Por Alberto Mas
El mismo día que se desarrollaba la primera reunión de la comisión bilateral Cuba - EE. UU. en La Habana, con el objeto de avanzar en las discusiones sobre las nuevas áreas de cooperación de beneficio para los dos países y el diálogo sobre asuntos bilaterales y multilaterales, aún en los que existen pronunciadas diferencias de concepción y otras cuestiones pendientes (de acuerdo a lo comunicado por la Cancillería), Obama, renueva por un año más la Ley de Comercio con el Enemigo.
El mensaje contradictorio que significa que EE. UU. mantenga a Cuba bajo la reglamentación de la Ley de Comercio con el Enemigo, en momentos que declara la necesidad de cambiar la política sobre la isla y se avanzan en negociaciones donde ya, como primer resultado, se dio la liberación de Los Cinco y la reapertura de embajadas tanto en Washington como en La Habana, acordando la formación de una comisión bilateral, que justamente ayer se reunió en la capital cubana, muestra las verdaderas intenciones del imperio sobre la Revolución Cubana: mantener su decisión de destruirla a como de lugar.
Nos podríamos preguntar a esta altura de los acontecimientos donde quedaron las palabras del Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, que había declarado en La Habana que Estados Unidos y Cuba no eran ni rivales ni enemigos, sino vecinos. Indudablemente que la firma de Obama pone las cosas en su lugar. EE. UU. no es amigo de nadie, no tiene amistades en el mundo, solo hace negocios, y si para que éstos sean fructíferos debe intervenir bombardeando, desestabilizando, imponiendo gobiernos, o instalar embajadas, no dudará en hacerlo.
Previo al ingreso de los EE.UU a la Iª Guerra Mundial, fue aprobada por el Congreso el 6 de octubre de 1917 la Ley de Comercio con el Enemigo que le da al presidente facultades para restringir el comercio con los países que declare “hostiles” a Estados Unidos. John Kennedy la aplicó en 1962 contra Cuba y le declaró el bloqueo que aún perdura, siendo renovada por todos los presidentes que lo sucedieron.
La agencia EFE publica declaraciones de un funcionario del gobierno norteamericano afirmando que Obama explica su decisión “en el interés nacional” y que la renovación del estatus de nación hostil “maximiza la flexibilidad del presidente para administrar el embargo y autorizar determinadas transacciones” para agregar a continuación que ésta flexibilidad “es fundamental para el compromiso de ayudar al pueblo cubano a determinar su propio futuro”. El cinismo de la injerencia norteamericana sobre Cuba al descubierto.
Sabemos que el Congreso, dominado por los republicanos, es el que tiene las llaves para terminar con la totalidad del brutal bloqueo, pero también que el hecho de sacar a Cuba de la influencia de la Ley de Comercio con el Enemigo, sería una clara señal a los congresistas y debilitaría algunas facetas del embargo, no todas, ya que éste se asienta en el entramado legal formado por la Ley para la Asistencia Exterior (1961), la Ley para la Administración de las Exportaciones (1979), la Ley Torricelli (1992), la Ley Helms-Burton (1996) y las Regulaciones para la Administración de las Exportaciones (1979), entre otras.
Queda claro que las relaciones de EE. UU. con Cuba serán difíciles de normalizar, ya que es impensado que EE. UU. reniegue de su política imperial hacia el conjunto de América a la que considera su patio trasero.
También es evidente que EE. UU. ha sufrido dos grandes reveses en América Latina y el Caribe en la última década, en 2005 con el No al ALCA en Mar del Plata, Argentina, y en la VII Cumbre de las Américas en Panamá, este año. Un trago difícil de digerir y que indudablemente ha generado contradicciones hacia el interior y una reacción casi visceral en su estrategia continental, poniendo eje central en Venezuela, Ecuador, Brasil y Argentina, sin olvidar a Bolivia y modificando su estrategia hacia Cuba.
La mona aunque se vista de seda, mona queda. Eso dice un viejo dicho popular, y los EE. UU. modifican su estrategia de dominación, no la abandonan. Por eso, como decía el Comandante Ernesto Che Guevara “no se puede confiar en el imperialismo, pero ni un tantico así”.
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