Foto: Al Mayadeen
Por Iroel Sánchez
La política exterior cubana como supuesta causa de la hostilidad estadounidense contra la Revolución fue recurrente en el discurso de la Casa Blanca sobre Cuba hasta el fin de la Guerra fría.
La alianza con la URSS, el apoyo a los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo, y la presencia de tropas cubanas en África como respaldo a la soberanía de naciones agredidas desde vecinos apoyados por Washington, eran enarbolados por EE. UU. hasta inicios de los años noventa para justificar su política hacia Cuba.
Esos pretextos fueron sustituidos entonces por el cuestionamiento al modelo económico, político y social cubano desde la retórica estadounidense de los Derechos Humanos y la democracia que puede traducirse en la aceptación del capitalismo dependiente y élites serviles a EE. UU. si se lee la aún vigente “Ley para la libertad y la solidaridad democrática cubana”, o Ley Helms Burton, firmada por Bill Clinton en marzo de 1996.
En enero de 2014, la aprobación en la Cumbre de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) de la declaración de esa región como Zona de Paz que al proclamar “el compromiso de los Estados de la América Latina y el Caribe de respetar plenamente el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político, económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la convivencia pacífica entre las naciones” respaldó la alternativa de sociedad defendida por Cuba y rechazó de manera unánime -incluyendo el voto de cercanos aliados de EE. UU. como México y Colombia- el intento norteamericano de imponer a la Isla un régimen económico capitalista y un sistema político del gusto estadounidense.
Más cerca en el tiempo, el acuerdo de diálogo político y cooperación que acaban de suscribir la Isla y el principal socio norteamericano, la Unión Europea -sin sombra a la soberanía cubana y en plena igualdad de las partes- reconoce la legitimidad del ordenamiento interno cubano y es otro golpe al intento estadounidense de imponer a Cuba su modelo único de sociedad, cada vez más cuestionado hasta en el interior de las propias fronteras de EE. UU.
Aún cuando Washington, aislado por la activa y exitosa política exterior cubana, ha centrado ahora el ataque hacia Cuba en su ordenamiento interno, desde la “academia” que se nutre de los dineros de la USAID para tratar de influir entre la intelectualidad cubana, como la New America Foundation (NAF), se dice que existe no un aislamiento de EE. UU. sino “un conflicto de Cuba no solo con Estados Unidos sino con un sistema internacional donde la primacía norteamericana es una realidad”.
¿La causa aducida?: “El actual sistema político cubano y la dirección cubana no se sienten cómodos con el mundo de esa manera y hacen todo lo posible por cambiarlo”
Entrevistado por una compatriota, vocera del nuevo “centro” obamista para la Isla, en fecha tan cercana como marzo de 2014, el preso de su propia cabeza acomodada que afirma lo anterior solo es capaz de concebir que Cuba -“el actor más débil”- adopte “cambios que lo hagan caber o entrar en un rompecabezas mayor donde predomina el liderazgo norteamericano”.
Ya que, según él, “es posible que Estados Unidos asuma la búsqueda de sus mismos objetivos por un método más persuasivo y menos coercitivo” nuestro futurólogo se responde afirmativamente a su pregunta retórica “¿Es posible que Cuba modere esa manera de ser?” O sea que, para el sabio nacido aquí pero que piensa en inglés, para relacionarse con EE. UU. la Isla debe renunciar a sus ideales revolucionarios y antiimperialistas.
Sin embargo, los hechos parecen no darle la razón a quien, a pesar de su sinuosa trayectoria, ha tenido la extraña dicha de ser citado tanto por las transnacionales de la información hostiles a Cuba como por la prensa escrita cubana.
Después del 17 de diciembre de 2014, tanto el Presidente Raúl Castro, en todos los foros internacionales en que ha intervenido -ONU, CELAC, ALBA- como declaraciones de la cancillería cubana, revelan la intención de continuar insistiendo en cambiar el injusto estado de cosas que la hegemonía estadounidense trata de establecer en el planeta. Si no bastaran como argumento los principios que la sustentan y se pensara en una palabra tan de moda como pragmatismo ¿Por qué debería Cuba cambiar esa actitud, si, lejos de recoger fracasos, esa postura es la que le permitió al gobierno de La Habana llegar hasta el 17D aislando a EE. UU. y después de esa fecha, ha tenido el aplauso de voces tan diversas y resonantes como el Papa Francisco, el Patriarca ortodoxo Kirill y el presidente francés Francois Hollande?.
Las consecutivas declaraciones de condena a la arremetida yanqui contra Venezuela, de denuncia del asesinato de la activista Berta Cáceres en Honduras, el apoyo al ex presidente Lula y el gobierno de Brasil frente a la arremetida de la derecha pronorteamericana se unen así en las últimas semanas con la renovación de las fuertes relaciones cubanas con las causas saharaui y palestina o el respaldo inconmovible a la independencia de Puerto Rico.
Quien supone que el liderazgo cubano es una especie de Gorbachov caribeño, ignorante de que las concesiones en política exterior terminan horadando la legitimidad y apoyo hacia el interior del país se equivoca de medio a medio.
Con claridad hiriente para los ojos llorosos del obamismo tropical, el editorial del diario Granma con el que la dirección cubana definió su postura sobre la visita del Presidente de los Estados Unidos, deja en el basurero la moderación genuflexa propuesta por la “academia” made in NAF a cambio de que EE. UU. busque “sus mismos objetivos por un método más persuasivo y menos coercitivo”. Dice Granma, y créanme que lo siento por nuestros obamistas destacados: “No se puede albergar tampoco la menor duda respecto al apego irrestricto de Cuba a sus ideales revolucionarios y antimperialistas, y a su política exterior comprometida con las causas justas del mundo, la defensa de la autodeterminación de los pueblos y el tradicional apoyo a nuestros países hermanos”.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario