Frank Fernández
Por Jesús Santrich
Es 14 de diciembre. En la Plaza de San Francisco de Asís mucha gente se arremolina frente a la Basílica Menor. Sólo falta media hora para iniciar la programación. Entre abrazos y saludos breves de amigos y gente sencilla y cordial que se acerca para desearnos lo mejor, la Delegación de Paz de las FARC - EP entra al sobrio recinto de La Habana vieja en el que se ha organizado el Concierto por La Paz de Colombia en homenaje a las víctimas, y el anuncio de lo que el día 15 sería la firma del Acuerdo sobre Víctimas y la promulgación de la Jurisdicción Especial para La Paz.
Este es un lugar de ensueños en el que todo impresiona por su solemnidad barroca y su hermosura. Un Cristo crucificado levita bajo los arcos de la Capilla absidal envuelto por el ámbar de una iluminación de fantasía que se explaya tenue por el crucero, entre las doce columnas que soportan esta monumental construcción de los frailes franciscanos del siglo XVI, convertida ahora en la mejor sala de conciertos de capital cubana.
No podría haber mejor escenario para el sublimar anhelos de reconciliación a partir del hechizo de la música que en esta fecha del último mes del año ha querido brindar el gobierno de la isla de Martí, contando con la generosidad infinita del Maestro Frank Fernández.
Ante un nutrido público que incluyó a las Delegaciones de Paz del Gobierno de Colombia y de las FARC - EP, a integrantes del cuerpo diplomático, a las Víctimas, a los miembros de la Comisión Histórica del Conflicto, a la Comisión Jurídica, a diversas personalidades del arte y la cultura en general y a amigos y amigas del Proceso de Conversaciones, el prodigio de Cuba dirigió palabras profundas expresando el deseo de reconciliación de la humanidad y en especial de ese rincón de la patria amerindiana que es Colombia; entonces, desbordado en solidaridad, el primer golpe de magia con el que el genio de Mayarí cautivó los corazones de los congregados, fue la interpretación de su propia versión del Ave María, de Bach - Gounod. Esta pieza representativa de lo más encumbrado del romanticismo europeo, fluyó de manera suave y sacra hacia los acordes de la Tercera canción de Ellens, la preciosa líes de Franz Schubert escrita en 1825 y convertida quizás en su obra más popular y más interpretada por innumerables artistas que la han cantado también con el nombre de Ave María.
Pero la noche del 14 de diciembre la prestidigitación pianística de Frank Fernández le ha puesto el timbre de la voz de Dios para hacerle un homenaje a las víctimas de la guerra en Colombia y para dejar caer, como el mismo maestro lo ha dicho, un grano de arena y una gota de agua” en favor de nuestra anhelada paz que no llega. En las manos de Frank, estas obras germinadas de la pródiga creatividad de encumbrados demiurgos del romanticismo, se llenaron de sacralidad en el escenario sobrio de la Basílica mientras palpitaban los corazones de gente aunada por el propósito de la hermanación. Y es que la música del poema a la virgen es como el alma del mismo. Digamos que es como un espíritu sonoro y ágil hecho de amor que reboza las mentes al incorporar el arreglo impecable de Frank, que convierte lo de Schubert, en preciosa caricia para las más profundas fibras del alma, hasta el punto de hacer emerger de la solemne congregación, un ¡ bravo !, que desgarró el epílogo suave de su interpretación maravillosa.
Si bien parecía que estábamos en la cumbre de la noche, el salto a Frederick Chopin con sus valses cortesanos tan extraordinariamente sensibles como sus Scherzos, nos condujo a la reconfirmación de que tienen razón quienes lo llaman el poeta del piano, quizás porque en su imaginería, fulge una aureola de pálpito y corazonada que nos pone de presente su rostro blanco y antiguo trazado por Delacroix, pero ahora bajo el sortilegio de Frank, repitiéndonos en verbo de partitura el verso iluminado de Gerardo Diego: "Estoy oyendo y estaré oyendo siempre a este mirlo de esta tarde, de aquella aurora, a este uno y mismo Federico mirlo, purísimo Chopin, mirlo negro, rosa y verde de mi eternidad"
Al hablar de Chopin, nuestro Frank se ha referido especialmente al vals del minuto, explicándonos que también le llaman el vals del perrito, una pieza para piano en Re bemol mayor de 1846, indicándonos no tomar el tiempo, porque su nombre según Herbert Weinstock es tal no porque “minute” fuera "minuto", sino que significaba "pequeño". Nos cuenta Frank que también se le llamaba Vals del perrito, porque al parecer fue inspirada por la gracia rítmica de un perrillo jugueteando para morderse la cola".
