Por MEC, militante del PCCC
Freire y el Che Guevara coinciden en que el amor es la base de la esperanza, sentimiento altamente expresado en el accionar de las y los comunistas, quienes hemos demostrado en el tiempo y proceso de aprendizaje, que el amor nos mueve con un alto sentido clasista y emancipador.
Por otro lado y de forma paradójica, el concepto de familia es muy distinto al que “amorosamente” hemos adoptado. Hay quienes afirman que proviene del latín fames (“hambre”) y otros del término famulus (“sirviente”); se utilizaba el concepto de familia para hacer referencia al grupo conformado por criados y esclavos que un mismo hombre tenía como propiedad.
Es así que el amor en palabras del profesor Germán Benavides “es el principal disidente del capitalismo”; demasiado perfecto para conformarse con convertirse en “propiedad”, en uso exclusivo del tradicional sistema avasallador, por lo cual debe considerarse para la discusión hacer una separación estructural entre los dos conceptos que, si bien el uno pudiera ser en algunos cosas, tal vez en el mejor de ellos, consecuencia o factor determinante para concebir el otro, en este sistema dominante que quisiera arrasar con nuestras vidas jamás ha sido requisito ni condición, y asimismo la familia se cosifica y transforma en el mejor negocio de un “burgués”. Entonces, si la familia es una estructura concebida como dominante, ¿dónde queda lo que hemos asumido desde siempre?. Ahí está también el proceso revolucionario, ahí la fuerza combativa y transformadora del amor.
Con esto no pretendo replantear la existencia de la familia y mucho menos, la construcción social creada en torno a esta. La reflexión debe ir alrededor de que es una familia para una o un revolucionario, que nuestra teoría nos lleve a formar familias distintas, basadas en el amor y no, en la realización de un pequeño núcleo de posesión y explotación. Necesitamos ser tan revolucionarios en lo privado como lo demostramos en público, crear lazos de lealtad y disciplina amorosa, de igualdad de condiciones, crítica y autocrítica. Necesitamos replantear y transformar esa realidad de “pequeña explotación”, de sentir y vivir el amor en plena libertad, y asimismo llevar en nuestro vientre la esperanza de la mujer y el hombre nuevo, cambiar su historia y la nuestra, son necesarias condiciones objetivas que produzcan este cambio tan urgente.
Ahora bien, es necesario cambiar la táctica para lograrlo, si realmente existe intención de construir desde el amor una relación familiar revolucionaria, pero la estrategia siempre debe ser la misma, porque los principios en los que se basan estas pretensiones son innegociables. Martí decía que "La única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor. El patriotismo no es más que amor, la amistad no es más que amor. Los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen". Pero vamos un poco más allá y retomemos a los clásicos, Engels en su libro "La Familia, la Propiedad Privada y el Estado" hace un recuento y magistral explicación de la construcción familiar y desarrollo histórico de las comunidades primitivas, desmitificando maravillosamente lo que concebimos como familia. Es muy interesante como las relaciones de consanguinidad sólo dependían de la madre y las parejas masculinas se asumían dentro de una gran familia, no había una relación directa de monogamia, pero tampoco era una sociedad libertina, existían lazos afectivos a otros niveles y conceptos distintos al momento de la reproducción y conservación de la especie (derecho materno de Bachofen). Sobre esto, Engels describe: “la concepción tradicional no conoce más que la monogamia, al lado de la poligamia del hombre y, quizá, la poliandria de la mujer, pasando en silencio (…)”.
Es maravilloso construir familias, pensar en conceptos distintos a la forma patriarcal, familias con bases sólidas, no por “compromiso” social o como consecuencia de la procreación de los hijos, sino relaciones realmente trascendentes y transformadoras colectivamente. Finalmente, esto es sólo una parte de una larga y amplia discusión a la que debemos estar abiertos siempre con la fraternidad y sororidad características de todo revolucionario. Quiero terminar con el hermoso poema de Julius Fucik que representa parte esencial del amor y de la familia “que la tristeza no sea unida nunca a nuestros nombres”.
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