Por Ana María Martínez *
Esa tarde previa a la veda electoral, el sol caía a pleno sobre mi cabeza.
Debía recorrer las casas de varias personas con hijos con diversidad, viejos compañeros de distintas luchas por los derechos de nuestros gurises, raramente ganadas, orgullosamente nunca abandonadas...
Sobre el final de la siesta salí con mi hija, mi morral cargado de balotas, sueños y sudor.
Los ranchos de lata, cachete y cartón se iban abriendo a mi paso, los estrechos caminos entre las alcantarillas de agua turbia, cantarina y contaminada, que tan vistosas son para los turistas y que por un momento se volvían frescas a la sombra de los altos árboles que bordeaban las pequeñas y maltrechas calles de ripio y arena...
Llegué hasta el humildísimo hogar de Slavinsky, obrero de un molino de la zona, despedido hace años, desocupado, con un hijo de trece años paralítico cerebral, espástico, profundo, una hija de quince, (que ya había abandonado los estudios en el séptimo grado y estaba empleada en casa de familia) y la mujer, sorda casi total, encerrada en su casa, diagnosticada como fóbica social.
Una casa que he visitado tantas veces, que conozco, que me duele cada vez más, la casa de un hombre y una mujer que alguna vez soñaron otro futuro para esos dos hijos y para ellos mismos, en ella: la mugre, la suciedad acumulada, el piso de tierra sin regar ni barrer, el olor aquel de la ropa secada en el cuerpo, de la meada, de la mierda, el abandono, lo que queda cuando ya no hay nada que perder ni nada que sostener, ni nada de toda nada - esperanza, nada - dignidad, nada - trabajo, nada.
La mujer estaba sola con su hijo arrastrándose por el piso de tierra. Sus uñas crecidas e inmensas arañaban la superficie y se iba alimentando de lo que sacaba: tierra Estaba comiendo tierra bajo los ojos ausentes de la madre.
La mirada del niño no dejaba de mostrarme, en el fondo, la luz de la razón, de alguna manera seguía estando presente, sin lenguaje, sin comunicación ni rehabilitación, sin estimulación ni atención, yo seguía viendo en la mirada del niño, la luz de la razón. ¿De qué razón? La de la Vida, evidentemente.
Una luz que otros no verán nunca, nunca jamás.
La mujer se acercó hasta nosotras y besó a Violeta. Sentí que el corazón de mi pueblo estaba besando a mi hija.
Hablé con Juana, le expliqué de las elecciones, ella abría su boca, morada de tan morena, bajo el sol que caía a pique sobre su cabello negro, indio, viejo prematuramente.
Casi como a su hijo o a mi hija, un hilo de baba parecía que en cualquier momento caería de sus labios.
Le expliqué de la importancia de que las cosas cambiaran para ella, para su hombre, para sus hijos, para todos los hijos, le expliqué por milésima vez el derecho. Hablé claro, alto, mirándola directamente a sus ojos y casi gesticulando cada palabra para que su sordera no nos impidiera la comunicación. Hablé y hablé...
Yo le entregué las dos balotas y sosteniendo su mirada le dije: -Juana, si necesita más, por favor que Slavinsky me avise y le mando con Facundo... ¿me entendió?
-Sí- respondió y pronunció a continuación una sola palabra, casi gutural el sonido, que se estrelló contra mi frente y se estampó en el claro cielo y en el camino de ripio, y retumbó en los montes cercanos y se perdió entre pájaros que cantaban: -PAÑALES...
Miré el fondo de esos ojos, supe que no había ningún pensamiento en ellos más que ése: PAÑALES...
Pañales que podían ser comida, pasajes, medicación, prótesis, veinte pesos, un vale de cerveza, cualquier cosa de todas las que se repartieron entre ese día y los días siguientes y el mismo domingo de las elecciones.
Pañales... símbolo de todo aquello que le faltó en su vida a la Juana...
Bajé mis ojos con vergüenza ajena. Había sembrado en el mar y en ese momento supe que de nada había servido.
-PAÑALES- repetí y me fui con mi hija, empujando despacio su silla de ruedas entre el pedregal.
Algo se había quebrado del todo en mi interior y nunca jamás volví a votar en las elecciones democráticas de esta hermosa y gloriosa Nación que nos ampara.
* Escritora y militante de los derechos de las personas con discapacidad o, como suele decir, con diversidad funcional. Mamá de Violeta, joven con discapacidad (parálisis cerebral).
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