Por Ilka Oliva Corado
Hace unas semanas llegué al salón y le dije a la estilista: cortáme el pelo a la rapa. Se me quedó mirando con las tijeras en las manos y se momificó. Segundos después volvió a la vida y me preguntó, ¿de verdad lo quieres a la rapa? Sí, pero sin rasuradora por favor, hacelo con las tijeras. Es que tan lindo que tienes tu pelo, ya se te hacen tus chinos -es mexicana-, ¿y si te corto solo las puntas para que te crezca rápido? No, dale a la rapa.
Es que la verdad eres una valiente, no cualquiera se corta el pelo así a la raíz, a mí me gustaría pero no tengo valor para tanto. ¿Valor le llamás a cortarse el pelo? Así como tú radical, sí. Tenía más de 6 meses de no asomarse al salón -nunca he entendido por qué putas le llaman salón de “belleza”- y el cabello me había crecido, estaba indecisa si dejármelo crecer de nuevo o mantenerlo corto durante algún tiempo. La verdad es que extraño mis colochos largos y alborotados, pero también me fascina el pelo corto; la facilidad y la comodidad.
Durante los 6 meses que no me lo había cortado las canas espesaban justo en una mis sienes, así como macolla, como matorral…, maravillada todas las mañanas me quedaba horas frente al espejo, disfrutando de esa belleza sin igual. Nunca imaginé llegar a la edad de las canas, para mí ha sido un logro demencial mantenerme viva. Sí, mantenerme viva porque no respiro solo porque sí, mantenerme viva es una de las luchas más difíciles en las que me he embarcado: lo sigue siendo, sigo nadando contra corriente.
Durante esos 6 meses escuché todo tipo de comentarios: al fin te lo estás dejando crecer, al fin vas a volver a ser mujercita, con el pelo largo ya no pareces niño malcreado, con el cabello largo y un poco de maquillaje te verías más femenina. Linda te mirás así con el pelo largo, no te lo volvás a cortar nunca. No tengo amistades en Estados Unidos como para decir que venían de mis amigos, era gente conocida sí. Según ellos me halagaban con sus comentarios y me hacían sentir bien. Comentarios que no pedí, opiniones por las que no pregunté nunca.
Un día de primavera me levanté, acaricié mis canas frente al espejo y me despedí de ellas, y les dije que durante un tiempo no las dejaría crecer, pero que eran igual de hermosas cortas como grama recién chapeada. Me fui al salón y la estilista se encargó de cortar el matorral. Al principio con ceremonia de entierro y con cierta parsimonia, después le siguió el ritmo a las tijeras hasta que me dejó con el pelo a la rapa. Después de dar el toque final, respiró profundo y me dijo: ¡ te quitaste 10 años de encima !
Salí del salón al filo del mediodía. Fue sorprendente que, durante la tarde, las personas conocidas que me miraban no se contenían en demostrar su disgusto con mi corte de pelo, hablo de gente con la que no paso del saludo, los muchachos que colocan la fruta en el supermercado, el joven que atiende en la gasolinera, las mujeres a las que veo con regularidad en el gimnasio cuando entreno. Las muchachas que cobran en el supermercado, gente con la que realmente no tengo relación alguna más de que el saludo.
Con cara de disgusto y asombro: ¿te cortaste otra vez el pelo? Pero si te quedaba tan bonito largo. ¿No quieres “conseguir” esposo acaso? El pelo corto te hace ver como lesbiana porque tu fisonomía no es tan femenina que digamos. Algunas mamás me dijeron que así parecía hombre, que lo único que me salvaba de no parecerlo era mi cabello largo. Y me lo dijeron con tono de acusación, de cuestionarme, de regañarme, con todo el deseo de hacerme sentir mal.
Un entrenador me dijo que así me miraba más recia, porque por los músculos y que no me vestía femenina, que le daría miedo a los hombres acercarse. Todo esto sin yo preguntar la opinión de nadie. Sin yo intimar con ellos. Simplemente se sintieron con el derecho -que nunca les dí- de increparme desde los estereotipos con los que viven y las normas patriarcales que los tiene encarcelados.
