Por Ilka Oliva Corado
Y digo chapina, porque muchos se ensalzan con ser chapines más que guatemaltecos. Con ser fanáticos y analfabetas políticos más que atreverse a cuestionar el sistema. Con ser mediocres más que cabales. Con ser cachurecos más que analíticos. Con ser indiferentes más que sensibles. Con ser cualquier cosa más que humanos.
La sociedad guatemalteca va en caída libre, cada vez más deteriorada (en todos los sentidos) y lo más cruel es que no damos por dónde despertar y cambiar el sistema porque nuestra haraganería y doble moral no nos lo permiten. Esclavos del clasismo, halagadores del racismo y con mentes de pensamiento colonial no hay posibilidad de darle paso a una necesaria reestructuración del sistema en término sociopolítico, socioeconómico y sociocultural.
Nuestra mediocridad no tiene límites, cuando pensamos que ya tocamos fondo resulta que no, que todavía hay un abismo mucho más profundo en el vamos cayendo y acarreamos con todo: con el sistema de salud y de educación y, dejamos a esa infancia guatemalteca a su suerte. Lo que está sucediendo en Guatemala no nos tiene que asombrar, es lo que escogieron quienes votaron por Jimmy Morales y la continuidad del sistema.
No asombra entonces que el vicepresidente de la República se lave las manos y sugiera que la ley de pena de muerte vaya a consulta popular. Como tampoco asombra la reacción de la bancada del partido oficialista y de otros recalcitrantes. Coyotes la misma loma. Y no es tan difícil la ecuación para saber el resultado, conociéndonos como nos conocemos. Esa sociedad que está aterrada con el crimen organizado, la violencia institucionalizada -paramilitar, explicado con manzanas- cree (debido a la manipulación mediática y a su clasismo) que todo es culpa de las maras; es decir de los parias. Por esa razón aplauden las limpiezas sociales porque solo se aplican en sectores de sobraba pobreza y miseria.
Somos el colmo de los colmos, por donde queremos ver a Guatemala tiene heridas sangrantes en carne viva y somos los culpables absolutos. El gobierno que tenemos es el que nos merecemos por echados, cómplices y apáticos. Nuestro silencio y falta de acción nos convierte en cómplices de todo lo que este gobierno está haciendo con el país. La impunidad de un sistema neoliberal que aplica sus técnicas de manipulación y escarmiento a una precaria sociedad como la guatemalteca, es la que permite que el tráfico de influencias y la injusticia beneficie siempre a la cúpula empresarial y a los enemigos del desarrollo.
No es posible que nuestra sociedad se acostumbre a la violencia y baje las manos y no reaccione. Esa violencia ha sido impuesta para mantenernos atemorizados y sin capacidad de reacción. ¿Qué más nos tienen qué hacer? ¿De qué otra forma nos tienen que atemorizar? ¿Cuántos muertos más? ¿Cuántas niñas violadas más? ¿Cuántas niñas embarazadas más? ¿Cuántos feminicidios? ¿Cuántos niños tiene que morir de hambruna para que nos sensibilicemos? ¿Cuántos enfermos tienen que morir en las calles para que el sistema de salud cambie? ¿Cuántas más crías analfabetas necesitamos sin acceso a la educación formal?
Nos ha pasado de todo, aún estamos viviendo (y los viviremos por los siglos de los siglos) las secuelas de un genocidio que nos pulverizó y que, en nuestro descaro, seguimos negando porque somos la excelencia de la desmemoria, en el clasismo y en el racismo. Carentes totalmente de identidad, que aflora solo cuando juega la Selección Nacional de Fútbol (y nos deja como toda nuestra cara). Esa identidad que aflora con el fútbol es un espejismo, se llama fanatismo inducido. La identidad de patria es otra cosa y tiene que ver con la humildad y con la honradez de la palabra convertida en acción.
Hay tantas cosas por decir, muchas más por hacer. ¿Cuándo saldrá el pueblo a las calles y no, en sábados de playa? ¿Cuándo luchará por lo realmente justo? ¿Cuándo tomará el control del país para realizar las reformas necesarias que nos permitan vivir con dignidad? ¿Cuándo el graduado de universidad dejará de utilizar los cartones para pavonearse y será humilde y se honrará y hará patria? Esa patria que un día soñaron nuestros mártires, la patria que nos diga que lo que le pasa a uno le pasa al otro. Estamos a años luz de merecer un país como Guatemala. Somos la escoria que la pudre.
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