Por Ilka Oliva Corado
Es tan fácil engatusar a las masas cuando estas carecen de humanidad. Cuando desconocen la integridad, cuando son indolentes a la necesidad ajena. Cuando lo propio es lo único que importa. La repulsión que la enclenque clase media guatemalteca siente por las personas de a pie, la llevó a votar de nuevo por un fariseo que alimenta el fanatismo religioso y, que lo toma como arma contundente para encandilarlas y alejarlas lo más posible del análisis, de la sensibilidad y de la acción.
Duele Guatemala en lo más profundo de la conciencia. Duele ver cómo la hunden los conspiradores que utilizan la fe y el nombre de Dios para adormecer a las multitudes. No es difícil maniatar a una sociedad como la guatemalteca, en la que abunda el pensamiento colonial, el clasismo, la discriminación. Donde no existe identidad y memoria. Donde se vive de apariencias. Y donde en lugar de afectos se tienen contactos.
Cae y cae al vacío ese país precioso de belleza inigualable. Ese país que no honramos, que no agradecemos y que no defendemos. Era predecible el futuro inmediato si se votaba a un personaje como Jimmy Morales. ¿Por qué seguir con un sistema neoliberal en el país? ¿Por qué acomodarse en una burbuja propia y no salir y atreverse a ver la tragedia ajena? ¿Por qué observarla y continuar apáticos? ¿Qué nos tiene que suceder para que reaccionemos como sociedad? Tragedia causada por un sistema de carácter patriarcal y usurero. Uno se pregunta tantas cosas y es como arar en el mar. Rebotan las preguntas sin respuesta, porque son tan obvias que resulta frustrante pensar en qué tan inhumana puede ser una sociedad. Tan enfermizo el fanatismo religioso. Tan contradictorio si ese Dios al que alaban habla de amor al prójimo.
Sé que son muchas las razones, las décadas de adormecimiento a través del sistema de educación, de la nula inversión del Estado en cultura. De la hambruna y la miseria que obliga a migrar a miles o que los convierte en delincuentes. De lo sanguinario del genocidio. Pero aún así, yo cuestiono la calidad humana de cada persona, algo inherente que viene con la vida, con el existir, con el sentimiento y con el espíritu. Una conciencia que no brota con ningún grado de escolaridad ni con la clase social. Es humana, tiene que venir con nuestro ADN, estar en cada célula y neurona. La conciencia y la sensibilidad tendrían que ser nuestra huella digital.
Es frustrante darse cuenta que esa sociedad, que esa clase media indolente acuse a la clase trabajadora de ser la causante de la violencia en el país. Y que pida a gritos la pena de muerte. Porque odia al indígena, al proletario, al campesino, porque odia al obrero. Porque odia todo lo que es propio, porque siempre quiere ser de otro lugar menos de Guatemala.
¿Acaso no se dan cuenta que el Estado aniquila a la infancia haciéndola morir de hambre y le da como única herramienta de supervivencia la violencia? Por supuesto que existen las maras, por supuesto que existe la violencia común. Pero también existe la violencia institucionalizada, que es la encargada de cortar la raíz de los arrabales realizando las limpiezas sociales. ¿Porque quiénes son las personas que viven en las periferias? El guatemalteco proletario. Por supuesto que existe la violencia paramilitar. Siempre ha estado ahí.
Y hoy más que nunca se muestra desafiante en el país con esa ola de asesinatos, los asaltos a los autobuses. Llegar a lanzar bombas con tal de enraizar el pánico en la sociedad. ¿No se dan cuenta acaso? Con esa modalidad de violencia común con la que pretenden atemorizar a la sociedad y empujarla a exigir la pena de muerte. ¿Cuál es la razón de asesinar tantos pilotos de autobús? ¿De desmembrar cuerpos y lanzarlos a la calle? ¿De llegar al terrorismo de Estado? Porque eso es, es claramente un terrorismo de Estado. Es para que la gente no salga de sus casas por el temor a ser asesinada. Es para mantener al pueblo de rodillas. Es para mantenerlo orando día y noche pidiendo como único milagro la pena de muerte y la militarización. El Estado está encausando con su violencia institucionalizada a la sociedad para que exija la pena de muerte.
Es tan claro, es tan obvio que resulta contradictorio que la sociedad no se dé cuenta que está siendo utilizada constantemente para fines políticos que benefician a las grandes organizaciones criminales que pululan en el Estado.
La pena de muerte no es la solución para que cambien las cosas en Guatemala. Se necesita un Estado íntegro, un gobierno laico. Un gobierno que invierta en educación, en cultura, en deporte. Que invierta en el sistema de salud. Que brinde un desarrollo integral a esa infancia para que no se vea obligada a delinquir. La responsabilidad total la tenemos todos como sociedad. Primeramente por no ir a una Asamblea Nacional Constituyente, por haber ido a votar y en tercero por haber dado el voto a un lacayo como Jimmy Morales.
¿Qué toca ahora? Despertar en indignación y enderezar el camino. No permitir que nos sigan viendo la cara y que nos sigan utilizando. Esa clase media debe responder por el presidente que escogió. Este gobierno apenas está empezando y ya está buscando la pena de muerte con un presidente que se lava las manos diciendo que, los bombazos a los autobuses suceden hasta en países de primer mundo. Con un presidente que tiene el descaro de pedir a los maestros que donen escritorios, (porque él no tiene ni los pantalones, ni el deseo de hacer funcionar el sistema de educación) para las escuelas.
No necesitamos como presidente a un fariseo que salga a orar con micrófono en las esquinas de las calles. Necesitamos que se haga responsable del lugar que ocupa dentro de la nómica del Estado.
Duele tanto Guatemala, duele dentro y fuera de sus fronteras. Duele en lo más profundo del alma.
Posdata: ¿Alguien se ha tomado el tiempo de preguntarse por qué un gobierno atemorizaría a la población como lo está haciendo el actual? ¿Qué hay atrás de todo eso como para que el gobierno quiera al pueblo fuera de combate apenas a unos meses de haber tomado posesión de la butacona?
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