La criada (Crónicas de una Inquilina) Ilka Oliva Corado con Esmeralda Santiago, escritora puertorriqueña Por Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado Desde que leí "Cuando er...

La criada (Crónicas de una Inquilina)

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Ilka Oliva Corado con Esmeralda Santiago, escritora puertorriqueña

Ilka Oliva Corado

Por Ilka Oliva Corado

@ilkaolivacorado

Desde que leí "Cuando era puertorriqueña", quedé impresionada con su maravillosa escritura y me volví adicta a las letras de Esmeralda Santiago. La sentí tan cercana, su historia de vida era como la de miles que nacemos y crecemos en los arrabales; cada letra, cada calle, cada detalle era una copia en papel calco del arrabal de mis amores. Similares circunstancias vivimos los que crecemos en la alcantarilla.

Leerla se convirtió en una necesidad, la profundidad y la sencillez para relatar las tragedias de la vida y la transparencia para expresar el dolor de migrar y la agonía de la diáspora. Compré todos sus libros y me los devoré. Nunca podría viajar a Nueva York, para conocerla, me decía a mí misma cada vez que cerraba un libro cuando terminaba con la lectura. Mis deseos de conocerla crecían, yo quería abrazarla y agradecerle por contar con tanta dignidad la verdad de los parias. Y por mantener la humildad a pesar de su grandeza.

Comencé a seguirla en las redes sociales y a estar atenta a sus eventos, ninguno en Illinois. Algún día tiene que venir, me decía y no perdía la esperanza. Un día cualquiera anunció en sus redes sociales que estaría en la ciudad de Chicago en la Conferencia Anual de Escritores, yo me enteré el mismo día por la mañana, ella iba a dar la conferencia en la noche y se iba al siguiente día.

Yo estaba trabajando, no podía salir del trabajo solo así, entonces llamé por teléfono a mi hermana y le pedí favor que me cubriera, le tocó a ella pedir permiso en su trabajo para cubrirme. No podía irme en automóvil porque no tenía dinero para pagar el estacionamiento, no podía irme en autobús porque tardaría horas, vivo fuera de la ciudad. No conocía la ciudad de Chicago como para decir que me iba y que sabía dónde quedaba el lugar. Negra, pero cómo te vas a ir, me preguntó mi hermana, vos veníte y yo veo cómo le hago.

Cuando llegó ya averiguado el horario del tren que iba a la ciudad, fui al apartamento a cambiarme, agarré los libros, mi cámara fotográfica y me fui. Tomé fotografías hasta del boleto de tren, aquello para mí fue un aventura que nunca olvidaré. Llegué a la estación central y preguntando a los transeúntes logré dar con el hotel Hilton de la avenida Michigan.

No tenía idea de la magnitud del evento, cientos de escritores de todo el país, Esmeralda iba a ser una de las oradoras principales, llegué como a las 4 de la tarde y no podía pasar de la puerta de entrada porque eran mundos de escritores caminando de un lugar a otro y otros tirados sobre la alfombra descansando o preparando su material.

Sabía que me iba a ser difícil dar con ella, pero tenía la absoluta seguridad que la encontraría, yo sigo mis corazonadas, toda la vida he sido así. Logré llegar a recepción y pregunté por ella, la recepcionista llamó por teléfono a la habitación y contestó su esposo: aquí hay una muchacha que se llama Ilka y dice que viene a ver a Esmeralda Santiago. Yo le había escrito a Esmeralda en un par de ocasiones, como una lectora más, y cuando supe que estaría en la ciudad le escribí para decirle que iría a verla. Es una escritora muy famosa con miles de lectores que le escriben de todas partes del mundo, ¿quién se iba a recordar de un nombre como Ilka? Ella.

Me dijo la recepcionista que podía subir a su habitación, que estaba en la suite presidencial. ¿A su habitación? Sí. No podía creer que me recibiría en su habitación, era algo increíble, recibir a una desconocida en su habitación.

De los nervios me dieron ganas de ir al baño, cuando entré me encontré con que aquello era amontonazón de gente que no se podía ni dar el paso. Mientras esperaba noté que algunas escritoras comenzaron a hablar de la muchacha que estaba haciendo limpieza, hablaban de su cabello, de su color de piel y lo hacían así tan al descaro con el afán de que ella las escuchara.

Ella estaba haciendo su trabajo y las escritoras adrede tiraban la basura afuera del recipiente, regaban el agua en el lavamanos. Yo solo observaba y las escuchaba. Ellas hablaban de escritores famosos que estaban en el evento, y hablaban de sus libros y de sus trabajos. De la universidad. Y que se tomarían fotos con los escritores famosos.

Hasta que hubo una que se paró en el trapeador de la muchacha adrede. Estas actitudes son comunes, las he vivido también como empleada doméstica. Entonces hablé y les dije que la dejaran trabajar, que si tenían noción cuántos baños había limpiado ella durante el día, cuántas habitaciones había arreglado, y lo cansada que estaba su espalda y sus pies.

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Le pedí a una de ellas que me tomara una fotografía con la muchacha, ¿con la criada? Preguntaron. La muchacha agachó la cara, yo inmediatamente le tomé la barbilla y se la levanté, la abracé y le dije que no tenía nada de qué avergonzarse, que yo también era criada. ¿Pero mira cómo estoy? No importa. Pero hasta tengo los guantes puestos. No importa. Estás haciendo tu trabajo, yo hoy ando de particular pero también uso guantes y también trapeo pisos y también limpio baños. Me sonrió y la abracé de nuevo.

Me despedí de ella y me fui a buscar el elevador, llegué a la suite presidencial, toqué el timbre y abrió el esposo de Esmeralda. Me abrazó y me dio la bienvenida, me hizo pasar a una pequeña sala y de la habitación salió Esmeralda, disculpándose por no haber bajado pero que estaba cansada del viaje y de unas actividades previas y quería aprovechar para descansar unos minutos antes de su presentación.

Esmeralda resultó ser tal y como la imaginé, humilde. Si hay algo que yo valoro y respeto en una persona es su humildad. Porque las personas pueden ser inteligentes, tener talentos, pero la humildad es algo con lo que no cualquiera puede, para ser humilde hay que ser íntegro. Conversamos como 20 minutos, después autografió los libros y nos despedimos.

Salí del hotel cinco estrellas, con mis libros autografiados y con la alegría de haber conocido a una de mis escritoras favoritas, la noche fría del invierno de 2012 me esperaba afuera.

Hoy mientras nadaba vino la muchacha de la limpieza a mi mente, qué habrá sido de su vida, ¿seguirá trabajando como conserje? ¿Se habrá cambiado de trabajo? ¿Cuántos insultos más habrá recibido en todos estos años? Pensarla me hizo dejar de bracear, salir de la piscina y venir a escribir este texto de noche, algo inusual en mí, pues escribo en las madrugadas.

Es mi forma de decirle que deseo que todo esté bien en su vida, y que hasta donde esté llegue desde mi corazón el mejor de los deseos por su bienestar.

Tengo fotografías de cada paso de aquella tarde de marzo de 2012, pero hay dos que guardo celosamente, por el valor humano que tienen ambas.

Fuente: Crónicas de una Inquilina

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