Por Douglas Calvo Gainza
En estos tiempos de relativo deshielo entre Cuba y EE. UU., hay nombres que no pueden permanecer en el olvido. Obviamente, el de Ana Belén Montes es uno de ellos. Por ello, he creído positivo exponer algunas ideas personales sobre su caso, aceptando de antemano que algunas pueden estar equivocadas. Otras, con certeza, no.
En primer lugar, pienso que deben existir razones demasiado fundadas, para infligirle a alguien la incomunicación absoluta. Una persona a la cual se la obliga a padecer, no sólo el aislamiento radical y antinatural ante la luz del sol o el canto de las aves, sino también ante cualquier sonrisa compasiva, para tener como única compañía a personas cuasi dementes, debe ser sin dudas un grave peligro para la Humanidad.
¿Será Ana Montes tal amenaza planetaria? Lo dudo. Esa señora nunca dañó a su país, ni puso en peligro las vidas de civiles norteamericanos. No indicó a los islamistas algún túnel secreto para asesinar a Bill Clinton, ni colocó en las Torres Gemelas ningún sistema de señales que guiara el vuelo de los secuestradores durante el 9/11. Tampoco diseminó Ántrax en un Mall, o guió a extremistas afganos atacando un kindergarten en New York. Jamás preparó el terreno para la conquista de la Casa Blanca por algún Estado totalitario, ni mucho menos radió instrucciones sobre cómo bombardear el París Las Vegas de Nevada. No hizo nada, absolutamente nada contra su pueblo. Simplemente, ayudó (dentro de sus limitadas posibilidades, y exhibiendo gran valor personal), a que los ciudadanos de la Isla de Cuba, con iguales derechos que los de USA, dejaran de padecer incontables atentados contra su Presidente, decenas de secuestros aéreos y marítimos, inhumanos ataques a círculos infantiles, sanguinarias voladuras de aviones en el aire y desalmadas guerras biológicas, feroces atentados al turismo e injustas escaramuzas fronterizas, así como una bárbara estrangulación económica unida a funestos peligros de invasión, junto a otras tristes hazañas por el estilo, las cuales avergonzarían a los Padres Fundadores de la Primera República del Mundo.
La condena de la Montes se debió a la detección de planes de espionaje desde Norteamérica, en su guerra asimétrica contra Cuba; no viceversa. Luego, la víctima primaria en esta amarga trama detectivesca, lo fue desde el principio la agredida nación caribeña, y no la agresora potencia del Norte. A esta prisionera se la ha excluido del mundo, como mismo también se ha pretendido aislar a Cuba. Sólo que, con la Isla, tal política aislacionista ha fallado, pues la ofensiva imperial se ha enfrentado con todo un pueblo; mientras que, en este caso, la implacable represalia ha sido más exitosa, al haberse desencadenado sin riendas sobre una mujer solitaria.
Una dama que arriesga su vida para defender a un país menudo y subdesarrollado, contra la despiadada agresividad de la mayor súper potencia global, no puede ser considerada sino como alguien digno de honra y respeto. Y si tal cosa se niega, entonces ignoro cuál es el basamento moral deesa actual retórica antirusa, que erige al Occidente como el guardián de la independencia ucraniana frente al rapaz oso moscovita.
Visto esto, ¿dónde está el crimen de lesa humanidad que ha provocado esa atroz venganza, la cual padece hoy esa ciudadana del mundo?
Se afirma que por su culpa pereció el sargento Boina Verde Gregory Fronius, destacado en El Salvador. Usando sus contactos con Cuba, Ana habría delatado a los partisanos nativos la existencia de una base secreta yanqui, y gracias a ella, se produjo el ataque patriota que provocó el fallecimiento de dicho militar extranjero.
Sin dudas la cifra es elocuente: la supuesta confidencia produjo un fallecido norteamericano en suelo foráneo. Las víctimas de Cuba rozan las tres mil, en su propio territorio. Pero ha de deplorarse toda baja humana, en cualquier conflicto, y por mi parte lamento honestamente la muerte de Fronius, si bien aclaro que no es similar el fallecimiento de un entrenado operativo de Tropas Especiales, quien cumple una misión voluntaria en tierra extraña, que los estragos contra las desvalidas mujeres y niños de todo un pueblo, perniciosamente agredido en su propia Patria.
Ahora bien, me atrevo a emitir un criterio receloso sobre todo este evento. No puedo entender que los guerrilleros salvadoreños necesitaran tan sofisticada pesquisa internacional, para saber de la existencia de una base enemiga en sus predios. Ellos estaban en su propio terruño (no así los Boinas Verdes). Por lógica, aquellos conocerían bien cada palmo del monte y tendrían mil confidencias entre los campesinos. Y por ende, entre tantos hispanos menudos y de teces bronceadas, con matices raciales aindiados, esos robustos y rubicundos legionarios angloparlantes, nunca podrían constituir un secreto eterno. Y ello, sin espías cubanos.
