Por Alfredo Grande
(APe) En 1891, Oscar Wilde publica la que fuera su única novela: “El retrato de Dorian Gray”. Más allá y más acá de las cuestiones epocales, cuando el paradigma de todas las represiones era la sexual, la historia contada es un excelente analizador de la distancia cada vez mayor entre persona y personaje. Dorian Gray, joven hermoso, siente pánico ante la vejez que barrerá con sus encantos. Le pide a un artista que pinte su cuadro para así tener siempre presente como era en la juventud. Lo inesperado es que mientras Dorian siempre muestra lozanía, la imagen de su cuadro se va deformando en forma inexorable.
En 1891, los excesos y desvíos remitían especialmente a las normativas sexuales. En nuestros tiempos, los mandatos han reemplazado a las prohibiciones. El mandato de consumir consumo, lo que llamo consumismo, ha creado una forma aberrante del deseo. Desear el mandato y, por lo tanto, como en los marrones 90, sobre endeudarse.
Descuentos increíbles realizados sobre aumentos aún más increíbles, han convertido al gran pueblo argentino en un consumidor terminal sin ninguna posibilidad de recuperar la salud.
Todas las formas todas, desde las más angelicales a las absolutamente bizarras, buscan potenciar y sobre potenciar el consumo hasta que ni la tarjeta del final pueda salir. El mecanismo sociopático y manipulador recibe el indulto al denominarlo “marketing”. Y la cueva de ladrones, estafadores, mercaderes de todos los templos, recibe otro indulto al denominarlo “mercado”. Y como sabemos el indulto jurídico, político y cultural es la masa putrefacta para cocinar las pizzas de todas las formas de la impunidad.
La concepción amplificada de la impunidad no admite el reduccionismo jurídico. La impunidad más deseada es la política y la cultural. Por eso el Scioli para la Victoria pudo haber dejado de pagar las becas a muchas organizaciones que pretenden que los niños y niñas tengan niñez, y presentarse en una fábrica recuperada asegurando un ministerio para una economía popular. El retrato de Dorian Scioli sigue en deterioro. Quizá empezó cuando compartió la fórmula presidencial con Néstor Kirchner enfrentando a su Gepetto, el inigualable Carlos Menem.
Como un posmoderno muñeco de madera, Daniel cambió de mentor y, de digno ícono de la economía neoliberal, pasa ahora a ser ícono de la economía popular. Nacional es otra cosa, así que por ahora lo dejamos ahí.
En mi programa de radio Sueños Posibles, Alberto Morlachetti dijo para todos los que lo quisimos escuchar, que Scioli no tenía corazón. Nunca le pude decir a Alberto que Daniel había alquilado su alma a cualquier dios o a cualquier diablo. El desgraciado doctor Fausto al menos vendió su alma. Daniel apenas hizo un leasing.
Su proyecto de bajar la edad de imputabilidad de los jóvenes para combatir el delito que generan los viejos, ha quedado en el olvido impiadoso de otra de las formas de la impunidad: la demencia política. Si alguien revisara los archivos de las agachadas, los ominosos silencios, las declaraciones ambiguas, su ninguneo de los desaparecidos y asesinados y torturados en dictadura, su ninguneo de los desaparecidos en democracia, encontraría la clave de por qué el retrato, por cierto bien oculto, no deja de deformarse. Ignoro qué artista lo pintó. Quizá fue otra de las previsiones de la comadreja de los llanos, según definiera a Menem el ingenio de Pino Solanas.
Pero lo que me deja en desconsuelo, es que ilustres militantes, notables pensadores, prestigiosos intelectuales, estén mirando, admirando y alabando al Scioli del retrato. Creo que les deben haber mandado una copia escaneada. El original está más oculto que el santo grial. Y en cierta forma, la alquimia del gobierno de los derechos humanos permite que por mandato de su Jefa Espiritual, el operativo “Desear a Daniel”, sea algo muy parecido a un santo grial.
Si el Randazzo para la derrota quedó estampado contra los trenes modernos que pretendieron y quizá lograron la anestesia por la masacre de Once, el Scioli para la Victoria prepara la rampa para su órbita alrededor del poder. Zannini es apenas una flor en el ojal de un saco manchado y deshilachado. Algo así como el medio melón en la cabeza. El retrato de Dorian Scioli seguirá deteriorándose pero llevará su tiempo. Quizá el tiempo nos lleve puestos primero a nosotros y azorados descubramos que la fama no es puro cuento. Que es un cuento, pero no puro. Para la mayoría real que no es ni rica ni famosa, en la cual estoy cómodamente instalado, no hay retrato que valga.
Lo miramos al candidato para la victoria con los mismos ojos y la misma rabia con que lo miramos siempre. Dorian Scioli es el ícono perfecto para todos los conversos. Privatizó y luego nacionalizó. En pésimas condiciones, pero eso ya es sintonía fina. Le perteneció a Menem y luego le perteneció y pertenecerá a Kirchner.
Nadie podrá socorrerlo cuando la parca de la historia lo invite a acompañarlo en el viaje final. En el cual podrá nuevamente encontrarse con el retrato que décadas atrás le habían pintado, y la persona y el personaje sean, como debe ser, una cosa y la misma cosa. Un monstruo sin alma.
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