Por René Vázquez Díaz
El 20 de mayo de 1902, cuando la República de Cuba nació coja y violentada por Estados Unidos, entre los solemnes discursos pronunciados en La Habana se destacan dos frases de William Jennings Bryan, político populista del Partido demócrata y miembro (junto a Mark Twain) de la entonces llamada Liga Antiimperialista: “Dios nos hizo vecinos. ¡ Que la justicia nos mantenga amigos !”
Pero, como escribió César Vallejo en un poema famoso, esto no fue posible. Hoy ondea en La Habana la bandera de Estados Unidos y por primera vez en la historia de ambos países se abre la posibilidad real de un futuro de buena vecindad. Tanto en mayo de 1902 como en julio de 2015, la clave del fracaso o el éxito de esas relaciones es la palabra justicia.
Aunque se oculte cuidadosamente en la poderosa prensa occidental, Cuba obligó a Estados Unidos a sentarse a negociar. Ese diálogo a pie de igualdad, alcanzado a un precio tan alto y doloroso para el pueblo cubano, constituye en sí mismo una victoria inédita en la historia de las Américas. Uno de los objetivos del bloqueo había sido evitar justamente lo que ahora sucede: el diálogo en bases soberanas. En el pasado, cuando Estados Unidos y sus aliados hablaban de “diálogo” con Cuba, lo que querían decir, en plata, era imponer las condiciones de una inevitable capitulación cubana. Y esto no fue posible.
Tanto para los compatriotas que no tuvieron fe en la fuerza de su propio pueblo, como para los extranjeros que no creyeron que la diminuta Cuba sería capaz de ganarle el pulso a un país tan agresivo, se trata de una victoria que no parecía alcanzable en el transcurso de sus vidas. Para los enemigos profesionales de la revolución, lo que en efecto está ocurriendo es algo inaudito, casi inconcebible, que los pone en una situación vergonzosa e inestable. ¿Cómo serán financiados a partir de ahora?
En el lenguaje elegido por Obama para esconder esta derrota, no se dice que Cuba ha estado (y sigue estando pese a algunas flexibilizaciones) asediada, cercada, perseguida y agredida. Se dice diplomáticamente que Cuba fue “aislada” y que eso “no funcionó”: a una agresión única en nuestra época, por su encarnizamiento y su duración, se le minimiza llamándola “aislamiento”. Pero el problema es que la agresión sí funcionó perfectamente para empobrecer al cubano de a pie y envilecer a los que eligieron convertirse en aliados del agresor. Otro objetivo esencial del bloqueo ha sido impedir que el Estado cubano disponga de dinero para administrar, con éxito, logros como la educación, la salud pública y el cuidado de la niñez. Un objetivo de la prolongada agresión parcialmente logrado fue generar hastío en el espíritu de los bloqueados. Las víctimas de todo asedio terminan por culpabilizar a su propio gobierno de las salvajadas de que son objeto por parte de una potencia extranjera.
La insistencia del Presidente Obama en no hablar de historia para “no ser prisioneros del pasado” es comprensible en un líder que, para poder avanzar, tiene que aunar voluntades contrarias dentro y fuera de su gobierno. Pero no creo que eso contribuya al entendimiento mutuo. Una tras otra, todas las maquinaciones norteamericanas para desestabilizar a Cuba y arreciar las vicisitudes de sus habitantes han sido descubiertas, denunciadas y derrotadas. La historia del entrometimiento y los abusos de la embajada de Estados Unidos en La Habana debería ser una asignatura obligatoria para los nuevos diplomáticos.
Hasta el momento, cualquier personaje insignificante de la República Checa, España o Suecia, por sólo poner tres ejemplos, se miraban al espejo como héroes de una cruzada contra la revolución cubana. Diplomáticos o no, llegaban a la isla en plan de agentes hinchados, sabedores de cómo resolver los problemas de los guajiros de Mayarí o de los cuentapropistas del Cerro. Todavía el sueco Aaron Modig sigue dormido y sin recordar cómo su compinche Carromero, cancerbero del deplorable PP español, cometió un delito de imprudencia temeraria que mató a dos ciudadanos cubanos. El caso de Alan Gross es triste y elocuente. ¿Se repetirá el espectáculo de un James Cason dirigiendo a sus asalariados cubanos como un ridículo cowboy?
Estados Unidos debe ser sumamente cauteloso y no abrir heridas que están muy lejos de cicatrizar. Cuando elija su forma de actuar, la renovada estación de la CIA en La Habana debería tener pie de plomo. El Departamento de Estado ha anunciado que desde la nueva embajada podrá promover mejor “sus intereses y sus valores”. Los pueblos de Cuba y Estados Unidos anhelan cambios que conduzcan a la paz y al bienestar. En Cuba hay muchas cosas que deben cambiarse y los cubanos las están cambiando a su manera y a su propio ritmo, en ejercicio de su soberanía.
El “compromiso” del Departamento de Estado con el pueblo cubano no puede basarse en instituciones ofensivas como Radio Martí ni en las rebatiñas de dólares de la USAID, porque todo eso recuerda demasiado a la doctrina de Robert Torricelli, “to wreak havoc on that island.” En Cuba no es fácil olvidar esa tendencia contraria al derecho internacional y a la decencia, ya que la Ley Helms Burton, vigente aún en su desalmada totalidad, se basa en el espíritu y la obra de Mr Torricelli: devastar esa isla.
Entonces, ¿cuáles son los valores del Departamento de Estado representados por el bloqueo y la Ley de Ajuste? ¿Qué valores defiende Estados Unidos en el atolladero jurídico y humanitario de Guantánamo? Llegó la hora de los cambios. Todo diplomático estadounidense debe saber que la presencia de su gobierno en Cuba tiene una rancia historia con hedor a guajiros desamparados en las guardarrayas, explosiones mercenarias, cubanos de alquiler mendigando en sus jardines y privaciones de todo tipo en lo profundo del pueblo.
No obstante, tratemos de no hablar de historia. Olvidar lo malo, dice Martín Fierro, también es tener memoria. Y lo que todos anhelamos a partir de este 20 de julio no es más intervencionismo ni agresiones que provoquen nuevas luchas de consecuencias imprevisibles, sino más comercio, más cultura y entendimiento; más felicidad y bienestar, de modo que se cumpla la invocación de William Jennings Bryan y la justicia, al fin, nos mantenga amigos para siempre.
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