Bases del altar para misa del Papa Francisco en la Plaza de la Revolución
Foto: Cortesía de Roberto Suárez
Por Iroel Sánchez
En la Plaza de la Revolución José Martí en La Habana ya ha comenzado a levantarse el altar donde oficiará misa el Papa Francisco. Francisco será el tercer pontífice en hacerlo, en un recorrido que ya va cubriendo tres lados del cuadrilátero que ha marcado el acontecer de Cuba y también parte importante de la historia de América Latina.
En 1998 Juan Pablo II lo hizo delante de la Biblioteca nacional, en 2012 Benedicto XVI con el monumento de José Martí al fondo y ahora en septiembre de 2016 lo hará Francisco ante el Teatro nacional escoltado por las imágenes de Martí y el Comandante Che Guevara.
Este recorrido desde que en 1998 Juan Pablo II ocupó el punto más alejado de la imagen del Che en la Plaza hasta que Francisco se coloque justo entre dos símbolos como el Che y Martí pudiera ser casual pero el discurso que acaba de hacer el primer Papa latinoamericano en su encuentro con los Movimientos populares en Bolivia merece que su autor ocupe ese lugar.
Las relaciones entre Cuba y el Vaticano han tenido una evolución positiva en las útimas dos décadas. Juan Pablo II no solo fue el primer Papa en visitar Cuba, sino el primer Jefe de Estado occidental que tuvo el valor de aterrizar en La Habana después la desintegración de la Unión Soviética que sembrara en muchas cabezas la ilusión del fin de la Revolución cubana. No pocos llegaron a albergar la esperanza de que si Dios entró en La Habana sadría con el certificado de defunción del socialismo.
Fidel había sabido ver con anticipación y claridad la importancia y trascendencia de la visita:
“El Papa no es un hombre que se pueda manejar, no es un hombre al que se le puedan dar órdenes. No ocurrirá jamás con este Papa lo que ocurre con muchos líderes políticos en este mundo, que han querido venir a Cuba, que han hablado de venir a Cuba, y cuando los yankis se han enterado se lo han prohibido de manera total, y no han venido. Ellos habrían querido prohibirle la visita al Papa, si pudieran”.
Lejos de los augurios desde la industria cultural y mediática, la visita de 1998 fortaleció la Revolución y la Iglesia católica y el Estado cubano mejoraron su comunicación, respetando diferencias ideológicas.
Un ejemplo de esas diferencias estuvo en las visiones sobre el colonialismo y la conquista europea de América. Juan Pablo II dijo al llegar a La Habana “doy gracias a Dios, señor de la historia y de nuestros destinos, que me ha permitido venir hasta esta tierra, calificada por Cristóbal Colón como la más hermosa que ojos humanos han visto” a lo que Fidel respondió en su bienvenida:
“La tierra que usted acaba de besar se honra con su presencia. No encontrará aquí aquellos pacíficos y bondadosos habitantes naturales que la poblaban cuando los primeros europeos llegaron a esta isla. Los hombres fueron exterminados casi todos por la explotación y el trabajo esclavo que no pudieron resistir; las mujeres convertidas en objeto de placer o esclavas domésticas. Hubo también los que murieron bajo el filo de espadas homicidas o víctimas de enfermedades desconocidas que importaron los conquistadores…
“La conquista y colonización de todo el hemisferio se estima que costó la vida de 70 millones de indios y la esclavización de 12 millones de africanos. Fue mucha la sangre derramada y muchas las injusticias cometidas, gran parte de las cuales, bajo otras formas de dominación y explotación, después de siglos de sacrificios y de luchas aún perduran.”
Aunque la Iglesia ha ido asumiendo una posición crítica sobre su papel en la conquista de América y el propio Juan Pablo II se pronunció al respecto, nada se había dicho tan radical como lo afirmado por Francisco sobre el colonialismo “nuevo y viejo” en el encuentro de Movimientos populares en Bolivia: “Digamos NO entonces a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y culturas”. Bergoglio ha ido más allá, al plantear en Bolivia su enfoque de la relación entre la Iglesia, Dios y la historia:
“Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a los problemas contemporáneos. Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón.”
El actual Papa se ha referido también al “colonialismo ideológico” al condenar “la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural” y su crítica no ha quedado en el pasado, ha descrito el capitalismo contemporáneo, al que llama “sutil dictadura”, de manera demoledora:
“Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común.”
Pero, consecuente con que la historia la hacen los pueblos, Francisco ha planteado a los movimientos sociales tres “grandes tareas” para cambiar el planeta: poner la economía al servicio de los pueblos, unir nuestros pueblos en el camino de la paz y la justicia, y defender la Madre Tierra. El suyo no es un discurso descriptivo sino transformador de la realidad económica y social, “nuestra fe es revolucionaria, porque nuestra fe desafía la tiranía del ídolo dinero” ha dicho.
De un Papa del que algunos esperaban destruyera el socialismo cubano en 1998, a uno que parece querer destruir el capitalismo, pasando por la visita centrada en lo pastoral de Benedicto XVI, Cuba recibe tres pontífices, los tres con misas en la icónica Plaza de la Revolución.
Es que la Revolución cubana convirtió su centro político administrativo en el ágora de América Latina: la Plaza de la Revolución José Martí. Allí se proclamó ese documento capital de la historia latinoamericana que es la Segunda Declaración de La Habana y por ella han pasado las grandes voces representativas de los pueblos de América en los últimos 57 años.
Sólo sabiendo eso es posible comprender por qué en poco más de quince años tres Papas han oficiado allí, en la capital de una Isla pequeña, pobre, bloqueda y donde el catolicismo no tiene el peso que posee en otros países de Latinoamérica. Sólo Brasil, potencia económica y demográfica de la región, país con la mayor cantidad de católicos del mundo, ha recibido semejante privilegio.
Un Papa que habla de la “Patria Grande”, proclama “nuestra fe es revolucionaria” y dice a los latinoamericanos que “mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia” sabe lo que significa para el continente oficiar allí, entre las imágenes eternas del Ché Guevara y José Martí. (publicado en CubAhora).
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