Durante la primera semana, realmente ninguno de los que me topaba se abstuvo de comentar y darme su opinión lapidaria. Y es algo que sigue, cualquier conocido que me topo en la calle, en el gimnasio, en el supermercado, en el parque, en cualquier lugar, se siente con el derecho y la propiedad de darme su opinión y meterse en mi vida. No he querido ser descortés y contestarles con mi boca de carretera, la verdad a estas alturas de mi vida en la que mis prioridades son otras solo los escucho y sonrío. Y se ofenden porque sonrío en lugar de sentirme reprendida o culpable. Antes me enojaba y despotricaba, pero ahora simplemente lo veo como agua de río y me digo a mí misma: dejála correr.
Y no me corto el pelo por rebeldía o por llamar la atención, me lo corto porque se me ronca la regalada gana y me hace feliz. Lo que sí es que me ha servido de protección, es como si tenerlo corto creara una especie de muro polarizado a mi alrededor, donde las personas de afuera no pueden verme pero yo sí a ellas. Y sus opiniones, estereotipos y conjeturas topan en la pared y regresan a ellas, nunca llegan hasta donde yo estoy.
Me siento protegida dentro, confortable, a gusto. Cada vez más ensimismada, no me interesa tener ningún tipo de comunicación o entablar una relación con ninguna persona que se sienta con el derecho de criticar, enjuiciar o cuestionar mi estilo de vida. Por esa razón no tengo amistades -y tampoco utilizo a nadie para llenar vacíos existenciales, mis amigos del alma se quedaron en mi infancia, ya los tuve, ya fueron, tuve el privilegio…- y no asisto a eventos sociales. No me interesa perder el tiempo con gente mediocre. En cambio, mis tres amores me llenan el alma: la bicicleta, mi cámara fotográfica y mi reserva forestal rentada, son mi compañía perenne. Me llenan de vida.
Mi comunicación con el mundo exterior es mi escritura. Desde el momento en el que le pongo punto y final a un texto y lo publico en mi blog, porque deja de ser mía y mi intimidad. La lanzo al viento para que se aleje de mí lo más que pueda y sea libre, en otros horizontes.
El patriarcado con sus normas estereotipadas quiere que las mujeres nos sintamos culpables. Quiere que no nos atrevamos a ser, que vivamos bajo normas, encerradas, que aparentemos. Que vivamos para los demás, que nos disfracemos para agradar a otros. Para tener un espacio en la sociedad de doble moral. Que seamos femeninas bajo las normas impuestas. ¿Qué es ser femenina? Que no seamos personas. Que respiremos, pensemos, actuemos, soñemos, amemos desde la sumisión, el miedo y la debilidad. Porque solo así seremos mujeres aceptadas en la sociedad. ¿Quién putas necesita ser aceptada para vivir en libertad?
Tenemos tanto por cambiar, y eso nos compete a todos por igual. El patriarcado nos daña a todos y a las mujeres mucho más, porque llega al extremo de la violencia que de emocional pasa a la física y termina en los feminicidios. Todo tiene que ver con todo. Existe la víctima y también el victimario, y no solo es persona, es el sistema, los patrones de crianza, la doble moral de la sociedad, el fanatismo religioso que desde la iglesia oprime a las mujeres. La misoginia y el machismo.
Todo lo que le sucede con un simple corte de pelo. No digamos de teñírselo de colores que no tengan nada que ver con el rubio -porque ese sí es aceptado en la sociedad-, o usar faldas cortas, pintarse los labios de rojo, fumar y beber. O que una mujer coja con cuantas personas quiera y viva en libertad su sexualidad. Que sea homosexual o transexual. Que tenga amantes. Que ría a carcajadas o baile con la soltura de una puta, ajá; porque puta es, todas lo somos y que se le excluya o sentencie por eso. Y que en términos mayores se le viole, golpee o asesine.
La apariencia física de la persona es solo lo externo, una simple fachada. Conocer las profundidades del alma de alguien más es privilegio de pocos, de personas realmente extraordinarias y humanas. Tan dura que es la vida, tan difícil que es este mundo como para que nos empecinemos en lo banal y nos perdamos de conocer la esencia de las personas. Estamos haciendo todo mal como sociedad. ¿Cuándo vamos dejar de deforestar para llenar de cerezos en flor las primaveras? Es responsabilidad nuestra, de nadie más.
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