Pero por otra parte, aún admitiendo que la caída en combate del señor Fronius se debió a un informe de la Montes, ¿qué decir de los patriotas salvadoreños que hayan muerto en ese mismo u otro combate, enfrentando a los soldados extranjeros? ¿Qué de las tantísimas masacres de campesinos, los múltiples bombardeos a aldeas, las decenas de sacerdotes desaparecidos, las horripilantes torturas masivas, y otras tantas proezas cometidas contra la población salvadoreña por los egresados de Fort Bragg, bajo los auspicios del U. S. Army y sus servicios de inteligencia? ¿De veras existe en los Estados Unidos suficiente autoridad ética, como para semejante ensañamiento contra Ana Montes ante la muerte de un solo militar invasor, cuando las Guerras Sucias patrocinadas por las sucesivas administraciones de la Casa Blanca, y dirigidas por sus agentes, adornaron toda Centro América con un sinfín de ignotas fosas comunes, una sangría de proporciones descomunales, y cicatrices en el alma hispanoamericana que ya jamás podrán ser regeneradas, y que hoy afloran en los Maras, los Zetas y tantas otras perversas herencias de la asesoría militar estadounidense?
¿Quién es pues el verdadero peligro mundial: esa singular reclusa enclaustrada en Fort Worth, o los múltiples halcones militaristas del Pentágono y los innúmeros topos de la CIA? ¿Aquella que (quizás) informó a los patriotas sobre la presencia de ocupantes agazapados, con lo cual (quizás) provocara la caída en combate de un solo centurión imperial, o el propio Imperio con sus Escuadrones de la Muerte, sus dictaduras de ultra derecha, sus Operaciones al estilo de la Gladio, la Fénix, o la Cóndor, y su conteo de cadáveres que desafía la capacidad aritmética del mismísimo Pitágoras?
Que cualquiera con sentido común responda por sí mismo a esa interrogante.
En cuanto a mí, honestamente no creo en el derecho de ningún gobierno de este planeta (ya sea uno de izquierdas o de derechas, una monarquía de la era esclavista o una horda del futuro post-apocalíptico) para imponerle a un ser humano inerme, el total aislamiento del resto del universo; como tampoco admito que exista ningún tribunal en este mundo, con autoridad legal para suprimir de un plumazo el permiso a la amistad.
Por demás, me resulta mucho más incomprensible tal saña, cuando se considera que en los Estados Unidos, a veces los más empedernidos asesinos en serie llegan a alcanzar una suerte de estrellato publicitario. Por ejemplo, un personaje de la siniestra calaña de Ted Bundy, no sólo recibió abundante correspondencia en su celda, sino que incluso tuvo derecho al matrimonio, tras su convicción. Un psicópata bestial y con ínfulas artísticas como John Wayne Gacy, vendía exitosamente sus cuadros desde el presidio. La desdichada Karla Faye Tucker, adquirió fama y renombre mundial justamente durante su encierro, debido a su muy evidente reforma moral, la cual no impidió su liquidación por el Estado. El sectario homicida Charles Manson, grabó y vendió música carcelaria, coleccionando miles de fans desde su calabozo. Todos ellos asesinaron a indefensos civiles norteamericanos, incluyendo a menores de edad y a una mujer embarazada. Y sin embargo (o gracias a ello), se convirtieron en íconos sociales para ciertos sectores de la sociedad norteña, disfrutando de una popularidad inusitada.
En cambio, sin ostentar esos récords homicidas, Ana Belén Montes ha sido condenada a ser sepultada o emparedada en vida. Ella vale aún menos que el más vil homicida serial, por el delito de lesa majestad de intentar evitar las agresiones de una súper potencia contra un pequeño país vecino. Su castigo nos recuerda el de aquella atroz condesa transilvana, la cual se bañaba en la sangre de sus criadas, y fue condenada al emparedamiento perpetuo. Pero ni la Montes ha acuchillado sádicamente a decenas de doncellas, ni creo que el sistema legislativo norteamericano aspire a imitar a una monarquía feudal de los Cárpatos. Estamos en pleno siglo XXI y no en el Medioevo, aunque a veces se tienda a olvidarlo.
Si los Estados Unidos de América desean recobrar la estima de sus vecinos latinoamericanos, deben rebasar la herencia del preterido Destino Manifiesto, y honrar al decoroso Franklin D. Roosevelt reanudando su política de buena vecindad. Por ende, para cultivar un verdadero panamericanismo, debe cesar el aislamiento de Cuba. Y junto con éste, también el de Ana Montes. Mujer que hoy languidece como una suerte de demente, tan sólo por haber tenido suficiente cordura como para vislumbrar que la intolerante crueldad y la despectiva injusticia, llevadas a su culmen en el plano de las relaciones internacionales, obligatoriamente conllevan a la impopularidad y el ocaso de cualquier potencia, ya sea la Roma de Sila, la Francia de Napoleón o el Washington post-Bush. Y que por ley del destino, el Imperio que pretenda subyugar sobre la base del terror, invariablemente terminará desmoronándose en el caos.
En ese sentido, considero a Ana Belén Montes como la persona más cuerda de los Estados Unidos. Aunque la encierren en el pabellón de los locos.
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