Por Rey Montalvo Vasallo
Esta mañana con solo cuatro horas de sueño encima, salí guitarra en ristre a cumplir un encargo. Fui llamado a participar en la graduación de un curso del adulto mayor. Reunidos en una pequeña sala del Hogar de Ancianos “Mario Muñoz”, no más de veinte jóvenes entre 70 y 90 años esperaban recibir un diploma firmado por altos docentes de la Universidad de Matanzas.
“Soy el trovador”; y una señora alta de risa extendida me acomodó en una banqueta algo lejos del auditorio. “Primero tenemos que hacer el resumen”, dijo y me contrarió la idea de esperar.
Desde donde estaba podía escuchar el preámbulo de los maestros. “¿Para qué me habrán mandado a buscar tan temprano?”, pensé.
Resultó ser el inicio de una clase final evaluativa, donde los alumnos con el pelo blanco debían exponer sus ideas respecto a la identidad cultural cubana. Una de lentes comenzó: “Voy a hablar de cine”; e hizo el recuento de la historia del séptimo arte en su país, que descubrí, también el mío. Habló de Santiago Álvarez, del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GESI), de Titón, de la Bella de la Alhambra, de Fresa y chocolate, y llegó a este tiempo de películas “costumbristas”, “sensacionalistas” y mis ojos empezaron a abrirse involuntariamente.
Otra estudiante levantó la mano: “Voy a hablar de la cultura en el sentido amplio”, advirtió antes de citar una frase de Don Fernando Ortiz: “La cultura es Patria”.
Trascribo: “Tengo 82 años y quiero empezar aclarando que soy una luchadora revolucionaria desde que tengo 16, por eso me creo con todo el derecho de hablar ciertas cosas que no me están gustando”. Con maestría, como a veces añoro que se desenvuelvan algunos de nuestros dirigentes políticos, enumeró cuánto se ha logrado en Cuba con la Revolución, nombró a Fidel y se le quebró la voz, y apesadumbrada remató: “Estamos viviendo el momento más peligroso en Cuba, corremos el riesgo de perder la soberanía porque están acabando con nuestras tradiciones”.
De pie la escuché alabar los artículos de la doctora Pogolotti, denunciar el exceso de acompañamiento mediático a eventos nacidos para desprendernos de los “restos de nuestra conciencia social”, habló de Martí sin consignas y con la mano en el pecho. Condenó las mulatas semivestidas con banderas cubanas recibiendo yanquis, el seudofolklor que le vendemos al turismo; la banalización en la música reproducida por la televisión y la radio, supuestas plataformas de defensa cultual; deseó no ver al Che convertido en perfume, ni siquiera ser testigo de la idea.
No mencionó la falta de medidas serias para que el salario de los cubanos sea digno de hombres y mujeres emprendedores, no habló explícitamente de la burocracia en sectores fundamentales para el desarrollo de una nación, pero dijo Patria tantas veces que su acción misma de vivir me reveló su idea.
Esta mañana acudí a una sala pequeña, pensé que iba a cantar y nada más, pero eso fue lo menos. Hoy aprendí de esos alumnos de pelo blanco a enfrentar la existencia humana con pasión, a mantener una fuerza en el espíritu que supere los años, a hablar con determinación y carácter mirando a los ojos, a ser humilde y agradecido pero no ciego.
Uno de ellos recordó la frase de Martí sobre el Sol y las manchas, y entendí la importancia de la crítica responsable. Los peligrosos son aquellos que tienen por luz a la sombra o que hacen de la oscuridad todo el espacio.
La Revolución es grande, porque reúne a personas que cierran su andar por el mundo y les enseña a no terminar sus días sin existir, a ser útiles hasta el final, les da espacio, atención, alimento, intercambio y educación. Yo que aprendí a sentir por lo valioso, supe que estaba allí, donde todavía es real un sueño.
Fuente: blog La Opinión
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