Por Alfredo Grande
(APE) .-Hace varios años, aunque quizá sería mejor decir hace algunas décadas, leí un informe del Banco Mundial. Reconozco que no le dí mucha credibilidad, porque era del Banco Mundial. Pero alguna le dí, y lo comenté bastante. Lo recordé en una clase hace pocos días. Decía el informe, palabras menos, palabras más, que el lugar más peligroso para una mujer era su propia casa. El informe se refería a Latinoamérica, y quizá por eso no lo acredité en su dimensión de verdad. Muchos años después, el concepto cultural de femicidio permitió su tipificación como delito. A mi criterio, no es un gran avance. El cambio en las palabras no implica necesariamente el cambio en las cosas. Y como agravante, casi siempre el cambio en las palabras encubre el no cambio en las cosas.
La cultura de la propiedad privada de los medios de producción, eso que llaman capitalismo, tiene como su extremo límite más siniestro el femicidio. La mujer considerada como medio de producción de hijos y de placer es usada, abusada, explotada y destruída por su propietario. Las diferentes formas del patriarca, desde el pater familia hasta el empresario de emoción violenta. Y todo el rascacielos de impunidades construída para justificar y por ende, indultar, los crímenes de lesa sexualidad.
El mandato del enamoramiento, la búsqueda alucinatoria de un príncipe azul, el delirio sistematizado del “hogar, dulce hogar”, han dejado indefensas y anestésicas a miles de mujeres que son martirizadas en esa forma de “trata” legal que llaman matrimonio. Veremos si los cambios en el código civil en relación al matrimonio tienen su correlato en la materialidad vincular de las parejas. Las leyes , incluso las que propician, muchas veces son secundarias a los usos, costumbres y mandatos del formato cultural de una época. La cultura represora arma un escenario para que siempre podamos escribir las crónicas de tantas muertes anunciadas, pero necesita siempre tener una hipótesis que intenta dar cuenta de las causales de la catástrofe.
La condena automática de los “medios” es la cínica forma de indultar a los orígenes y a los destinos. Nadie piensa de donde vienen las cosas y hacia donde están dirigidas. En otras palabras: quien escribió la carta y para quien está destinada. La derecha sólo piensa en el cartero que debe entregarla y que por eso siempre llama dos veces.
Los “medios” son eso: medios. Por supuesto que nada tienen de neutralidad. Tienen una definida posición de clase que ojalá la tuvieran los proletarios del mundo. Pero atacar a los medios no es igual que combatir a los intereses políticos y económicos que sostienen esos medios. Y mucho menos, combatir las políticas de sometimiento y control social que esos intereses necesitan para anestesiar y corromper a las masas. Por eso centrar la lucha en los medios termina y empieza siendo reaccionaria, porque ya sabemos que muerto el perro no se acabó la rabia. Y la rabia reaccionaria siempre encontrará nuevos medios hasta que se pueda subvertir la matriz represora de la cultura.
La tradicional propiedad de la familia también era la propiedad de los deseos de los hijos. La sexualidad de niñas, niños, púberes, adolescentes y adultos jóvenes siempre ha estado rigurosamente controlada. El Pater entregaba a su hija a otro hombre, forma nada simbólica de asegurar el control absoluto sobre los placeres de la mujer. Controlada la mujer esposa madre por el corralito del hogar conyugal, el otro frente era saber siempre donde está su hija/hijo ahora. La sexualidad de los niños y niñas fue siempre ignorada, y por eso Sigmund Freud fue expulsado de la sociedad de médicos de Viena. Pero ignorar o abominar de la sexualidad de los niños, no impedía la sexualidad con los niños.
La propiedad privada sobre los cuerpos infantiles siempre estuvo garantizada, para maltratarlos, abusarlos, y casi siempre, ambas cosas que no son lo mismo pero son igual. Frente a los frecuentes casos de pedofilia en sus diferentes variantes, la ola conservadora y redentora ha decretado que son los “medios” los responsables de esos desvaríos. Y el nombre actual de la bestia es “redes sociales”. Los modernos torquemadas inventan seducciones vía redes para seducir a púberes y adolescentes y luego entregarlas a los castigos y humillaciones de sus padres. Los modernos cruzados de las virginidades tardías se transforman en censores patéticos de un orden de castidad que ya no pueden controlar. Porque lo que denomino sexualidad represora (prostitución, abuso sexual, violación, trata) está sostenida no solamente por intereses comerciales, sino por la sexualidad reprimida. La amputación de los cuerpos y de las mentes que osaran asomarse al paraíso del placer carnal serán expulsados para siempre del Edén conservador y reaccionario.
Recordemos que lo que para la izquierda es un problema, para la derecha es una solución. El tema no es si la niña, púber o adolescente es seducida en las redes sociales. El tema es que la sexualidad de esa niña, púber o adolescente no puede ser satisfecha ni ejercida ni mostrada. Desde el tabú y por lo tanto castigo de la masturbación, hasta el tabú y por lo tanto el castigo de las relaciones llamadas promiscuas, hasta el tabú y por lo tanto el castigo del zapping sexual que algunos llaman adulterio o infidelidad. Aunque no sea causal de divorcio, no deja de ser causal de tremendos despelotes en el seno de la familia, la tradición y por ende, la propiedad. Cuidar no es prohibir. Cuidar no es controlar. El verdadero cuidado es subvertir la culpa asociada al placer. La hipocresía, aliada necesaria de la miseria sexual de las masas, impide que estos temas se hablen como Freud manda.
Hasta el propio psicoanálisis fue contaminado por la moralina pacata cuando establecía rígidos criterios sobre lo perverso o definía a la homosexualidad como una enfermedad. La tradicional propiedad de la familia es también sobre los cuerpos deseantes. Las redes sociales son redes de pescadores que pescan en las aguas contaminadas de las formas aggiornadas de la represión sexual. Culpar sólo a los medios, o sea a las redes sociales, es la complicidad de las almas bellas. La cosificación de los cuerpos no es solamente su exhibición para los placeres mundanos. También se los cosifica cuando se los oculta y martiriza en la impunidad legal y legítima de la familia.
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