Foto: Claudia Rafael
Por Alfredo Grande
(APe).- El talento inagotable de Julio Cortázar nos regaló: “No nos vimos nunca pero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía. Lo quise a mi modo, le tomé su voz libre como el agua, caminé de a ratos cerca de su sombra”. Décadas después, sosteniendo la tristeza de haber sido y el dolor de ya no ser, nos sigue pasando lo que Julio describe. Tenemos muchos hermanos en la lucha. Pero a muchos no los vemos nunca. Quizá los vemos en forma apresurada, o encontramos sus rostros en el facebook y sus palabras en un wasap. En el mejor de los casos vemos a nuestros hermanos, pero no los miramos. Ni los escuchamos.
Y creo que eso importa. Los vínculos, muy especialmente los fraternales y los libertarios, nacen de encuentros. No hay vínculo sin encuentro, pero puede haber encuentros que no generan vínculos. Cuando el rico vuelve a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el comunista, vuelve el socialista, vuelve el trotskista, vuelve el anarquista, cuando todos vuelven de las marchas, los vínculos comienzan a debilitarse.
Los aniversarios son espacio de recuerdo y de encuentro. Pero como todo aniversario, pueden devenir ritual. Y fetiche. 200 años de la independencia el 9 de julio de 2016. ¿Habrá venido Obama para recordarnos que no es para tanto? ¿Qué siempre habrá dependencia entre ustedes? Quizá la aspiración de máxima sea la memoria heroica de las luchas contra uno de los imperios que en la tierra han sido: el de nuestra madre patria. Madre genocida, madre exterminadora.
Pudimos rendir al León, pero otros leones y otras hienas nos rindieron a nosotros. La promesa a la bandera peca por exceso, por defecto o por ambas cosas, pero peca. “La Bandera blanca y celeste -Dios sea loado- no ha sido jamás atada al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”. Lo ha sido y lo sigue siendo. Ese carro triunfal se llama deuda externa. Aunque se haya denominado desendeudamiento a la canalla acción de pagarla.
Honrar deudas que son estafas colosales no parece tener honra alguna. Empezamos honrando la deuda y terminamos idealizando la corrupción. Volvemos de las marchas y el encuentro, por masivo que sea, no deviene en vínculos permanentes. Buscando la imposible unidad, dejamos de construir la necesaria unión. Valiosas y heroicas acciones de resistencia contra todas las formas de la cultura represora, están dislocadas de otras luchas similares.
Los proletarios del mundo no se han unido. Pero lo peor es que cada vez están más separados y más enfrentados. Pobres contra pobres es la denominación cínica de esta realidad. Simplemente porque encubre que esa lucha de pobres contra pobres es una estrategia de los ricos. De los demasiado ricos.
Nunca olvido mi charla con Alberto Morlachetti tratando de organizar el Frente Nacional contra la Riqueza (FRENACRI). No hay elección por los pobres que no lleve con prisa y sin pausa a una lucha contra los ricos. Una de las tantas dimensiones de la Revolución. Podrá ser un sueño eterno, al decir de Andrés Rivera. Pero no deja de ser también una realidad cotidiana.
El No a la mina de Esquel es lo revolucionario. Y no dejemos pasar lo revolucionario esperando la Revolución. Lo revolucionario es enfrentar a la cultura represora. Perforarla, aplastarla, neutralizarla, subvertirla. Y hay muchos ejemplos de estos actos de muchos colectivos de héroes.
Se han tomado muchas Bastillas, aunque la historia oficial y reaccionaria diga lo contrario. El enemigo nos teme no solamente porque no le tememos, sino porque ha tenido derrotas. No al ALCA fue una de ellas. Bush, el viajero perdido, vino por lana y se fue trasquilado y humillado. En Mar del Plata tuvo su Waterloo y tuve el honor de estar con los compañeros de Mate Amargo, el mítico programa radial que conducía Omar López. Otros tiempos. Otros encuentros. Otros vínculos.
A 40 años del golpe de estado deberemos recordar para intentar no seguir repitiendo, que el Estado también sabe dar golpes. Están los golpes de Estado, pero también hay golpes del Estado. Institucionalizados como el servicio militar obligatorio que fuera enfrentado por Eduardo Pimentel y los compañeros y compañeras del FOSMO (Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio). Ahí en la década del ' 80 conocí a Fray Antonio Puigyané,a Westerkamp, a Obieta, Cesar Portillo, Stojan Tercic, y a Mabel Pimentel y a sus hijos e hijas. Lo revolucionario fue cuando Eduardo prohibió a su hijo Ignacio presentarse a la revisación médica invocando la patria potestad. Fue revolucionario que una potestad se ejerciera para defender al hijo y no para aplastarlo. Y esa lucha se ganó.
El Estado siguió golpeando, y a uno de esos golpes permanentes lo llamamos “gatillo fácil”. Para sostener las luchas, salir de la queja y sostener el combate, necesitamos vernos, escucharnos, encontrarnos. La tilinguería reaccionaria pasa por el besamanos a Obama. Como recuerda Correpi: “No hay nada que agradecer al presidente Obama. El pueblo hondureño, iraquí, libio, sirio, y tantos otros nos han contado la historia de forma más completa. Sabemos de la destrucción y las muertes que dejan las bombas que lanzan sus drones, sabemos de las vidas que nacen y mueren inmersos en las eternas guerras que promueven, sabemos sobre las torturas en sus miles de cárceles clandestinas y de los torturadores que no ha dudado en defender”.
Sin embargo, seguimos amando al capitalismo. En un curso decía que no se puede amar al socialismo, si no odiamos al capitalismo. Nunca olvido la advertencia del Che Guevara: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.
Por eso escribí hace 16 años “Odio, luego existo”. Sin embargo el odio es tabú y el amor es un mandato. Nos desarman afectivamente y entonces, es imposible armarse en otros sentidos. Donde el odio es sepultado, la culpa crece más que la soja. Y el victimario diluye su culpabilidad en la culpa de la víctima. Algunos llaman a esto la culpa del sobreviviente. Atravesar la culpa que la cultura represora implantó en nuestra subjetividad, es una operación necesaria para que los encuentros devengan vínculos, que los vínculos devengas grupos y que los grupos devengan colectivos libertarios.
Entonces mas allá o más acá de “hacer la Revolución”, podremos seguir sosteniendo la Idea de la Revolución. Y son tiempos para sostener ideas porque la derecha nos impone sus delirios. Por eso marchamos. No importa cuántas marchas son. Lo importante es que vayan saliendo. Y en el encuentro permanente descubramos lo incompatible que no podemos tolerar, con las diferencias que debemos entender. Entonces será victoria, para siempre.
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