La conexión espiritual que logra Frank en breve tiempo, entre Bach, Schubert y Chopin se agranda por la manera como transita de la dulzura triste de este último a los estremecedores acordes del cuarto movimiento de la Suite Andalucía. Esta pieza, Gitanerías, del maestro cubano Ernesto Lecuona fue seguida por Córdoba, que originalmente es el primer movimiento, luego la popularísima Comparsa que no hace parte de la Suite, y el último movimiento de Andalucía conocido como Malagueña.
Recordemos que todos estos movimientos fueron elaboradas por separado y se organizaron como bello conjunto en la también llamada Suite Española en 1919 por el propio Lecuona, quien al momento de crearla aunque no conocía el país peninsular, logra una magnífica representación de la región de Andalucía, de sus danzas tradicionales que en manos de Frank Fernández retoñan en formas y ritmos llenos de cíngara vitalidad.
Este trasegar entre raíces africanas y españolas, aún con la incuestionable popularidad de la Malagueña, alcanzó un momento especialmente conmovedor cuando el hijo de Altagracia, con indescriptible expresividad tocó la Comparsa; poderosa interpretación que llenó de vehemencia, pasión y de gozosa improvisación celestial, de tal manera que lo clásico y lo popular se volvieron un mismo ensueño explosivo, enérgico y colorido, logrado por un ser que haciendo del piano la extensión de su todo se transforma, y como poseído por una divinada misteriosa tiembla de emoción y gesticula con arrebato y pasión, haciendo acrobacias con sus manos que van y vienen, saltan, se entrecruzan, y perfectas tocan el teclado una y otra vez, cautivando con su entrega y su penetrante vigor interpretativo, sobre el que inevitablemente terminan callando avalanchas de aplausos y ovaciones.
Después de un breve silencio, como un "celaje tierno de allá de Oriente", llegó hasta nuestros oídos la música de la hermosa composición del trovador cubano Sindo Garay, Perla Marina, evocando los corales, la fragancia misma de la violeta, el Ángel de nuestros sueños y el idilio de los poetas... Tierno tránsito Caribe hacia la pampa argentina, donde Frank nos transportó con la sublime canción de Atahualpa Yupanqui, Los Ejes de mi Carreta; poesía bucólica, encanto de lo profundo, nostalgia pura, añoranza del campo y de la tierra, andanza de la pobreza melancólica del hombre sencillo y trabajador de Nuestra América sufrida...; y siguiendo, siguiendo esta huella, andando, andando los caminos del teclado, Frank ascendió al espinazo andino de Chile dejando derramar en llanto de piano las notas de Gracias a la Vida, la preciosa canción de inspiración folklórica de Violeta Parra; obra catalogada como profundamente humana y universal, un verdadero himno humanista incluido en el álbum Últimas Composiciones, que la artista público en 1966, un año antes de su suicidio.
No parecía posible para muchos de los presentes dejar de susurrar la tristeza oscura de los versos de Violeta Parra, con una suavidad reverencial casi imperceptible entintada de dolor y de nostalgia: “gracias a la vida / que me ha dado tanto / me ha dado la marcha / de mis pies cansados...". Profunda reflexión, grito de libertad, natural oda a la existencia que envolvió en los lamentos indecibles de cada nota virtuosa que nos invadía, hizo que se estremecieran nuestros sentimientos.
Los aplausos nos devuelven al escenario, los asistentes evidentemente emocionados dicen ¡ bravo, bravo !, silban y se ponen de pie hasta que con un gesto, el maestro indica que continúa su presentación. Como en cada segmento del concierto lo venía haciendo, anunció lo que seguía; entonces, a cada instante más formidable, tras evocar a las pianistas colombianas Pilar Leyva, Teresita Gómez y a Ruth Marulanda, las previas disculpas que hizo por su "poca pericia" en la interpretación de los aires colombianos andinos quedaron desvanecidos al irrumpir con técnica precisa y preciosa con Los Cucaracheros, bambuco del compositor bogotano Jorge Añez Avendaño, cuya hechura mestiza hizo inevitables las expresiones de jolgorio de las delegaciones de paz tanto del gobierno como de las FARC - EP que visitaban la Basílica.
