Por Dr. Salvador Capote
Por estos días hay ambiente de fiesta en el Versalles, sitio emblemático de reunión de la ultraderecha anticubana de Miami, no por la época del año sino por causa de un artículo especialmente venenoso publicado esta semana por el cineasta cubano Juan Carlos Cremata. El artículo, recibido como regalo de Navidad por quienes han hecho de atacar a Cuba profesión y lucrativo negocio, resume en 13 puntos lo que podría ser un manual del perfecto oportunista o, mejor aún, un conjunto de apuntes para autobiografía.
Tal vez al leerlo en Cuba, y por la ausencia de originalidad, el lector se habrá preguntado: ¿dónde he leído esto anteriormente?, pero el lector de Miami, por el contrario, se pregunta: ¿dónde “no” he leído esto anteriormente?, porque en el lenguaje, el estilo y las patrañas se reconoce de inmediato a los frustrados, rencorosos y odiadores de siempre, es decir, al enemigo.
Lo curioso es que los mismos que hoy disfrutan en Miami de su lectura y difusión, incluyendo a personajes como Luis Posada Carriles, son los mismos que en 1976, hace casi exactamente medio siglo, celebraron eufóricos el derribo en pleno vuelo de una nave de Cubana de Aviación, cerca de Barbados, con 73 personas a bordo, en cuyo atentado terrorista murió Carlos Cremata, padre del autor del mencionado artículo, quien se alínea ahora con los asesinos de su padre.
Al no poder distinguirse, como su hermano Carlos Alberto, director de La Colmenita, por el humanismo y la excelsitud, probó a distinguirse con la vulgaridad y la bajeza y se dio a la tarea de elevar los detritus de la marginalidad a la categoría de bellas artes; parecía creer como Andy Warhol, la famosa figura del arte pop y pionero del movimiento gay estadounidense, que “el arte es salirte con la tuya” (“Art is what you can get away with”).
Durante mucho tiempo, Juan Carlos viajó por medio mundo ganando experiencia y fama a costa del Estado cubano, y como su demasiado exquisita sensibilidad no le permitía (confesado por él) (*) resistir las dificultades y escaseces del período especial (“Yo no pude con eso. Me da un poco de pena decirlo porque yo sé que fue algo que marcó este país. Pero no pude.”) se fue a vivir a Chile, luego a Argentina y después un año en New York en espera de mejores tiempos. Su formación intelectual, que debe totalmente a la Revolución, la empleó para tratar de imponer como genial un arte mediocre, y pretendió mostrar como necesario para ennoblecer nuestra comprensión del arte y de la vida, lo que era simplemente repulsivo: incursiones demasiado frecuentes en un mundo rayano en la pornografía, aberrante en ocasiones.
No profundizaré, por supuesto, en este aspecto sórdido de su quehacer “artístico”, que haría seguramente las delicias de los profesionales del psicoanálisis freudiano si no fuera porque con la profusión de escenas y alusiones al sexo explícito que ofrece en sus obras, resultaría redundante que Freud nos explicase los contenidos sexuales ocultos.
Estimo que las autoridades cubanas hicieron caso omiso de estos desvaríos por la misma razón que ahora no responden, al menos oficialmente, a su venenoso artículo: por respeto a la memoria de su padre, víctima del terrorismo contra Cuba, y al prestigio bien ganado de su hermano, dentro y fuera de Cuba, con su arte verdadero, este sí genial y de valores universales.
Creo que solamente alguien que posea un ego sobredimensionado, una colosal vanidad, es capaz de escribir un artículo como ése. El infeliz no sabe que cuando alguien como él sale del closet y se define como enemigo, la atmósfera se limpia, el aire queda más puro, y se respire mejor.
(*) Entrevista con Margaret Atkins (www.lahabana.com)
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