La pedagogía de la compasión (APE) Por Claudia Rafael (APe).- “Hay que terminar con la pedagogía de la compasión”, pronunció el ministro de Educación de la provincia, Aleja...

La pedagogía de la compasión (APE)

Niño escuela

Claudia Rafael

Por Claudia Rafael

(APe).- “Hay que terminar con la pedagogía de la compasión”, pronunció el ministro de Educación de la provincia, Alejandro Finocchiaro. Compasión, del latín, cumpassio. Padecer con el otro. Sentir el sufrimiento de aquel que padece. Abrazarlo en su dolor. Gaíto tiene 13 y sufre la escuela hace demasiado tiempo. La escuela le duele. Porque habla de mundos que él no puebla. Gaíto está cansado de ese edificio vacío que le abre las puertas todos los días para que él ingrese como tantos otros con un guardapolvos que no le otorga equidad, con libros que le llegan como fotocopias borrosas que dibujan garabatos que le son ajenos. Finocchiaro no padece junto a Gaíto. Como no padecieron con él ninguno de los otros que manejan los hilos de estructuras de cemento que abren un paréntesis con la vida para dejarla puertas afuera. Ajena a la mochila de Gaíto, que quieren imperiosamente cargar de corchetes y operaciones combinadas que no combinarán con los colores de su arcoiris ni con la suela gastada de las llantas que le acordonan la carrera de una mancha venenosa.

Basta de pedagogía de la compasión dice Finocchiaro que alude a la práctica de hacer pasar de grado de pura “lástima”. Que se parece más a la pedagogía del desprecio que a la pedagogía de la ternura de Alejandro Cussianovich. En una subespecie pedagógica que acepta que el hombre ande suelto de haches por la vida y que no sepa de dignidades erguidas. Porque Gaíto es más ombre que tantos que se dicen hombres porque perdieron mucho más que la hache en la maratón de la condición humana. Esa que abraza y construye sueños colectivos. “No podéis preparar a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros ya no creéis en esos sueños; no podéis prepararlos para la vida, si no creéis en ella; no podríais mostrar el camino, si os habéis sentado, cansados y desalentados en la encrucijada de los caminos”, decía Celestín Freinet.

Lejos de Freinet o de Jauretche, Macri insta a la creación de 3.000 jardines para que papá y mamá puedan ir a trabajar. En esa deshumanización que lleva a conformar grandes depósitos que bancarizan letras y números. Que hacen de las matemáticas una incomprensible maraña geométrica que impide entender con claridad que si a una pizza se la divide en ocho partes y el que tiene el cuchillo se queda con cuatro y reparte las otras cuatro entre los nueve restantes hay un problema indiscutible de inequidad. Y la maraña envuelve y hunde en la incomprensión y separa, divide, aleja, expulsa.

“Si estamos teniendo problemas para que los chicos aprendan no podemos tapar el sol con la mano”, reconoció la gobernadora mientras anunciaba la nueva reforma de la reforma y la contrarreforma educativa. Aunque no dijo dónde está el sol ni cuál es la mano que lo tapa. Y advirtió a los maestros que tienen “toda la libertad para decidir qué nota poner”. Porque “lo que más importa no es que los chicos pasen de grado sino que aprendan porque la escuela incluye de verdad cuando enseña”. Miró a los chicos y les dijo que “entre todos ustedes hay médicos, abogados, arquitectos, artistas, ingenieros, políticos. En cada uno de ustedes hay una semillita y un talento. Nuestro trabajo, de los que gobernamos, y de los papás y las maestras es regar esa semillita y que ustedes sean lo que quieran ser”. Porque en la vida “la meritocracia es un valor, el esfuerzo es un valor, y deben ser aprendidos en la escuela”.

En una filosofía en la que el meritócrata -modelo impuesto en boca de todos por una multinacional y tomado amablemente por la gobernadora y el presidente- jamás será ese niño crecido en la villa 20 junto a los jugos químicos de los cementerios de autos; ni la nena amasada para la vida entre los barros de Villa Inflamable. Nunca lo serán esos niños que “están haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos” en las cárceles a cielo abierto o en los fangos que se nutren de la intemperie y el crudo invierno.

Gaíto es y será artista de los malabares en una esquina conurbana. Y aprende a contar las monedas a la fuerza para saber cuánto recauda porque por más que la gobernadora asegure que es en tercero de la primaria que “deben estar consolidados todos los procesos de adquisición de la lecto - escritura y de las operaciones básicas matemáticas”, tercero lo vio pasar como a tantos otros. Y él todavía no logra entender qué es lo que el corchete cubre cuando está antes que el paréntesis y más o menos lejos del signo de dividir o de restar. Aunque sabe a la perfección que la pizza se divide en partes iguales o hay alguien que está pasándose de vivo y no respeta el significado profundo de la palabra compañero.Y la Natu será ingeniera del amasado porque entendió sin ambages que cuando coloca la masa dentro de una bolsa de nylon adquiere una plasticidad única. Y sabe que el calorcito que va tomando mientras se infla con la levadura, hará que se multipliquen los panes y se pueda compartir más en la mesa. Pero en química no hay nada de eso porque escriben fórmulas que provienen de algún lenguaje extraño y ajeno a su diccionario vital.

“Para nosotros no es lo mismo estudiar que no hacerlo, esforzarse que no hacerlo. El mérito y el esfuerzo en esta escuela como en la vida tiene un valor y queremos que eso sea lo que les enseñe la escuela”, remarcó Vidal. Aunque los Gaítos y las Natus no sean ni médicos ni abogados. Y que, como escribía Ariel Petroccelli, duela saber que la cosa que uno ha querido de niño era piel de ilusión y que el ángel camina con los pies del cansancio que nos trepa a la vida por luchar. Porque el angel no estaba. Ni tampoco estará. Deambula otros territorios. Demarcados crudamente por el origen y la pertenencia. Donde el hambre deja huellas en las carnes de la infancia. Porque no hay guardapolvos que oculten la identidad y los pesados baúles que monta sobre las espaldas la inequidad.

Y una nueva “reforma” que no forma ni transforma se pone a rodar por los caminos de la concepción digestiva de la escuela, al decir de Sartre, que sólo sirve para engordar con un alimento que no nutre ni fortalece. Que convoca a jugar al juego de cambiar una piecita de lugar para creer que el rompecabezas entero pinta una nueva aldea. Aunque no haya triunfos de tiempos nuevos. Ni rebeliones entre los dedos que enseñen a compartir la ternura como si fuese un algodón de azúcar que se construye colectivamente en las plazas y en los trenes.

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