Por Ilka Oliva Corado
No puede uno andar por la vida destiñendo, ahí descolorido, con un paso aquí y otro allá, todo patantaco y tibio y rajón. Hay que decidirse y tomar partido, uno no puede ser imparcial ante lo injusto, ante el despotismo. Ante el irrespeto. No puede andar uno por la vida siendo agua de calcetín y mucho menos chilate. Tenemos que ser consistencia. Ser neutrales ante lo ilícito nos convierte en cómplices, en solapadores. En vergüenza de la humanidad. Nos convierte en chirajos tufosos a disimulo y a estiércol. Automáticamente nos implica.
No podemos andar por la vida como si no es con nosotros, diciendo con desgano “allá que vean ellos cómo salen”. Tenemos que dejar el yoísmo y convertirnos en nosotros. Pensarnos en colectivo. No podemos andar por la vida con ese individualismo de burbuja en algún lugar de la atmosfera, no somos islas, somos un todo, somos la estructura de un núcleo. Somos el corazón de una célula. Tenemos que dejar ese egoísmo que nos caracteriza como andrajos de humanidad y convertirlo en solidaridad. Tenemos la obligación de desapestar, de preguntar, investigar, dudar, insistir. Quienes han tenido oportunidad a la educación superior tienen un compromiso mucho mayor porque son parte de la élite, de los privilegiados, y no se deben quedar solamente ellos con ese beneficio, tienen que expandirlo, tienen que llevarlo a los pueblos, a todas las clases sociales. Deben pelear para que todos sin distinción de ningún tipo tengan acceso a los beneficios de la oportunidad. A un sistema incluyente.
Es obligación moral, humana y política que el docente universitario despierte la mente del alumno, que lo motive, que lo incite, que lo haga dudar, que lo haga pensar y que lo estimule de tal manera que el apremio lo haga formular un análisis propio. ¿Cómo se logra? Haciendo las cosas como se deben, devengando ese salario con honradez, no perdiendo el tiempo, aprovechando cada segundo y yendo por el kilómetro extra. Exponiéndose, siendo irreverente y emancipador. El docente universitario tiene la obligación y responsabilidad de liberar la mente de ese alumno al que el sistema lo tiene convertido en un costal de papas. Cualquier docente que utilice su postura para manipular, atontar, someter e insensibilizar a sus alumnos es una porquería de ser humano y no merece ser parte de tan loable profesión.
¿Cuál es la responsabilidad del alumno? No quedarse solo con lo que el docente dice, su responsabilidad es investigar, leer y leer, enfocarse, desconfiar, utilizar su sentido extrasensorial. Aprovechar el tiempo. Convertir un concepto en un rompecabezas para armarlo y desarmarlo las veces que sean necesarias, hasta quedar satisfechos, hasta calmar la sed y reponer fuerzas para ir por otro y lograr despertar ese seso. Hasta lograr tener un criterio propio combativo a toda imposición. Un criterio emancipador.
No podemos ser tan mediocres y entregarnos así sin oponer resistencia, no podemos dejarnos consumir lentamente por este sistema colonial. No podemos y no debemos entregar las armas y rendirnos, siendo que somos los privilegiados de un sistema de educación que se empecina en mantenernos dopados y ocupados en vanidades y en yoísmos inservibles. Nuestra mejor arma es la educación y también es la de ellos, la de los opresores, saben que por medio de la educación nos pueden lavar el cerebro, nosotros debemos demostrar que esa educación es nuestro escudo, nuestra coraza y nuestro arpón.
La emancipación viene de la mano de la conciencia, de la identidad, de la justicia, de la Memoria Histórica. Tenemos que conocer nuestra historia, nuestra raíz, nuestro deber es defenderla. Nuestro deber es terminar con la imposición de todo tipo.
Nuestro deber es pelear por una sociedad inclusiva, por un sistema que brinde oportunidad, que respete los Derechos Humanos.
Todo egresado de la educación superior deber devolver lo que ha recibido, dárselo al pueblo, ser para el pueblo. No debe ser arribista ni aprovechado. No puede permitirse la canallada de la traición, de someter al de menos recursos, de aprovecharse de los que ignoran, de los que carecen. No puede seguir hundiendo a su pueblo en la miseria y la esclavitud.
No puede ser neutral ante lo injusto. Tiene la obligación de tomar partido. Todos tenemos la obligación de tomar partido, de luchar desde donde pueda, desde donde se lo permitan sus recursos y sus circunstancias. Tiene la obligación de levantar la voz. De no quedarse callado. Tiene la obligación de hablar a palabra clara y ser cabal.
Todos tenemos la obligación de actuar, de no dormirnos en nuestros laureles. Tenemos la obligación de salir de nuestras burbujas donde nos resguardamos de lo que nos cuestiona y nos encara. Todos, los de los oficios y los de las profesiones. Todas las voces son necesarias, todas las manos son construcción. Que no nos intimiden los títulos, el dinero, la clase social de otros. Que no nos intimide la ropa fina, las palabras rebuscadas, los modales de etiqueta. Eso solo ornamento. Somos seres humanos y todos valemos lo mismo ante la igualdad social y la equidad de género.
Y esto lo debemos aplicar en todo, en la ideología política, en nuestro día a día. Ante la violencia de género, la desigualdad social, el racismo, la exclusión, ante el clasismo.
Este mundo está patas arriba gracias a nuestra inconsistencia colectiva, a nuestro celo territorial, al patriarcado, a la misoginia, a la colonización, al racismo del que somos parte. De ese clasismo del que nos jactamos. Somos seres humanos no objetos manipulables. Tenemos la obligación de hacer despertar ese seso, de utilizar el cerebro en unidad con el corazón. La obligación de hacer funcionar nuestro acto reflejo colectivo. No permitamos que nos consuman hasta dejarnos en cenizas. No tengamos el descaro de beneficiarnos a costillas de otros. Démonos el valor que merecemos como seres humanos.
Cualquiera que ante cualquier injusticia decida ser neutral sepa que con su pasividad e indiferencia es parte de la impunidad. Que será cómplice por los siglos de los siglos.
La pregunta que queda en el aire es si, ¿somos lacayos rajones o somos ocote verde?
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