OPINION - EDITORIAL DE HORIZONTE SUR, DEL 17/05/09, POR JORGE RULLI SUMARIO 1 - ARGENTINA, BUENOS AIRES: OPINIÓN - EDITORIAL DE HORIZONTE SUR, DEL 17/05/09 , POR JORGE RULLI. ...

OPINION - EDITORIAL DE HORIZONTE SUR, DEL 17/05/09, POR JORGE RULLI

SUMARIO

1 - ARGENTINA, BUENOS AIRES: OPINIÓN - EDITORIAL DE HORIZONTE SUR, DEL 17/05/09, POR JORGE RULLI.


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From: Rulli Jorge E

Sent: Sunday, May 17, 2009 10:43 PM

To: GACETILLAS ARGENTINAS - REDACCIÓN

Subject: EDITORIAL DE HORIZONTE SUR, DEL 17/05/09, POR JORGE RULLI

 

Cada período previo a las elecciones provoca fragmentaciones sociales, desconcierto y confusión de la conciencia, extravíos y retrocesos de las luchas populares. El que vivimos es particularmente significativo y hasta original en varios sentidos, en especial en que ha exasperado todas las tensiones y aumentado hasta el paroxismo tanto las sobreactuaciones como el sentimiento generalizado de irrealidad. Sin embargo, en esta oportunidad no se ha logrado impedir como en otras tantas ocasiones, que los problemas pendientes continúen manifestándose y que la agenda de la gente, se subordine sólo parcialmente, a las reglas que son propias de la política partidaria. Ocurre que tras 25 años de democracia representativa, el desgaste y el vaciamiento de lo que denominamos en términos ordinarios la política partidaria y sus mecanismo de delegación, no sólo alcanzan límites de escándalo, sino que amenaza con tocar un fondo en que se justificarían cambios importantes y hasta revolucionarios, al menos, en relación a la representación política de los ciudadanos en el Gobierno y en el Estado, y esto convoca a repensar los marcos constitucionales, para intentar acomodarlos a una Argentina cada vez más compleja, cada vez más demandante y cada vez más faltante de una relación de algún tipo con aquellos que dicen expresarla, al menos que no sea de manera asistencial o clientelar. De allí que, se justifique menos que en anteriores oportunidades, el axioma repetido, de que, para cambiar el estado crítico de la política, debe uno sumarse para participar y cambiarla desde adentro, desde adentro de la política partidaria misma. Me temo que eso como posibilidad cierta, ya ni siquiera es pensable, que todos los caminos de la representación se encuentran viciados, que el modo de reproducirse y de controlar poder por parte de las dirigencias partidarias, ha llegado a un punto de no retorno. Que ese punto de no retorno, expresa tanto la ignorancia de las propias reglas que rigen sus mecanismos de reproducción, como el uso irrestricto de los instrumentos jurídicos del Estado, en la subordinación de lo colectivo a los intereses particulares. Viciada la representación territorial, ausente la manifestación de una mayor tradición partidaria, carentes de toda propuesta política significativa que vaya más allá de los discursos, las viejas cáscaras se intercambian ante la mirada desorientada del votante, como en los juegos prohibidos de las ferias callejeras, pero en este caso sin sus resonancias lúdicas, sino tan solo como el final anunciado de una tragedia que nos arrastra con su inercia, hasta que hallemos un nuevo modelo de convivencia institucional.

En ese sentido, cada dirigente social que se suma a una lista cualesquiera, arriesga una nueva frustración personal, alienta las esperanzas en un camino que el común cada vez más da por concluido, y resta su participación y su esfuerzo a la lucha que llevamos por generar un movimiento que produzca el cambio. Lamentablemente, lo que parece estar claro para muchos, no lo está tanto para el común de los llamados militantes del campo popular, confundidos y entontecidos por una prédica pertinaz alentada por las usinas innombrables y por los fantasmas del pasado, a los que se convoca para justificar las dependencias y las iniquidades del presente. A diario debemos confrontarnos, con un pensamiento escarmentado y resignado a la aceptación de migajas en nombre del temor a que todo cambio empeore la actual situación, y conste que no discuto la posibilidad de que ello pueda ser cierto, sino que me rebelo a considerar los análisis de lo político de una manera tan ramplona, en especial cuando muchos que, ahora nos proponen elegir lo malo en nombre de lo peor que podría sobrevenir, negaron en su momento con irracional obstinación, que lo mejor fuese enemigo de la bueno.

