Donald Trump
Por Ilka Oliva Corado
Sí así como lo lee. No se asuste pero sí, todos somos Trump. Todos tenemos un poco (algunos todo) de neonazis, de conservadores deshumanizados, tenemos un poco de genocidas, de xenófobos. Por ahí también un poco de Ku Kux Klan con esa su supremacía caucásica. Mucha arrogancia de clase (aunque seamos rasos) y la indiferencia a flor de piel. Solo veámonos en un espejo y pensemos en la forma en que nos afanamos por el Holocausto, y la negativa rotunda a aceptar los genocidios que vivieron y están viviendo nuestros pueblos. El genocidio en África que pensamos que está al otro lado del mundo, pero la tenemos en la sala de nuestras casas porque todos somos hijos de su entraña. Para no ir tan lejos, somos lo que decimos odiar.
Esa lisonja nuestra para apoyar lo recalcitrante y rechazar lo que es justo. Decimos que Trump es un loco, es un racista, un millonario arrogante que habla de los latinos porque ya no le funciona la chaveta. Déjeme decirle que Trump es, aunque usted no lo crea, la voz de millones de estadounidenses que piensan eso y cosas peores de los latinoamericanos indocumentados, de los afro descendientes, de los Pueblos nativos de Estados Unidos. Así tan demócratas como los mira en el fondo son republicanos. Vea a Obama que utilizó el discurso de la Reforma Migratoria para lograr la presidencia dos veces, ha sido el presidente que más indocumentados ha deportado en la historia del país.
También es quien ahora mismo se opone a liberar a los niños inmigrantes indocumentados que están en centros de detenciones, ¿no es acaso incongruente su discurso con la acción? Vea a Hillary que también ha si desleal a la humanidad ahora utilizando a su favor la causa indocumentada.
¿Y nosotros no tenemos la incongruencia de palabra y acción cuando desde la comodidad de nuestras casas vemos las muertes de migrantes y refugiados en Europa y no se nos crispa un nervio por la indignación? ¿Que vemos la cantidad de vidas que quedan en la frontera entre México y Estados Unidos y lo que hacemos es acusar de desertores a los migrantes? Que desvalorizamos sus remesas. ¿Qué acusamos a Venezuela por cerrar las fronteras y deportar colombianos, y no vemos los refugiados internos que la propia Colombia mancilla? ¿Qué decir de los deportados que envía Estados Unidos a Colombia y ahí nadie dice ni pío? ¿Qué decir de República Dominicana poniendo en acción desde hace décadas las palabras del discurso de Trump? Las de negar la ciudadanía a hijos de migrantes indocumentados. ¿No lo hace ya República Dominicana con hijos de haitianos y de extranjeros en general? Venga usted a Nueva York y verá que pulula de dominicanos indocumentados que le suplican a Estados Unidos la Reforma Migratoria. Incongruencias del sistema y de esta humanidad destartalada.
Pero Estados Unidos tampoco está allá en el norte lejano, lo tenemos frente al espejo, nosotros que no somos esa gran mayoría de estadounidenses anglosajones xenófobos, también somos racistas y abusadores: con los migrantes que llegan a nuestros países, con la empleada doméstica, con el vendedor de mercado, con el recogedor de basura. Con el niño que lustra zapatos, con los niños traga fuego, con el joven malabarista que se para a media calle en hora pico a alegrarnos los segundos. Con los niños que crecen en los arrabales a quienes acusamos de conformar clicas delictivas, basándonos en estereotipos. Somos exactamente tan idénticos a Trump con nuestro actuar con los migrantes internos en nuestros países, rechazamos al que es de pueblo, a quien es de aldea, a quien no tiene un nivel de escolaridad que agencie la prepotencia nuestra. A quien no esté a nuestra altura de letrados, intelectuales, empresarios: come mierdas. Tachamos de haragán al desempleado pero somos incapaces de levantarnos y en acción cambiar el sistema, ni de criticarlo siquiera. Tibios.
Humillamos al campesino, al obrero, a aquel vendedor de pan, a la señora que vende comida en la esquina. A la niña que carga el canasto de tortillas. Vemos como menos al niño que va por la calle pastoreando sus cabritas y ofreciendo los vasos de leche. Al que vende algodones. A aquel vendedor ambulante que sube al autobús a ofrecernos lo último en lapiceros desechables. A la trabajadora sexual, como si nosotras fuéramos santas y virginales, y como si ellos no tuvieran el descaro de pagar por sus servicios. Pero somos incapaces de cuestionarlos a ellos y al sistema. El hombre mismo es incapaz de cuestionarse le resulta cómodo pagar y violar. ¿Qué tiene que ver todo esto con la postura política de Trump y el partido Republicano en Estados Unidos? Todo, tiene que ver todo porque todo va de la mano, todo se entrelaza una cosa lleva a la otra.
Muchos “artistas” se han manifestado contra las palabras de Trump pero son incapaces de llevar a la acción las palabras de la maravillosa Dolores Huerta que llama al boicot. De boca todos pero de acción ninguno.
¿Y nosotros en nuestros países seríamos capaces de llamar a un boicot? Contra Monsanto, contras la multinacionales, contra la venta de tierras, contra los genocidios, contras los dictadores, contra la oligarquía? ¿Contra la dueñas de casa que explotan a las empleadas domésticas? ¿Contra millonarios dueños de campos de cultivo que explotan a quienes cortan el algodón, la caña, las fresas, las verduras? ¿Contra nosotros mismos y nuestra doble moral?
Por supuesto que las palabras de Trump llaman al odio, al rechazo, a la xenofobia, a la violencia, a la deshumanización. Pero, ¿nuestro silencio e indiferencia a qué llama?
Salgamos de esa podrida zona de confort y del estigma de que “en boca cerrada no entran moscas.” De que “allá ellos sus vidas porque se fueron (hablando de migrantes) quién los manda a ser desertores.” “Pobres pero no son de mi país.” “Muy mal pero no me compete, para qué se meten a tener tantos hijos si no los pueden criar.” “Indios patas rajadas vienen a infestarnos a los capitalinos, que se regresen a sus pueblos mejor.” Y así un rosario de nuestra doble moral, crueldad, indiferencia y holgura.
Salgamos de ahí, seamos capaces de transformar este mundo de miseria y dolor. Uno a uno, gota a gota. Nuestro silencio e indolencia en las causas justas nos confirma que somos tan Trump como el propio racista de supremacía blanca. ¿De qué nos quejamos entonces si somos igual de mezquinos?
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