Tragar sapos (Delegación de Paz FARC - EP) Por Edgar Piedrahita Es de uso común en Colombia la frase: “la política es el arte de tragar sapos”. Pretende ésta, demostrar las dificult...

Tragar sapos (Delegación de Paz FARC - EP)

Sapos

Por Edgar Piedrahita

Es de uso común en Colombia la frase: “la política es el arte de tragar sapos”. Pretende ésta, demostrar las dificultades que entraña dicho ejercicio, pues nunca se puede hacer política en el plano del simple deseo, sino siempre atado a contingencias y sinsabores ajenos al gusto del individuo o del colectivo político. Sapo es, también en Colombia, el delator, el informante o quien traiciona a sus amigos.

Viene a colación lo anterior a propósito de un artículo de reciente aparición en el portal Pacifista, firmado por la periodista Lina Tono. En él, palabras más palabras menos, se relatan las aventuras del biólogo John Douglas Lynch, especialista en anfibios, quien descubriera en 1985 una especie endémica de sapo a la que bautizara como Atelopus farci.

Los motivos, muy personales, que llevaron al biólogo a brindarle dicho nombre científico a la especie en cuestión, son eso: motivos personales. Lo que queda claro en el artículo de Tono es que las relaciones de Lynch con las FARC - EP durante su prolongado ejercicio investigativo son diversas: desde guerrilleros que le ayudaban como guías en su búsqueda de especies hasta infortunadas e innecesarias retenciones, pero nunca pasaron por la simpatía o la colaboración.

Lo anterior vale dejarlo en claro, pues el bautizo del Atelopus farci le habría significado al profesor una amarga polémica. La comunidad zoológica nacional habría manifestado su inconformidad con el nombre del animalito, toda vez que el apellido del sapo correspondía a un presunto grupo terrorista y ofendía profundamente a las víctimas de las FARC.

Vale señalar que la ciencia ha establecido criterios para el “bautizo” de las especies animales y vegetales, así como de las bacterias y virus. La taxonomía establece las normas de los nombres y apellidos que se le brindan a los nuevos descubrimientos, siguiendo la estructura de la clasificación de Linneo. Bajo este modelo, el descubridor puede proponer el nombre de su descubrimiento.

De esta manera, organizaciones, personalidades, localidades y hasta manifestaciones culturales pueden ser inmortalizadas en las nuevas especies. Sin ir más lejos, el mismo profesor Lynch “apellidó” a dos anfibios boyacenses jorgevelosai y carranguerorum, en homenaje a Jorge Velosa y a la música andina del oriente colombiano. Así mismo, recientes descubrimientos entomológicos homenajean a deportistas destacados de nuestro país: un escarabajo del Meta, Oxyelitrum nairoi, al ciclista Nairo Quintana; y una araña saltadora, Maeota ibargueni, a la atleta Catherine Ibargüen.

Celebridades internacionales no han escapado al mundo de la taxonomía. Así, por ejemplo, míticos cantantes de rock como Mick Jagger de los Rolling Stones y Freddie Mercury de Queen han sido ya inmortalizados -el uno en el trilobites Aegrotocatellus jaggeri, el otro en el crustáceo Cirolana mercuryi-. Otros casos rozan el absurdo: el cangrejo australiano Albunea groeningi nos recuerda a Matt Groening, el creador de Los Simpsons, y un hongo de Oceanía -el Spongiforma squarepantsii- deriva su apellido de su parecido con el personaje infantil Bob Esponja.

Los “bautizos” de corte político son, obviamente, los de mayor polémica. Así, a vuelo de pájaro, encontramos el Agathidium bushi, un escarabajo que nos refiere a la saga familiar conservadora de los Bush, de amarga recordación en Oriente Medio; y a un liquen -el Caloplaca obamae- que celebra al actual presidente de los EE. UU. El caso más polémico quizá resulte ser el de un escarabajo ciego de Europa Oriental, descubierto por un científico alemán en 1936 y bautizado como Anophtalmus hitleri en homenaje a Adolph Hitler. La ceguera física del insecto y la ceguera militar del dictador en la caída del Reich, constituyen una metáfora política sin precedentes.

