Por Fernando Martínez Heredia
Atónito y furioso ante la liberación cubana en 1959, Estados Unidos inició una guerra contra Cuba con todos los medios a su alcance. Pero la Revolución firmó con sangre su socialismo cubano y venció en Girón; con heroísmo incomprensible para ellos, el pueblo todo se volvió un Maceo en la Crisis de Octubre. Estados Unidos pasó entonces a una forma de guerra sistemática, ilegal e inmoral, que continúa hasta hoy.
Pero hace menos de dos años comprendió al fin que nunca triunfaría de esa manera, y cambió su estrategia. Desde entonces está librando contra nosotros una guerra cultural, una contienda en la que es maestro, y para la cual cuenta con arsenales fabulosos y con medios que parecen inabarcables y ubicuos.
En esa guerra se inscribe la breve visita que hará a Cuba el presidente de Estados Unidos. Como es cultural, se apelará a un alud de medios de comunicación, imágenes, anécdotas, noticias, sonrisas, alardes, paseos, pitcheo y promesas sutiles de próspera paz. Como es guerra, habrá reclamos de que hagamos concesiones políticas vestidas con ropa del atelier imperialista, procura de algunas simpatías, scoutismo y empresarios afables y prometedores. En suma, una guerra del siglo XXI.
Cualesquiera que sean sus motivaciones personales, Barack Obama es solamente un actor de una escena más, en un drama trascendental: la centenaria pelea de Cuba por la libertad y la justicia social. Hemos tenido todo tipo de adversarios, desde los más respetables hasta los peores, pero el lugar histórico de cada uno lo ha dictado la práctica revolucionaria del pueblo cubano.
Sin dudas, Obama es importante en la breve escena del gran drama en la que le ha tocado actuar. En alguna medida, puede aspirar a ser recordado por su buena actuación, o puede perder su oportunidad y seguir hacia el olvido al que lo historia lo sometería.
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