Por Ilka Oliva Corado
Acostumbrados a tirar la piedra y a esconder la mano, los guatemaltecos somos truchos en el arte de del tin marín de dos pingüé. Nunca nos hacemos responsables de nuestros actos ineptos que, en votaciones, son el catalizador de nuestras lecturas de carácter alienante. De nuestra ideología de medias tintas, de nuestra incapacidad de reacción, de nuestra flojera a la resistencia, de nuestra indolencia a la tragedia ajena (causada por nuestra esterilidad colectiva). Que son el reflejo de una mentalidad colonizada, misógina, patriarcal y egoísta.
En cambio somos la excelencia para vivir de apariencias, discriminar, para ejercer (hombres y mujeres por igual) la violencia de género (sutil y despiadada). Somos la guinda del pastel para todo lo que se trate de meter zancadilla a quien intenta salir adelante, y somos la perfección para utilizar a los demás como escaleras, nos encanta pasar encima de los demás para alcanzar nuestros objetivos mezquinos corroídos por el egocentrismo que nos deshumaniza más y más.
Somos diestros para las fotos, los contactos, para la chaqueteadera, para los cumplidos que nos salen de nuestra doble moral. Eso somos: el núcleo de la doble moral. Y para la consecuencia, para lo que exige acción a pesar de nosotros mismos somos huevos de sombra. (Quién es de pueblo entienda).
Guatemala es un país podrido, un país en decadencia, un país infructuoso. Un país que cada día se hunde más. Somos nosotros los guatemaltecos los únicos responsables de esa catástrofe. Podemos decir con nuestras patadas de ahogados para alcanzar a darnos tres golpes de pecho y evadir responsabilidad que, la injerencia viene del exterior. Pero nosotros también somos quienes dejamos que la injerencia que viene de afuera nos aniquile, cuando damos nuestro voto a una banda delictiva que desde el gobierno entrega los más preciado de nuestro pueblo. En estos tiempos de “democracia” no nos están imponiendo gobiernos, somos nosotros los votantes los que nos ponemos la soga al cuello cuando elegimos a un truhán y a la dictadura silenciosa que representa.
Todo se liga y se desliga de un voto continuamente, lo que representa para un país tan golpeado para Guatemala seguir por el camino de la hegemonía derechista, por el sendero de la manipulación; estafa, saqueo, opresión, impunidad, injusticia, aprovechamiento y deslealtad. Un voto es un aval que permite a un gobierno despojar a su pueblo a carta abierta.
Guatemala infestada de impunidad por donde se le vea, en sus tres poderes: el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Hablando propiamente de gobierno y de sus bandas delictivas que se propagan por todos los sectores. De se espeluznante tráfico de influencias. Culpamos a los gobernantes, ¿y quiénes eligieron a esos gobernantes? ¿En dónde está nuestro compromiso para respaldar nuestros actos?
En cuanto a lo que se desliga del voto está nuestra actitud del día a día y la responsabilidad de ser personas conscientes y responsables cuando no hay nadie observándonos. En eso los guatemaltecos quedamos debiendo. Porque generalmente hacemos las cosas para quedar bien con los demás y en muchas ocasiones yendo en contra de nuestro propio criterio. Somos tan bandoleros como las bandas de criminales que desmenuzan el país. Somos tan culpables como quien viola, como quien embaraza a una niña cuando la viola, como quien comete feminicidio. Porque lo solapamos con nuestro silencio y con nuestra actitud apática. Somos tan culpables como quien golpea a una mujer, porque como toda reacción alcanzamos a afirmar que seguramente la víctima lo provocó. Somos portadores de la violencia de género en todos sus niveles, así mismo del clasismo y de la discriminación. Somos ese virus incurable porque los propagamos a nuestras anchas.