Volviendo al asunto del sapo fariano, el Atelopus farci, el debate sobre su nombre y el papel del profesor Lynch, denota no solo la extrema polarización de un país en guerra, sino el inmenso atraso que arrastramos en materia científica y de conservación ambiental. El hecho de que un investigador, con recursos limitados y en condiciones dificultosas, logre descubrir especies desconocidas hasta el momento y que además recalque el hecho de que dichas especies se encuentran en peligro, debería ser motivo de alegría para la nación y no causal de señalamientos y estigmas.

En ese sentido, que el debate sobre la obra de Lynch sea el nombre que le pone a sus sapos y no la dificultad para hacer ciencia en Colombia, es un signo más de nuestra miseria como país. Y no solo eso, sino también una clara señal de la falta de sentido del humor que impera en él: el “sapito de la discordia” pertenece al género Atelopus -es decir, los sapos arlequines- y a la familia Bufonidae, -literalmente, los sapos bufones-. O sea, que el sapo de las FARC, además de sapo -es decir, delator, según la jerga colombiana-, resultó ser un payaso. Así, acusar de simpatías comunistas a Lynch resulta un despropósito considerable. Si mucho podría ser enjuiciado por su desmedido sarcasmo científico.

No sobra destacar que la familia Atelopus es, como las FARC - EP, bien colombiana. No solo porque la mayoría de sus integrantes habitan nuestro país, estando casi al borde de la desaparición física, sino porque el farci no es el único con nombre criollo. Primos del sapo fariano son el Atelopus quimbaya, el Atelopus guitarraensis -endémico del Sumapaz-, el Atelopus monohernandezii -en homenaje a Jorge Hernández Camacho, reconocido zoólogo bogotano-, el Atelopus pastuso, el Atelopus muisca, el Atelopus sonsonensis, el Atelopus chocoensis y, cómo no, el homenaje al profesor Lynch: el Atelopus lynchi.

El “sapito de la discordia” nos abre la puerta a una discusión mayor: hasta qué punto está preparada la sociedad colombiana en su conjunto para “tragarse los sapos” de un eventual Acuerdo Final. Una alusión a las FARC no puede convertirse en airadas protestas científicas ni tender mantos de duda sobre académicos. En este punto tenemos plena coincidencia con el columnista Jorge Iván Cuervo -quien quizá se encuentra en nuestras antípodas ideológicas- cuando señala en El Espectador: “La polarización del país se refleja en el clima de opinión. O se es uribista o anti uribista; o anti santista o santista enmermelado; o petrista o anti petrista mafio–analista; facho o mamerto; animalista o asesino de animales, o pro causa igualitaria o un retrógrado. No hay punto medio, no hay ideas ni debate por fuera de las etiquetas. (...)

Desescalar dicen, palabreja que no existe, pero que denota la necesidad de bajarle al lenguaje agresivo, de reconocer en la contradicción dialéctica a un interlocutor legítimo, a debatir ideas con respeto, a no lanzar acusaciones ad hominem sugiriendo temas personales como fundamento de un argumento.

No es fácil dar ese salto cultural. El extremismo es cómodo porque no hay que argumentar ni demostrar lo que se dice. Alzar la voz y etiquetar se convierte en el recurso preferido para quien no tiene buenos argumentos.

No sé, el posconflicto sería algo como eso, poder debatir sin insultarnos ni agredirnos, claro, ni matarnos.”

Por lo pronto, los guerrilleros y guerrilleras de las FARC - EP nos manifestamos en solidaridad con el profesor John Douglas Lynch y en contra de la estigmatización de su nombre. Y hacemos votos porque nuestro sapito, como todos sus primos Atelopus, sea protegido y salvado de la extinción.

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