Podríamos preguntarnos, qué sería peor que, como se hace ahora, dejar las manos libres a la Barrick Gold a lo largo de nuestra cordillera, permitir como se ha hecho, la tala indiscriminada de los bosques, continuar los crecimientos que se nos proponen sin sustentabilidad y sin ferrocarriles; y por último, mantener a todo precio tanto ambiental como de impactos sobre la vida y la salud, el modelo de la sojización, profundizándolo hacia un creciente compromiso con los polos biotecnológicos y las refinerías de agrocombustibles. Pero aún sin hacerlo, tendríamos que analizar algunos modos actuales bastante generalizados de pensar la política. Se trata, en tantos antiguos militantes, de que parecen situarse en un imaginario plano y acotado, como si pensáramos lo político sobre una mesa de billar en que los partícipes se ubican a izquierdas y derechas como las bolas sobre el paño verde, cada uno cumpliendo roles asignados y todos conscientes de los límites y de las reglas que les son comunes. En ese plano imaginario, nuestro interlocutor suele realizar un balance precario y superficial de la acción del gobierno y nos dice como quién regurgita una opinión solemne: que muchas cosas no las comparte, pero que no puede dejar de destacar y reconocer la política en derechos humanos o en algunos otros temas, tales como el de la renovación de la Corte…

Yo me pregunto, si con ese criterio de hacer un balance casi propio de tenderos, de poner en una columna lo bueno y en la otra lo malo, sin tener en cuenta de dónde se viene o a dónde se va, sin valorar con qué posibilidades se contaron para ensayar otros proyectos de país, qué ocasiones y capitales se perdieron, y especialmente sin intentar ver qué modelo se estaría instalando por debajo y entre las patas de la mesa de billar y cuánto se comprometería con ello a las próximas generaciones, aún por nacer… me pregunto, si pensáramos siempre de modo tan superficial e indulgente, qué gobierno podría salir desfavorecido en semejantes cálculos contables? Me pregunto asimismo, si acaso pensando de ese modo es posible generar algo que pueda denominarse, un pensamiento político? Me lo pregunto con tristeza, porque estimo a todos aquellos con los que debato, con los que debato o inclusive discuto, que por otra parte no es lo mismo. Debato con los que tengo mayor interés en persuadir, discuto tan solo con los que me impacientan y con los que, aunque extravío el interés por convencerlos aún despiertan mi preocupación. No lo hago ni lo hacemos, con los que consideramos como casos perdidos. Y si repaso los debates anteriores de tantos correos en los que polemizo y de tantas conversaciones políticas enmarañadas en las que participo, siempre encuentro un similar antecedente, un desgarramiento causal de este modo precario de comprender y de enfrentar el mundo. Me dice uno: vengo de creerme uno de los puros revolucionarios de la vanguardia iluminada y pura. Pero perdimos…perdimos y ahora, la sociedad está hecha mierda. Ayer hablábamos con dos compañeros, todos muy críticos, y sentimos, no sólo razonábamos, que nos vamos deslizando hacia la peor de todas las derechas, la más brutal y criminal: racista y clasista como en el Oriente boliviano, sólo que más sutil, porque el contraste de la piel no es tan notorio aquí como en la América profunda.