Inevitablemente la memoria se traslada a nuestra querida patria, recordándonos que "El que en Bogotá no ha ido con su novia a Monserrate, no sabe lo que es canela, ni tamal con chocolate"... ; y entonces, consecutivamente, como en un brindis de alegría sonó el tema Vino Tinto, deslizándose en los dedos, saltando, andando y retozando sobre la rutina planimétrica de los tres cuartos, tersa y vertiginosamente conjugada por Frank en ejercicio de la modalidad instrumental fiestera que caracteriza al famosísimo pasillo del compositor colombiano Fulgencio García.
Con Colombia en el pecho y con la admiración al tope, por la manera inigualable de interpretar del maestro Fernández, recibimos entonces el anuncio de la Suite para dos pianos, compuesta por él mismo. De los cinco temas que la integran escuchamos regocijados el Vals Joropo, la Conga de Medio Día y el Zapateo por Derecho. Con la ayuda del sonidista, el audio de un piano pre grabado por el mismo Frank, irrumpió en sincronía total con el de la sala. La energía desbordada y la sofisticación métrica y rítmica en el conjunto se fueron poniendo de presente a través de una ejecución magistralmente soberbia, arrolladora con la conga en carnaval, que sin duda puso a cada instante más y más en alto la dimensión superlativa de la música de esta isla encantadora, y la tradición del zapateo cubano enriquecido aquí con el rítmico joropo Colombo-venezolano en un cierre que, sin duda, convierte este certamen, por su calidad y por sus propósitos altruistas, en el concierto del año.
Como era de esperarse, los aplausos del gran final parecían inacabables; entonces, del público que estaba de pie, repentinamente salió corriendo hacia donde el Maestro, un pequeñín de unos cinco años de edad, quien lo alcanzó ya parado junto al piano; cuando Frank se agachó a saludarlo, espontáneamente, con rostro de felicidad y ternura, el chico le dio un beso en la mejilla que el Maestro correspondió con caricias hasta el niño retornó a los brazos de su madre. En ese instante Frank prosiguió su retirada...; los aplausos y vítores no cesaron, de tal suerte que tocado por el clamor de un público que no lo quería dejar marchar, retornó sonriente para con su buen genio de siempre darnos un hasta pronto de amigo y hermano, con la interpretación dulce de Noche de Paz, Noche de Amor.
Con la composición célebre del sacerdote austriaco Joseph Mohr y del organista también austriaco Franz Xaver Gruber, el apreciado Frank ha dejado a quienes intentamos una salida dialogada a la terrible confrontación fratricida que desangra a Colombia, un poderoso mensaje que trae el recuerdo de aquel pasaje de la Primera Guerra Mundial en que durante la tregua de Navidad de 1914 la canción que era conocida por los soldados de ambos frentes fue cantada simultáneamente en inglés y en alemán.
Epílogo:
Con razón dijo alguna vez el gran pianista Víctor Marzhanov, encumbrado Maestro del teclado y pedagogo ruso refiriéndose a Frank Fernández, que "su sonido se caracteriza por un cantábile tan personal y expresivo que uno es capaz de reconocer su interpretación aún sin estarlo viendo". Y ciertamente que escucharlo es como estar volando por los cielos...
Pero la noche avanza, y el concierto que termina comienza a germinar en gestos de cordialidad de los asistentes que se retiran entre abrazos, comentarios preciosos y sonrisas. Personajes como Humberto de la Calle y Timochenko se dan la mano deseándose un cierre de año sin contratiempos. Al lado de ellos Piedad Córdoba y Álvaro Leyva junto a las víctimas invitadas tienden sus manos a las decenas de personas que se arremolinan para despedirse. Entre ellas, se observa a los académicos integrantes de la Comisión Histórica del Conflicto y los de la Comisión Jurídica, y aunque no es día de labores en la Basílica, todos sus trabajadores se pusieron a disposición cuando se enteraron que la jornada que se realizaría estaba dedicada a La Paz de Colombia. Estos compañeros también se han hecho presentes para abrazarnos y expresarnos su apoyo.
Mientras los adioses se van dispersando y diluyendo entre la nave y la plaza vieja, Frank y la chelista Alina, una de las organizadoras del certamen y esposa del Maestro, regresaron para compartir un instante con la Delegación de Paz de las FARC - EP que ha solicitado su presencia. En el altar, junto al piano, las expresiones de gratitud a Cuba, a su pueblo y en especial a este gran ser humano hecho de bondad que ha actuado con absoluto desinterés personal y rebosante de amo, las encabezan Timo e Iván Márquez, mientras el resto del Secretariado, los guerrilleros y las guerrilleras los rodean con su calor y su cariño.
¡ Qué noche inolvidable !
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