Por Silvana Melo
Fotos: Carlos Brigo
(APe).- Es domingo, apareció el sol -medio confundido, después de tanta ausencia-, las aguas empezaron a replegarse, es día del niño para muchos y para tantos otros, la vuelta a casa. Un regreso raro porque es de a cientos, de a miles, en las cercanías de los ríos, en lo que sobra del espacio que ocupan los barrios privados, hacia lo que queda de una casa, sobre lo que queda de un patio, dentro de lo que queda de una habitación de niño sin niño, sin aquel tren a cuerda, sin el skate que se llevó la correntada, sin la netbook ni la pelota que tan fácilmente se va con cualquiera, dentro de un pasillo que ya no tiene ni escondite para llorar.
Es domingo y hay fiesta donde puede haber fiesta, pasaron los candidatos, las Paso, el agua enloquecida, brava, sin mínima piedad, pasó la corriente llevándose cocina, heladera, la mesa de roble heredada y con marcas de tanta vida, la ropa, los marcos con fotos, los sueños, la memoria.
Es el regreso a casa y en el día que dicen del niño hay un niño que falta en una casa asolada en Pilar. Se lo llevó el agua enfurecida del río.
Dicen que el boom inmobiliario desquició la marcha calma de tanta agua. Dicen que los capitales construyen barrios cerrados sobre los humedales. Dicen que el poder político legisla para ellos. O que les permite la ilegalidad. Dicen que los humedales son las esponjas naturales para que escurran los ríos en épocas de la lluvia. Y que los countries sobre los humedales cotizan más porque suman lagos a un paisaje seguro y paradisíaco. Pero a la gente ordinaria, la gente sola y en abandono, apenas le queda un pedazo de territorio para habitar, entre el río sin esponja y los countries amurallados.
Dicen que hoy la mitad del territorio continental de Tigre está en manos de barrios cerrados. Donde vive menos del 5% de la población.
Al niño de Pilar no se lo llevó el agua enfurecida del río. Se lo llevó el boom, el capitalismo, el lujo de los elegidos. Y los que dejan hacer y los que cierran los ojos y los que comparten intereses y los que gobiernan para quién y los oficialistas y los opositores y todos los que permitieron que se fuera la pelota que tan fácilmente se va con cualquiera y todos los que permitieron que se fuera el niño de once años que se llevó el agua enfurecida del río.
Dice la investigadora Patricia Pintos que "al asociar una urbanización cerrada, como los barrios privados, a un ambiente frágil como un humedal, les permite a ellos producir un formato de urbanización distinta, como la que se da en Nordelta, donde se asocian lagunas con las viviendas". La belleza es privativa de los privados, es elegida para los elegidos. Y se vuelve monstruosa para los pequeños. Para los de afuera. Para los otros. Cuando se rellenan los humedales, dice la investigadora, "lo que se hace es cambiar el patrón de escurrimiento del río, porque lo que se llaman valles mayores o planicies de inundación se ven alteradas y estos son los espacios por donde el río puede drenar el excedente hídrico en épocas de lluvia".
Hay una casa sin regreso y sin dueño en Quilmes. No quiso irse y a él y a las paredes los destruyó el agua. Y otra casa sin sol y sin retorno en Campana. Se resistió a dejarla y a él y a sus mínimos registros de propiedad privada los sepultó el agua.
Cada año en la época de las lluvias las noticias son las mismas. Las mismas esperanzas evacuadas. La misma angustia ante el abandono de lo propio. El mismo desconsuelo ante el regreso. Todos los años es la peor inundación en los treinta anteriores. Todos los años se pierde todo cuando se es gente ordinaria, anónima, al margen del boom inmobiliario y del boom sojero y del boom de otros, tan otros y ajenos.
En silencio se habla de los canales de riego clandestinos que desagotan su agua para engordar el río. En silencio de los desmontes cuantiosos para extender la frontera agraria, para ampliar las hectáreas de cultivo en 9 millones más, de las que 4 millones serán de soja, según el Plan Estratégico Agro Alimentario Industrial para el 2020. En silencio se habla de los humedales ocupados por barrios cerrados, enormes espacios vedados para la tanta gente que vive por fuera y que se inunda y el agua le lleva los retazos de vida que fue juntando en años. En tantos años.
El año pasado, ahí no más fue. Cuando ni la virgen pudo ayudar a desagotar el agua del río y el templo se le inundó hasta el manto. Decían que los humedales que ya no eran esponjas se habían vuelto tapones para que se irguieran los 229 proyectos inmobiliarios de la zona del Delta. Que es el segundo humedal más grande del continente.
Un año atrás, ahí no más, el Gobernador que puede ser Presidente detuvo la obra en un country por estas cosas. Un ratito la detuvo. Después, cuando bajó el agua, todo el mundo se olvidó. De la obra y del ministro de Desarrollo Social que había saludado la justicia divina porque había entrado agua en un barrio cerrado. Mientras circulaban las listas de funcionarios del Gobernador que vivían en barrios donde entró la punta de un dedo índice de la justicia (divina).
Es domingo, volvió el sol y es día de niños para algunos. Para otros es tiempo de regreso. De aguas que se van y que volverán, seguramente, el próximo año. Visitas de agosto. De setiembre. Que llegan y descargan su furia en inocentes. Pero esto siempre pasa. Es la historia de la humanidad.
No habrá regreso para el que se fue a caballo, a vadear el río para llegar a la ciudad. Tenía 24 años y no volvieron a verlo. Buscaba una farmacia para los medicamentos de su madre. El boom inmobiliario se lo llevó a los tirones. La ampliación de la frontera agrícola se lo llevó. La codicia de los elegidos. La avidez de los poderosos. La miopía de los que avalan se lo llevó.
Se vuelve con sol, en las ruinas que deja el agua, en el día de algunos niños. Sin tren a cuerda ni netbook ni skate. A colgar la desazón en la entrada y empezar a reconstruir. Que eso es la vida en estas coordenadas. Morir un rato y reconstruirse para que algún día todo cambie, de la cabeza a los pies.
Y ese día se verá qué cosas empieza a llevarse el agua. Qué otras cosas se llevará.
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