Sí, a más de lo significativo de no sentirse propiamente parte de esa América profunda, allí mismo está expuesta la herida que se arrastra, el síndrome de la “irrealidad” que se padece y la aproximación al origen de que nos hablaba Salvador Pániker en sus libros. Allí reside también, la posibilidad del chantaje, y la confirmación con que se abruman, la confirmación de los fantasmales climas destituyentes y las reinstalaciones regresivas… La posibilidad misma de un imaginario generado desde el síndrome de la irrealidad, no reside en la realidad misma que los rodea, sino en el propio quiebre personal subyacente, en ese sentimiento penoso del que surge la expresión: perdimos! Y no es uno ni diez, son una legión los que llenan los salones de la Biblioteca de Alejandría y las solicitadas de página doce… son parte de los tantos que sienten todavía que fueron derrotados y no pueden hacer siquiera un examen crítico de su propio y colectivo fracaso como generación, y de su cuota de responsabilidad en la derrota, ahora si, de su cuota de responsabilidad en la derrota del proceso de la Revolución nacional de los años setenta. Fueron escarmentados por la historia que, sencillamente, no resultó ser tal como la imaginaron, y ahora con treinta y tantos años más, peinando canas y con los paradigmas en los que creyeron en estado de agonía, han cancelado los sueños y las esperanzas que alguna vez tuvieron. Hoy, tal como el emblemático Pepe Mugica del Uruguay, le proponen a su pueblo que coma arroz transgénico con caroteno y que en la tierra donde por razones agronómicas no vaya la sojaRR planten eucaliptos para provisión de las pasteras… así nomás de simple, de progresista y de espantosamente globalizada la desesperanza que alimentan. En realidad, la sociedad no está hecha mierda como piensan, ellos son los que están hechos mierda. Ahora, en vez de continuar haciendo negocios tal como lo han hecho durante los últimos treinta años, pretenden perpetuarse en los manejos del poder y de la cosa pública, tal vez no tanto por el poder mismo, sino porque en ello encuentran el flaco consuelo a tanto sentimiento insoportable de derrota.

Lo hemos dicho más de una vez, tal vez porque leímos en su hora, las máximas de la conducción que aquellos tantos no leyeron. En política como en la vida, resulta natural una cierta cuota de elección o de construcción del enemigo. Lo que no tiene retorno es el pecado de construir al enemigo empeñando una lógica de la racionalidad instrumental, todo el poder de los medios y una estrategia puesta en la mera inmediatez, para luego ser derrotados por la propia construcción que hiciéramos. Eso no tiene perdón del Dios de la política, si ese Dios existiera. Tal vez porque al hacerlo se contrariaron principios insoslayables. Tengo ante mí, los viejos escritos que el General firmaba bajo el seudónimo Descartes, a mediados del siglo pasado en el diario Democracia. Allí el autor refiere una y otra vez a la necesidad de ganar la paz más que de ganar la guerra, aún más todavía, dice Descartes taxativamente: es menester saber ganar la paz… Y lo decía nada menos que un militar entrenado para la guerra: el desafío por parte de un político es siempre el de saber ganar la paz, tarea difícil, porque exige grandeza del ánimo y un espíritu valiente. Más adelante explica cómo ciertas prácticas políticas que solo siembran vientos, llevan inexorablemente a que luego se cosechen tempestades, y lo que se alcanza con ese método, nos dice, es aumentar el número de enemigos ocultos, que si sirven por temor lo hacen solo aleatoriamente… Sería bueno entonces, cuando el síndrome de irrealidad nos ahoga como en estos momentos, que volviéramos a Descartes…

Frente a las actuales sumisiones individuales, la fragmentación que nos aísla de los otros, el desgarramiento de la Comunidad, la falta de horizontes colectivos, recogemos las experiencias de aquellas resistencias que se generaron a partir del convencimiento de que cada cuál portaba en su mochila el bastón de mariscal. Aquella convicción que tuvimos, de que cada cuál hacía la historia y de que se era siempre el centro de un combate decisivo, no difiere demasiado del sentido de la responsabilidad personal que ha inculcado en la sociedad el Ecologismo, ni tampoco difiere de los sentimientos libertarios que animan a buena parte de nuestros jóvenes, sentimientos que han conducido a tantos a explorar propuestas de Decrecimiento y caminos alternativos de nueva sociedad o de retorno al campo, y que condujeron y conducen asimismo, a las enormes movilizaciones contra la globalización y en defensa de nuestros bienes comunes, amenazados por las Corporaciones. Resultan patéticos los viejos revolucionarios sumergidos en un vendaval de cambios que, simplemente no pueden ver, porque tienen, como la mujer de sal, quedada la mirada en el pasado. Aferrados a viejos paradigmas, dejaron hace tiempo de interpretar el presente que los rodea y hacen acuerdos con aquellos que conducen los negocios corporativos, convencidos de dar continuidad a los viejos proyectos ahora en los altares de un crecimiento y de un progreso ilimitado y a cualquier costo, sin comprender que, sencillamente se pasaron de bando, y que, precisamente, son tiempos en que vivimos dramáticamente los límites de ese progreso y de ese crecimiento capitalista que son, asimismo, los límites de la ecología y de nuestra vida sobre la tierra.

Jorge Eduardo RULLI 11.08.07

Jorge Eduardo Rulli

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