Por Gustavo Robles
Más allá de la extraordinaria convocatoria popular que genera el repudio al golpe genocida perpetrado el 24 de marzo del 76, más allá del aborrecimiento a los militares asesinos que dirigieron aquel horror, más allá de la cárcel a los principales responsables uniformados, más allá del resentimiento que tiene la gran mayoría del pueblo por todo aquel que porte un uniforme (efecto cultural de aquel proceso), el objetivo para el cual se dió el golpe ha triunfado nítidamente en la sociedad argentina.
Decir que el golpe que derivó en la peor dictadura de nuestra historia fue cívico - militar - eclesiástico es correcto. También que fue claramente fogoneado por los centros de poder internacional, por las potencias imperialistas, especialmente EE. UU. y Francia, cuyos dos mandatarios actuales, casualmente, acaban de visitar nuestro país envueltos en la admiración de los medios de comunicación masivos y de parte de la población. Entonces, si empezamos a denominar a las cosas por su nombre, veremos que el militar fue sólo un aspecto de aquella oscuridad. La Iglesia - institución apoyó la tarea sucia de los milicos, aportando sotanas en toda reunión cupular y también en las catacumbas donde se torturaba, para aliviar no el indecible dolor de los compañeros que la padecían, sino la “conciencia” y “el alma” de los torturadores a quienes les aseguraban que no tendrían problemas para “entrar al cielo después de la vida” a pesar de las atrocidades que cometían. Sin embargo, hoy la Iglesia - institución vive su nivel más alto de aprobación popular, incrementada con el Papa argentino que encabeza a esa gran multinacional llamada Vaticano.
Las recientes visitas de los presidentes Hollande de Francia y sobre todo, la del “simpático” Obama de EE. UU. fueron consideradas como positivas y aduladas por los medios y una parte importante de la ciudadanía. Olvidan (o mejor dicho, quieren hacer olvidar) no sólo el papel nefasto y fundamental de las dos potencias en nuestra historia y en el golpe específicamente, sino en la actualidad donde sus ejércitos imperiales han masacrado y masacran millones de seres humanos en Irak, el Kurdistán, Siria, Afganistán y apoyan el genocidio del Estado Fascista de Israel contra el pueblo palestino, sin dejar de mencionar las recientes incursiones en Libia o la mismísima ex Yugoslavia. Esas potencias son las que, a través de sus corporaciones, nos saquean desde hace décadas y piensan seguir haciéndolo.
La legitimación que ha adquirido el sistema financiero globalizado, el mismo que fraguó la deuda que nos tiene atados de pies y manos y cuyos grilletes no han roto ninguno de los gobiernos posteriores al ' 83, ni siquiera los que tuvieron un discurso más duro con ellos, como el kirchnerista, que fue el que mejor les pagó; la legalización del pago a los más recalcitrantes “acreedores”, llamados buitres como si los otros no lo fueran también, es prueba más que suficiente de ello.
Ya nadie se acuerda del fallo del juez Ballesteros en el 2000, que declaraba esa deuda “ilegal, ilegítima y fraudulenta”.
No podría ser completo un análisis de la dictadura genocida sin tener en cuenta el apoyo, financiamiento y colaboración de las grandes empresas, tanto las multinacionales como las del empresariado local de aquella época, hoy convertidos también en corporaciones multinacionales. Los conocidos Ford, Mercedes Benz; la banca, como el HSBC, CitiBank, Lloyds, Deutsche, sumados a la oligarquía encabezada por Martínez de Hoz como ministro de Economía del Proceso, la Sociedad Rural, Techint, Ledesma, Blaquier, Pérez Companc, Roggio, Bulgheroni, Fortabat, Macri o incluso los grupos periodísticos como La Nación o Clarín, han salido indemnes de todos los procesos iniciados contra los responsables de aquel periodo obsceno. Y no sólo eso, sino que sus empresas han crecido de manera astronómica aún en los tiempos del gobierno que decía combatirlos en los últimos y pasados 12 años. Esos son los verdaderos responsables intelectuales, beneficiarios y vencedores del proceso iniciado el 24 de marzo del ‘ 76.
A ellos, nadie los toca. Ni la conciencia popular.
No hay que olvidar a los colaboradores traidores del sindicalismo argentino, como los Triaca (padre del hoy ministro de Trabajo de Macri) o los Gerardo Martínez (soplón del Batallón 601 para entregar trabajadores, hoy al frente de la UOCRA y referente sindical del kirchnerismo).
Tampoco el proceder de los partidos políticos. La UCR golpeando las puertas de los cuarteles y el peronismo gobernante firmando el “decreto de aniquilación de la subversión” allá por 1975, luego de haber creado a la Triple A sólo unos años antes. Que dos colaboradores de la dictadura que se enriquecieron aprovechándose de los más humildes con la 1050 de Martínez de Hoz, hayan llegado a la presidencia, “lavado” su pasado y logrado legitimarse ante millones de compatriotas con un engañoso discurso pro derechos humanos mientras se olvidaban de los DD. HH. del presente, es una cabal demostración de la derrota de una parte de la consciencia popular de aquella época. Esos dos colaboradores, que sacaban solicitadas a favor de los militares, fueron Néstor y Cristina Kirchner.
La dictadura genocida, cívico - militar - eclesiástica - empresarial - imperialista llegó a la Argentina por un motivo: la necesidad de la burguesía imperialista de terminar con las guerrillas insurgentes en todo el subcontinente (surgidas al calor fundamentalmente de la Revolución Cubana, pero apoyadas en la injusticia innata del sistema capitalista y la lucha de clases), para lo cual creó el Plan Cóndor. El objetivo fundamental era el de terminar, de una vez por todas, con el avance de la conciencia de la clase trabajadora en su lucha no sólo por mejores condiciones de vida, sino lisa y llanamente por “el poder” para crear otro tipo de sociedad, una socialista modelada por los trabajadores.
A la vista de lo que hoy vivimos, donde la clase trabajadora vota a sus propios verdugos y su lucha se ve reducida a tratar de que “la exploten de la manera más humana posible”; del imperio de la sociedad individualista y de consumo, donde nadie respeta a su prójimo; del enseñoreamiento de los representantes de las potencias imperialistas; del envalentonamiento y enriquecimiento de las empresas multinacionales y sus socios mamporreros vernáculos; de la injerencia que ha logrado la oscurantista cruz de la Iglesia; en definitiva, del capitalismo que no se cuestiona como sistema imperante, incluso por algunos que se autoproclaman “de izquierda”, no cabe duda que ha triunfado el modelo de sociedad para lo cual se instaló aquella dictadura, más allá del repudio a los militares y el encarcelamiento de los genocidas uniformados.
Ése es el verdadero triunfo: mientras las masas trabajadoras salen a marchar por la Memoria, sus explotadores disfrutan de su Presente, enriqueciéndose como nunca antes en nuestra historia.
Están bien las marchas, son correctas las consignas, emocionan hasta los tuétanos, pero no bastan. Para honrar la memoria de los 30.000 compañeros que hoy no están, hay que hacer posible la sociedad por la que ellos lucharon y murieron. La acción de todo pretendido revolucionario, de todo aquel que quiere verdaderamente cambiar este estado de cosas por otro realmente equitativamente justo, debe ser unirse, organizarse, denunciar y luchar contra los que hoy gozan de sus vidas gracias a aquel golpe nefasto y siguen explotando a seres humanos para enriquecerse sin límites.
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