Por Ilka Oliva Corado
Aún no cumplía los 22 años cuando tomé la decisión de no parir.
Un día escribí en una libreta mis razones para no ser madre y no me alcanzó la hoja. Escucho la palabra hijos y mi caos estalla, pierdo el control, caigo en un abismo profundo y el desierto que soy se torna una vorágine conmocionada en la que aparecen todos mis fantasmas más invencibles que nunca. Para qué voy a tener hijos si no tengo nada qué ofrecerles, ninguna estabilidad emocional que les permita un crecimiento integral.
Para qué voy a tener hijos si mi hiel los va a consumir, si mis infiernos también los van a arrastrar y les van a desgraciar lo que tiene que ser la etapa más hermosa de sus vidas. Si es imposible que de mi ser brote amor y dulzura. Que no solo se trata de amor, de caricias y de abrazos.
Que ser madre es mucho más.
¿Para tener un pretexto para vivir? ¿Un pretexto para levantarme todos los días con ilusión? Los hijos no se tienen como pretextos, ni para salvar vidas, ni para llenar vacíos, ni para guardar apariencias y mucho menos para que nos sirvan en los años maduros de nuestro existir. No se tienen para que descarguemos en ellos nuestras frustraciones, enojos, para robarles la independencia de la personalidad, pensamiento y acción porque no calza con la nuestra. Los hijos no se traen al mundo porque es que así toca. Que porque así es la vida. Que la vida es nacer, crecer y reproducirse. Que porque nacen con su pan bajo el brazo aunque vivamos en la peor de las miserias económicas y les demos una infancia infernal, una adolescencia de tortura y en la edad adulta se encuentren con que son el resultado de una decisión egoísta de un ser que lo trajo al mundo para buscar llenar sus vacíos y por el pavor a la soledad. Que lo utilizó.
No, los hijos no se utilizan. Los hijos no son ninguna puerta de escape. No son ni el antídoto ni el veneno. No son objetos, son vidas. Traer hijos al mundo para llenarlos de juguetes y lujos para llenar la ausencia de amor, confianza y estabilidad es tan cruel como traer hijos al mundo y obligarlos a madurar de golpe entre carencias, pobreza, golpes y abandono. Los hijos no se traen al mundo porque así es la vida o porque así toca. Porque somos incapaces de controlar nuestro ego y queremos dejar herencia en esta tierra, así no tengamos la capacidad humana para brindarles un vida integral.
No, yo conozco muy bien mis infiernos, mis carencias, mi inestabilidad emocional, la hiel que soy y no traeré hijos al mundo para consumirlos, atormentarlos, minimizarlos y destruirles su autoestima. Llenarlos de rencor y no poder brindarles una sola oportunidad de desarrollo. Yo no traeré hijos al mundo para avergonzarlos de tener una mamá infernal incapaz de controlar sus emociones, alcohólica, y que descargue en ellos su desilusión de vivir. No voy a traer hijos al mundo para consumirlos con mi autodestrucción. No soy tan ruina. No soy tan egoísta. No soy tan inhumana.
Por supuesto que mis instintos maternos están y me consumo por dentro y hay días en los que caigo en profundas depresiones, en los que mi ensimismamiento me deja extenuada y sin deseo alguno de respirar, en un estado de aislamiento que me congela.
Mi decisión de no ser madre es la única muestra de amor que yo puedo darle a esta vida. Es mi entrega total. El desprendimiento de mi ego, de mis instintos, de mi necesidad. Mi renuncia a ser madre, es la decisión racional más importante que he tomado en mi vida. Porque soy hiel y caos y los hijos son una inmensidad que me sobrepasa.
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