, profesores.
Pero también tuvo como consecuencia que muchos líderes del KIO se corrompieran; empezaron a favorecer a sus familias, comprar casas y tierras en abundancia y asociarse con sus enemigos de antaño. Sus intereses económicos individuales llevaron a conflictos internos y, en últimas, a la fragmentación de la dirección.
Al mismo tiempo, en medio del cese al fuego que había, el KIO ya no podía proteger a la población civil de los abusos de las tropas oficiales, quienes extorsionaban, expropiaban y desplazaban a la gente. El KIO quedó en medio de la población civil y el Gobierno, tratando de no romper el cese al fuego y al mismo tiempo mantener las relaciones de confianza con la población, pero la falta de protección y la participación del KIO en las industrias extractivas destructivas hizo que la gente fuera perdiendo la fe en la insurgencia.
Hasta aquí uno podría pensar que la estrategia gubernamental aplicada a los líderes del movimiento insurgente había sido exitoso, ya que el KIO se encontraba debilitado, fragmentado y desprestigiado. Sin embargo, en el 2011, cuando tropas del Gobierno atacaron unidades del KIA, pasó algo que nadie esperaba…
El KIO respondió con una fuerza militar, una disciplina organizativa y un apoyo popular que sorprendieron al mundo. Mientras la vieja guardia se había ocupado de los negocios, inicialmente las deserciones de la base aumentaron y la moral bajó. “Sencillamente ya no encontrábamos por qué pelear”, dijo un soldado del KIA con quien habló el autor del estudio en abril del 2014. Pero luego surgió un nuevo liderazgo dentro de sus filas, una nueva generación de cuadros, liderado por Brig Gun Maw, quienes empezaron a construir alianzas estratégicas con las dos iglesias más grandes de la región, ayudando de esta forma a recuperar la legitimidad con las comunidades. Así mismo, comenzaron a reclutar jóvenes de forma masiva, para lo cual crearon “Educación y Desarrollo Económico para la Juventud”: el departamento juvenil del movimiento, que ha logrado incorporar cientos de estudiantes universitarios y de colegios. En el 2007 fundaron una escuela de cuadros y en este momento tienen aproximadamente 10.000 combatientes bien equipados y bien formados en lo político, lo militar y lo ideológico.
El conflicto revivió en Kachin. La principal lección, según el académico David Brenner, es que los incentivos económicos no satisfacen las reivindicaciones políticas. Si no se atienden las legítimas demandas políticas, económicas y sociales de un movimiento insurgente, es muy probable que la violencia -temprano o tarde- resurja, incluso con mayor fuerza.
NOTAS:
(1) Candidato a Doctor en Relaciones Internacionales en el London School of Economics and Political Science, especializado en el estudio de Conflictos y Paz.
(2) Brenner, David (2015): Ashes of co-optation: from armed group fragmentation to the rebuilding of popular insurgency in Mayanmar, Conflict, Security & Devlopment, DOI: 10.1080/14678802.2015.1071974
(3) El nombre tradicional en castellano es Birmania. El Diccionario panhispánico de dudas (2005) de la Real Academia Española especifica que: Aunque la denominación oficial de este país asiático ha adoptado la forma vernácula Myanmar, sigue siendo mayoritario y preferible en español el uso del topónimo tradicional Birmania, al menos en los textos de carácter no oficial. En estos últimos se recomienda recordar la denominación tradicional, junto con el nuevo nombre oficial. El gentilicio es birmano, que deriva del nombre tradicional y designa también la etnia mayoritaria de este país, así como su lengua oficial: "El Gobierno birmano dice que no tiene planes de liberar a la líder opositora".
(4) Collier, P. and A. Hoeffler, 1998. ‘On Economic Causes of Civil War’. Oxford Economic Papers 50(4), 563–573.
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