Somos tan culpables de que niñas, adolescentes y mujeres mueran realizándose abortos clandestinos porque, con nuestra inhumanidad, nos negamos a legalizar el derecho al aborto. Somos tan culpables de las “violaciones correctivas” que sufren mujeres homosexuales, bisexuales y transgénero porque la homofobia nos corre. A nosotros también nos deberían de enjuiciar por solapadores. Igual de culpables por los crímenes de odio contra la comunidad LGBT porque somos cachurecos a morir, fanáticos de dogmas estereotipados e inhumanos, cuna del patriarcado.
Somos un país que le niega a la infancia y a las mocedades el derecho a la educación, a la salud, a la recreación. Vaya pues, a una vida integral. Les arrebatamos las sonrisas y se las convertimos en lágrimas, en inmensos obstáculos imposibles de vencer, en traumas emocionales. Somos culpables de sus suicidios, de una vida adulta rezago de un crecimiento marcado por la exclusión y la humillación.
En lo más mínimo somos irresponsables. Ahí están los árboles en cualquier arriate y en cualquier parque que son utilizados como orinaderos por los hombres. Las calles con toneladas de basura porque ni siquiera eso podemos hacer, poner la basura en su lugar. Buenos para regatear a los vendedores de mercado pero ni pío decimos en los supermercados con los precios de empresarios oligárquicos. Y eso sí somos la excelencia para meternos en la vida privada de los demás.
Guatemala no tiene para cuándo salir del agujero donde la tenemos, primero tendríamos que irnos a vivir a la quinta… Para que otros ajenos a nosotros realicen la broza, para deshierbar y abonar, para sembrar la semilla nueva limpia de todo estereotipo, patriarcado, misoginia, colonización, homofobia, imbecilidad y doble moral. Para que florezca responsable, consecuente, leal, digna, con identidad y sobre todo llena de amor.
A Guatemala quienes la arruinamos somos nosotros los guatemaltecos. Somos nosotros los que tenemos que cambiar, empezando por nuestra familia, comunidad y seguir con todo lo que está a nuestro alrededor. Pero qué va, si apenas salimos a broncearnos unos cuántos sábados de carteles de colores y panderetas para fingir consecuencia política y humana, y tomar la foto del recuerdo. Y después retornamos a nuestra apatía perenne dando nuestro voto a la continuidad del saqueo y de la colonización. Solo los guatemaltecos tropezamos mil veces con la misma piedra, al parecer nos encanta rompernos la cara a cada rato.
Que no se nos olvide que somos responsables de cada muerte violenta, de cada violación, de cada feminicidio, de cada cría muerta por hambruna, de cada persona muerta por falta de insumos en los hospitales. Somos culpables de cada persona analfabeta en el país. Somos responsables de cada río contaminado, de cada saqueo, de cada injerencia extranjera en el país. De que cada estudiante universitario al finalizar la educación superior se convierta en un truhán del saqueo y no es un ser humano digno de cada palabra y acción.
Los podridos somos nosotros, no Guatemala. Guatemala es poesía, encanto y amor. No nos meremos el país que tenemos. Guatemala es demasiado hermosa y monumental para un pueblo tan ruin como el nuestro. ¿Hay algún aliciente de que las cosas cambien? Bueno, pues seamos parte, no nos quedemos afuera, como típicos mirones indiferentes.
Aquí, a la vuelta de la esquina, entra el siguiente año y este que se va nos deja el sabor amargo de las altas tasas de feminicidios, muerte de pilotos, limpieza social, saqueos millonarios, ecocidios, niñas violadas y embarazadas, hambruna y pobreza extrema. Y a miles de guatemaltecos fuera del país porque se vieron forzados a emigrar. A ver si el otro año dejamos de ser mediocres y hacemos algo por comenzar a merecer un país tan majestuoso como Guatemala.
Nota: Y no es echar sal sobre la herida, pero alistémonos porque lo que se nos viene encima (y ya se está dando) con este nuevo gobierno es catastrófico. Y demás está decir que este artículo no es generalizado, pero quienes se sientan aludidos si les queda el guante busquen el par.
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