Por Manuel E. Yepe *
Foto: Virgilio Ponce
Cuando en 1995 prosperó la idea de efectuar una reforma de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en ocasión del cincuentenario del organismo internacional, el propósito perseguido por la mayoría de los países miembros era hacer corresponder su estructura y mecanismos de trabajo con los cambios ocurridos en el mundo durante el medio siglo transcurrido desde su creación y, en particular, la conclusión resultante del derrumbe del sistema socialista en Europa de la guerra fría.
El momento político internacional parecía entonces favorable para avanzar hacia un mundo globalizado mediante el diálogo y la colaboración entre las naciones, apoyado por los grandes adelantos de la ciencia y la tecnología propiciadores de la interdependencia y la comunicación entre las naciones.
Tempranamente se frustraron esas aspiraciones cuando la circunstancia de la disipación del carácter bipolar del mundo fue aprovechada por Estados Unidos para promover la imposición de sus criterios en lo económico, lo político, lo militar, lo jurídico y en las demás dimensiones de las relaciones internacionales, en aras de hacer absoluto su dominio mundial.
Las naciones de Europa y Japón optaron por la alianza servil a cambio de su participación minoritaria en el botín. Ello impidió que existiera el escenario adecuado para realizar una justa reforma de la ONU cuando en el segundo lustro del decenio de los noventa se iniciaron los debates en torno a ese propósito.
Inicialmente, la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU fue el tema que concertó más propuestas a raíz de acciones unilaterales emprendidas por Estados Unidos cuando, sin respetar la Carta de la ONU ni los dictados del Consejo de Seguridad, llevó a cabo el desmembramiento de Yugoslavia, en complicidad de varios países europeos y, pocos años más tarde, la emprendió contra Irak.
Estados Unidos inició, a partir de entonces, la práctica de enmascarar sus acciones bajo la bandera de la ONU para dar visos de legitimidad a operaciones de fuerza que solo servían para sus fines particulares e impulsar el establecimiento de nuevas normas y principios en las relaciones internacionales.
Se fue creando, creciendo y consolidando en las relaciones entre las naciones, así como en la opinión pública mundial, una imagen de omnipresencia y omnipotencia de Estados Unidos.
Las operaciones para la preservación de la democracia, para el mantenimiento de la paz y para solucionar supuestos problemas humanitarios fueron algunos de los pretextos enarbolados por la superpotencia única para sus intervenciones en diversos países. Luego de Yugoslavia e Irak, vino Somalia en 1992 y Haití en 1994.
Detrás de aquellas acciones en las que se involucraba a la ONU, estaba la decisión estadounidense de consolidar a nivel mundial una hegemonía indiscutida.
Al comenzar el nuevo siglo, Estados Unidos vivía un auge económico mantenido durante casi ocho años, la Unión Europea (UE) manifestaba bajos ritmos de crecimiento, Japón se hallaba envuelto en serias dificultades económicas de carácter orgánico y los países del sudeste de Asia apenas empezaban a recuperarse de la demoledora crisis monetario-financiera de 1997. Rusia recién comenzaba a levantarse del demoledor impacto de su paso de superpotencia a furgón de cola del capitalismo mundial. Sólo China socialista mostraba elevados y mantenidos ritmos de desarrollo.
Aunque los atentados terroristas del 2001 en Estados Unidos, 2004 en Madrid y 2005 en Londres contribuyeron a legitimar las concepciones político-militares previamente elaboradas por EE. UU. sobre la guerra contra el terrorismo, las guerras preventivas, las intervenciones humanitarias y otras tácticas, Washington se asignó nuevas tareas al incorporar las luchas contra las tiranías a su estrategia para alcanzar la hegemonía mundial.
EE. UU. se sirve de la ONU como agencia intervencionista para legitimar sus guerras, fijar las normas que el mundo debe acatar e instrumentar su dictadura global. La utiliza como instrumento militar de su nuevo orden mundial, como lo han sido el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización del Comercio Mundial en el frente económico.
La urgencia de reformar el Consejo de Seguridad deriva de que, por muy urgentes que sean las demás transformaciones que deban incluirse en el imprescindible propósito de actualizar la organización, es a través de este alto órgano que Estados Unidos ha pretendido siempre dominarla, reducir a su Secretaría a simple herramienta administrativa y desconocer la función de la Asamblea General de la ONU como el único representante genuino de la comunidad mundial de naciones.
La reforma de su Consejo de Seguridad y su conversión en un órgano verdaderamente democrático, representativo y transparente sería un magnífico regalo que podría hacer a la Humanidad la Organización de Naciones Unidas en su 65º cumpleaños en 2015.
* Periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana y miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario