Por Carlos Antonio Lozada
En el largo proceso evolutivo que termina por elevar una especie de primates hasta el nivel del género humano, un momento crucial lo constituye la aparición de la conciencia y dentro de ésta del pensamiento, entendido como la capacidad de resolver problemas de forma abstracta, a diferencia del resto de los animales que reaccionan de manera instintiva y primaria a los estímulos de la realidad.
Los estudios científicos coinciden en afirmar el origen subsiguiente y casi simultáneo del lenguaje respecto del pensamiento, hasta el punto de llegar a fundirse uno con el otro. No es posible explicar el pensamiento desligado del lenguaje o viceversa. Uno y otro son parte de un mismo y único proceso.
Partiendo de lo anterior, no es difícil entender la importancia cardinal que jugará el lenguaje como vehículo del pensamiento en el proceso de conformación de la sociedad humana. Gracias a la comunicación a través del lenguaje podrá realizarse y acelerar el proceso evolutivo del género humano, al permitir la trasmisión del conocimiento surgido de la experiencia acumulada en la lucha diaria por conseguir lo necesario para sobrevivir, de una generación a otra. La sociedad pasa así a ocupar el lugar de la manada. El género humano se separa del resto del mundo animal.
Es en ese proceso de relacionamiento, siempre alrededor del trabajo y la producción de lo necesario para vivir, que surgen los grupos y las clases sociales y la política como una forma especial de relación y de lucha entre las mismas.
Acudimos a esta explicación simplificada y si se quiere esquemática del origen del pensamiento, el lenguaje y la política, para tratar de exponer la importancia que adquiere el lenguaje en el ejercicio de la política, entendida esta como la forma de relación por excelencia entre las clases y los grupos sociales para resolver sus contradicciones.
Siendo así, tenemos que reconocer en la política una herramienta fundamental en el desarrollo de la sociedad, en el manejo y resolución de sus conflictos y contradicciones, lo que a su vez nos lleva a que toda política parte necesariamente del reconocimiento del contrario, de sus intereses propios y legítimos; aún, si los mismos se presentan contrarios a los nuestros.
Negar la existencia del contrario es negar la política, algo que por lo demás no hace desaparecer al oponente, como no desaparece el peligro por el simple hecho del avestruz ocultar su cabeza en un agujero. Por el contrario, al negar la política lo único que se logra es dar curso a la guerra, como expresión que es de esa misma política por medios distintos al diálogo.
La espada reemplaza la palabra
Así, pasar de un estado de guerra, como se intenta ahora en el caso colombiano, a un estado en el que la política recobre su sentido pleno, por medio de la interlocución entre las clases y los grupos sociales, implica dejar a un lado las armas y permitir que la palabra despliegue su potencial como expresión del pensamiento para que entre a jugar un papel preponderante en la resolución de las contradicciones y los conflictos existentes en la sociedad, por medios no violentos.
Cobra así el lenguaje una singular importancia en el proceso de ir apagando las llamas que mantienen incendiados los ánimos de algunos sectores sociales. No carecen de razón entonces los llamados para que se inicie un proceso de desecalamiento del lenguaje belicista, en medio de los esfuerzos que se adelantan por superar más de medio siglo, en que el choque de las armas ha ocupado el lugar del debate político civilizado.
Solo así contribuiremos a crear un clima propicio, no solo para el avance y culminación exitosa del proceso de paz de La Habana, sino que además estaremos sentando las bases para que pueda surgir un nuevo ambiente en el conjunto de la sociedad, donde se parta del reconocimiento del contrario como una condición necesaria para la reconciliación definitiva de la familia colombiana y la formación de valores fundamentados en la seguridad humana, el respeto a la vida, la integridad personal y la convivencia democrática.
El proceso de desescalamiento iniciado con el cese al fuego unilateral decretado por el Secretariado de las FARC - EP, a partir del 20 de julio del año en curso, complementado luego por el acuerdo denominado “Agilizar en La Habana y desescalar en Colombia" y el reciente anuncio presidencial de suspender los bombardeos contra los campamentos guerrilleros, ciertamente debe ser complementado con un cambio del lenguaje, que contribuya a descargar el ambiente, a generar mayor confianza entre las partes y ganar apoyo para el proceso en el conjunto de la sociedad.
Por eso, no deja de llamar la atención que haya sectores y personajes, que mediante un lenguaje guerrerista, y atrincherados en importantes medios generadores de opinión, se opongan de manera abierta al noble propósito de la reconciliación nacional.
El desescalamiento del lenguaje, el abandono de las operaciones sicológicas, de la propaganda negra y la estrategia jurídico-mediática impulsada desde la Fiscalía contra las FARC - EP, son pasos necesarios en la creación de confianza, la construcción de acuerdos y la ambientación social de la etapa del post-acuerdo.
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