Por el Lic. Julio C. Gambina
Las inundaciones y su consecuencia en familias evacuadas trae nuevamente a la discusión el modelo productivo, ya sea por la situación derivada del cambio climático a escala global, o por efecto directo de las características de la producción en el sector primario en la Argentina.
Con la ampliación de la frontera agrícola, especialmente sojera y transgénica aparecen variadas consecuencias.
Una es la expansión económica expresada en las cuentas nacionales como incremento del Producto Bruto Interno (PBI). El crecimiento es algo que se lee como positivo, y termina siendo un fetiche, como si cualquier crecimiento fuera para festejar, del mismo modo que se instala un clima de preocupación con el bajo crecimiento, la desaceleración o la baja del producto. Para nosotros, el problema es discutir qué tipo de producción es la que se necesita y para satisfacer que necesidades. Se puede crecer sobre la base de actividades no productivas, por ende innecesarias, como la producción de armas, drogas o la especulación financiera, y sin embargo, esas actividades y lo que suponen en circulación monetaria, medidas en la contabilidad nacional (en forma directa o indirecta) alimentan el fetiche del crecimiento.
Otra remite al uso del excedente generado por la actividad primaria, especialmente orientado en las inversiones en la construcción residencial y la especulación financiera, incluida la fuga de capitales; todo lo cual incide en las cuentas nacionales y la evolución de la economía, considerado como factor favorable. El resultado es una creciente urbanización no planificada que incorpora mayores problemas al modelo de desarrollo y a la política de población, radicación y orientación de la actividad productiva soberana. Surgen así barrios cerrados y grandes edificios que demandan inversiones públicas y agudizan los problemas de servicios, al tiempo que restan recursos fiscales a las necesarias obras de infraestructura rural. La urbanización en las condiciones del capitalismo en el país agiganta la fractura entre lo rural y lo urbano, con un Estado subordinado a la lógica del capital. Por eso no sorprende que ante la ausencia de las necesarias obras de infraestructura para aliviar y recuperar aguas, la solución del mercado apunta a canales aliviadores clandestinos, que resuelven la rentabilidad inmediata del inversor en desmedro del suelo, las aguas subterráneas y los cursos de agua que recogen en conjunto los tóxicos de la forma de producción privilegiada en el campo argentino.
Debemos adicionar que se trata de una producción para el mercado mundial, principalmente China, que ahora pone de manifiesto su crisis con la devaluación del yuan, su moneda nacional.
Ello impacta en el comercio exterior y por lo tanto a la Argentina, sea por compras o ventas. La devaluación del yuan hace más competitiva la producción china y puede generar dificultades para la producción local. Es creciente el déficit comercial de Argentina respecto de China, derivado de nuestras exportaciones primarias y de importaciones de bienes manufacturados en ese país. La dependencia comercial con China es grave, sea como gran comprador que induce al monocultivo de soja, como por el tipo de productos que China vende a la Argentina, contribuyendo a complicar el proceso industrial, agravando la recesión productiva que lleva ya casi dos años. La dependencia comercial se agrava con la dependencia tecnológica del paquete productivo en manos de las transnacionales de la alimentación y la biotecnología.
Los defensores del modelo productivo agrario y la siembra directa culpan a la política económica por la ausencia de inversiones en infraestructura y por no alentar en mayor medida la ampliación de la frontera agrícola sojera y sus derivados en materia de agro energía. Sostienen que hay posibilidad de estímulo a la producción de etanol, asociando soja y energía, sin discusión relativa a otros modelos productivos, por ejemplo sustentados en la concepción de la soberanía alimentaria y la agricultura familiar y comunitaria. Es más, sostienen que más que pensar en hidrocarburos no convencionales y la recreación de explotación para energía no renovable, caso del yacimiento de Vaca Muerta, la apuesta debiera asentarse en más producción agraria y energética derivada de la industrialización de la ruralidad, un concepto que asume la proyección del Plan Agro Alimentario 2020 formulado desde el gobierno. No se trata de hidrocarburos sí o no, de agro energía sí o no, sino de discutir energía para quién y qué modelo productivo y de país.
Son todos temas que merecen un gran debate y que pocos relacionan en la discusión política electoral en curso. Existe abundante crónica periodística de lamentación por las inundaciones y sus consecuencias sociales, e incluso uso política de la dramática situación, pero escasa vinculación del fenómeno con el modelo productivo. Del mismo modo que se analiza la situación en China como un problema externo, sin asociarlo a la situación de dependencia que Argentina viene desplegando con el gigante asiático, y no solo en materia comercial, sino y crecientemente con demanda de inversiones y préstamos provenientes de ese país.
Hay que discutir este modelo productivo, base del crecimiento de estos años, que asocia al país al ciclo de expansión regional por la explotación de comodities. Este modelo generó excedentes que sirvieron para la mayor concentración de las clases dominantes y también para la ampliación de la política social para frenar el conflicto y disputar consenso político. Esta vinculación de producción primaria con política social masiva permitió un ciclo de crecimiento económico en toda la región sudamericana con fuertes consensos políticos, que empiezan a deteriorarse al ritmo del impacto de la crisis mundial capitalista en nuestros países.
Las tendencias son de agravamiento de la crisis y con lo cual, la ecuación de expansión económica y de la política social puede encontrar límites y hacer crecer el conflicto social. Con matices, es lo que ocurre en la región y demanda la necesidad de la crítica de la política económica aplicada en estos países, y que el cambio político gestado desde el comienzo del Siglo XXI requiere de nuevos rumbos en materia de modelo productivo y de desarrollo. La retórica del neo-desarrollismo contra el neoliberalismo no es suficiente, por lo que se necesita ir contra la lógica del capitalismo, que en definitiva sostienen las concepciones neo-desarrollistas y claramente las neoliberales. La crisis capitalista mundial y su expresión en países emergentes, que parecían inmunes a los efectos de la crisis, recrean la necesidad de la crítica de la economía política, es decir, al orden capitalista y a las políticas, aun matizadas que pueblan la experiencia de los Estados nacionales para superar la crisis mundial.
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