Por Berta Mojena Milián
La visita del presidente Obama a Cuba, que comienza este domingo, me ha motivado aún más a buscar en las esencias, repensar, orientarme hacia lo que a veces se pierde de vista o se obvia tras la vorágine noticiosa y las expectativas que estos días generan.
No pretendo minimizar la importancia histórica y lo trascendental de los acontecimientos, pero recurro, nuevamente, a las alertas y reflexiones que por muchas vías nos llegan de quienes también vuelven a la historia una y otra vez, entrelazan las enseñanzas y nos guían.
Hace unos días, el profesor e historiador Fernando Martínez Heredia decía en una entrevista a Cubadebate que cuando los pueblos tienen experiencia histórica, no pueden volver a equivocarse y resaltaba la idea de otro pensador -Frei Betto- acerca de la anexión simbólica a Cuba que los americanos podrían pretender. “Es decir, pueden tener la aspiración de que por la guerra de los símbolos los cubanos se confundan suficientemente o se dividan suficientemente, para que se equivoquen con sus propios símbolos”, señalaba.
Mucho se ha hablado de lo simbólico y mientras más se acerca la visita, más parece pisarnos los talones. Por eso, una de los temas que más preocupa a muchos es lo que pueda confundir cada paso, estrategia, cada palabra, acción del visitante que, sin dudas, ha sido y será bien pensada, porque en eso -no podemos negarlo- son muy buenos.
Pero prefiero volver a Martínez Heredia: “La anexión simbólica no significa que a uno le vaya a parecer mejor la bandera, sino que uno pueda pensar que, porque Obama viene a Cuba, la situación material de una parte grande de los cubanos va a mejorar. Esa es una creencia que pudiera existir. Supone una tremendísima confusión, pero pudiera existir. Cuando hablamos de anexión simbólica estamos pensando de la creencia de que son los grandes poderes que existen en el mundo los que le pueden resolver los problemas a Cuba”.
Esta es quizás la misma preocupación de mis abuelos, dos seres humanos de casi 80 años, inmensamente capaces de entender estos procesos -aunque no explicarlos, quizás por apenas haber concluido el nivel primario de escolarización- quienes han promovido interesantes conversaciones en el entorno familiar y comunitario sobre estos temas. Ellos, que recurren una y otra vez al Che, a Martí, a Fidel, insisten en que pareciera pretenderse por algunos que olvidemos el pasado y el presente, tal como lo pidió Obama en la Cumbre de las Américas. Ese no puede ni debe ser la lección que quede para nuestros hermanos, hijos y nietos.
A ellos, trato de explicarles que es realmente un momento distinto pero en su lenguaje popular me dicen lo que el profesor Heredia explica así: “pensar que hoy en el siglo XXI uno puede resolver todo si los Estados Unidos nos ayudan a resolverlo es anexionarse simbólicamente, y es peligrosísimo porque es volverse ciego, es perder la visión del presente y del futuro (…) es un momento distinto, como ya les decía anteriormente, pero eso no cambia ni la naturaleza del imperialismo norteamericano, ni su rechazo a procesos políticos como el cubano”.
Hace ya algún tiempo se argumenta con creces sobre los cambios en la política del gobierno norteamericano hacia Cuba y hacia América Latina y el Caribe. Se habla también de las estrategias aparentemente diferentes pero que encierran, en esencia, los mismos intereses y alcances. Sobre Soft Power y Smart Power, ya el nivel cultural de los cubanos nos permite entender y hacer análisis exhaustivos, a partir de los pasos que se han venido dando y su manifestación en lo que se ha dado en llamar el “Golpe Blando” contra los gobiernos progresistas de Nuestra América.
Por eso el profe Martínez Heredia nos vuelve a recordar: “…lo decisivo son las grandes tendencias históricas, donde el denominador común es el carácter imperialista de los EE. UU. (…) Indiscutiblemente estamos viviendo una nueva manera en la confrontación, que requiere de un proceso de ideologización, de cultura, de información para preparar al pueblo cubano para esta realidad”.
Hace exactamente un año, en territorio venezolano, el joven historiador cubano Elier Cañedo me decía: “El objetivo final de la política de Estados Unidos siempre ha sido el mismo, lo que han variado son los instrumentos, los métodos. En un momento fue el Monroismo; en otro, el Panamericanismo; en otro, la diplomacia del dólar, la del nuevo diálogo, la buena vecindad, la Alianza para el Progreso; es decir, ellos van alternando pero los objetivos son los mismos”.
La lección fundamental -insistía Elier- es que la única manera de enfrentar eso, de salir airosos es uniéndonos cada día más, teniendo claridad sobre esos sueños ancestrales de Bolivar y Martí que se han materializado pero no son reversibles y hay que tener claridad en eso: “Por eso hay que ir a la historia, para buscar las esencias de esa política que varía de alguna manera en sus contenidos superficiales pero mantiene las mismas esencias”.
Aunque pareciera entonces un hecho aislado, a la espera de la visita del presidente Obama, ya comienzan a levantarse los discursos “amigables”, a promoverse las alegrías desmedidas que más bien confunden. Tal parece que algunos como el propio Martínez Heredia lo avizoraban cuando hablaba de una guerra cultural en la que ellos -los americanos- son maestros, cuentan con arsenales fabulosos y por tanto, también durante estos días se apelará a un alud de medios comunicación, imágenes, anécdotas, noticias, sonrisas, alardeos, paseos, pitcheo y promesas sutiles de próspera paz.
En este sentido, decía también el investigador cubano Jesús Arboleya, que lo más importante de la visita de Obama a Cuba no debían ser los aspectos anecdóticos que siempre rodean este tipo de viajes, ni siquiera las medidas coyunturales que se tomaran o las decisiones que siempre rodean a este tipo de acontecimientos, sino que esto significa realmente la consolidación de un momento único en la historia de las relaciones Cuba - Estados Unidos, pero a la vez, alertaba la importancia de ver en el mandatario la política de Estados Unidos y las complejidades que eso tiene para nuestro país.
A pocos minutos de que el presidente norteamericano toque suelo cubano, recurro a Martí para desandar las entrañas y las enseñanzas detrás de cada hecho, de cada mensaje, que sin dudas, serán muchos. Obama vendrá y se irá, pero él seguirá alertándonos. Quizás cada uno podrá sacar sus propias conclusiones, muchos terrenos estarán en debate en estos días, mucho está en juego.
El presidente norteamericano conocerá a un pueblo diferente, con ganas de abrirse al mundo, de romper obstáculos que en nada nos han beneficiado, pero que conoce muy bien de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Conocerá también mucho de nuestra hospitalidad y respeto. Pero no nos confundamos, hay principios y diferencias históricas que nos hacen repensar, rehacer imágenes, ver la totalidad real detrás de frases que pretender estamparse como verdades de superficie. Y no nos engañemos, miremos, aprendamos, dialoguemos, pero yo, aún en este escenario, elijo no olvidar.
Fuente: Pensando Américas
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