Por algo superior a un cambio (La Pupila Insomne) Por Carlos Luque Zayas Bazán “Y de pronto, se verifica el hecho de la Revolución. Nuestra historia se vuelve un sí, una intensa afirmació...

Por algo superior a un cambio (La Pupila Insomne)

Cuba Posible 3

Carlos L. Zayas Bazan

Por Carlos Luque Zayas Bazán

“Y de pronto, se verifica el hecho de la Revolución. Nuestra historia se vuelve un sí, una intensa afirmación, el potens nuestro comienza a actuar en la infinitud. La Revolución es en mí algo muy superior a un cambio, fue una integración, una profundización. Nos enseñó a todos la trascendencia de la persona, la dimensión universal que es innata al hombre”.

José Lezama Lima.

“Es tan importante reforzar la actitud combativa como afianzar la identidad política socialista. La izquierda del siglo XXI se definirá por su perfil anticapitalista”.

Claudio Katz.

“Transitional change”: La búsqueda del consenso político no puede presuponer, a priori, el resultado político del consenso.

Una observación de principio, y al principio. Hay consensos que nunca podrán ser planteados en un verdadero diálogo de iguales oportunidades, ese tipo de consenso siempre busca un solo resultado y ya está predefinido de antemano. Se caracterizan por dos propiedades fundamentales.

Primero, aquel en que se prefije su meta. Segundo, el que intenta olvidar que hay una contradicción irreductible a una plataforma común de entendimiento, contradicción que no es posible poner sobre la mesa de las negociaciones sin que ello signifique plantear de antemano un abandono y una rendición. Y una rendición no es un consenso, es una derrota y muchas veces, un crimen

Esa contradicción fundamental es la que existe entre el capital, los intereses imperialistas y la soberanía de las naciones. Si en la médula del conflicto cuya solución se busca consensuar, no se advierte esa esencia y se oculta o escamotea esa contradicción, el consenso se convierte en una fórmula funcional a la parte más poderosa y sus posibles resultados, en una estafa previamente anunciada.

El falso consenso, o más correcto, el falso planteamiento de la búsqueda de un consenso nacional, suele vestirse del ropaje del interés general, que algún pensador esclarecido llama ese gran mantra inexistente, esa entelequia, ese soporífero de la conciencia.

El llamado al interés general abstracto, de todos, etcétera, es atrayente, seduce y pone a los que quieren advertir sobre su falacia en una posición más incómoda, por su posible aceptación de aquellos que no tienen recursos críticos suficientes, pero esconde detrás de su amable terminología la verdad de la existencia de intereses que son innegociables: el más fuerte no los negocia nunca, aunque aparente hacerlo: lo impone tarde o temprano, o por las “buenas” maneras dialógicas, o torciendo el brazo.

Se ha preguntado qué es ser revolucionario, difícil cuestión que enturbian mucho más frecuentemente las academias, que, aunque muy útiles, son más propensas a perder el contacto con la realidad, pero en las ideas anteriores hay algunas pistas para no perderse en disquisiciones engañosas.

Se ha preguntado qué es ser de izquierda o de derechas, y en el fondo de ese cuestionamiento se esconde el intento de desacreditar, con la refutación de esa terminología, la verdad objetiva que encierra. Pudiera ser rojo o negro, no importa, cuando despertemos del ensueño, todavía el dinosaurio estará allí, o no importará si los perros que le vienen encima a las liebres de los pueblos, son galgos o podencos.

Cierto es, el análisis de las posiciones políticas es un tema hoy más difícil que nunca, porque sus tácticas se objetivan en giros dinámicos que se definen en diacronía y son funcionales a cada coyuntura. Las posiciones políticas pueden mimetizarse y unas apropiarse de las reivindicaciones de las otras, sobre todo en la política entendida como el juego de las máscaras y los engaños, y en el casino fraudulento de los sistemas eleccionarios capitalistas. Pero eso no puede llevarnos a negar las esencias que dieron lugar a distinguir esas dos posiciones fundamentales, aún vigentes. Un pensador, recientemente, harto de las confusiones que quieren enredar el asunto para hacerlo irrisorio y superado, propone una clave magnífica, también para la discusión, si se insiste: la izquierda siempre se definirá por ser antisistema. Contra esta piedra de toque fundamental se definen los distintos matices de la izquierda y entonces es más claro: la derecha fundamental es todo lo demás.

Claudio Katz, por ejemplo, insiste en conceptuar una centro - izquierda en sus análisis del ciclo progresista latinoamericano. Cita como ejemplos, entre otros, los gobiernos Kirchner - Cristina en Argentina. Gobiernos que, por mucho que mejoraron las condiciones de vida de un buen sector de los más desposeídos, aún creen en el capitalismo “de rostro humano” y en consecuencia no se proponen, o no pueden proponerse, tocar el nervio central de ese sistema por lo que tarde o temprano comienzan a pagar el costo de sus limitaciones, ya evidente.

En todo caso, no aceptar que lo que está en el fondo de esos dos conceptos es una realidad que escapa a las terminologías, revela el intento de ocultar una contradicción fundamental. Pero ese no es el tema de este post, aunque se relacione. Ameritan otra ocasión.

Lector vicioso y sibarita, pese a que también muy disperso, un buen día conocí de la página digital titulada Cuba Posible. Todo lector sabe que lo más importante de un texto, es su título. El título es el comienzo del fin del éxito o el fracaso de cualquier texto. Un mal título aleja, pero uno bueno hasta puede llevarte a comprar una obra mala, aunque raramente una obra mala muestre un buen título. Tan grave es la cosa que se cuenta que Hemingway, a quien le era más fácil lanzar un jab en El Floridita, que decidirse por un buen título, iba por el enésimo daiquirí doble sin azúcar y todavía no daba pie con bola tratando de escoger el mejor de una larga lista. A menudo todos quedaban tachados.

Cuba Posible, como título de su relato, tiene que llamar la atención. Está bien pensado. La posibilidad, el “potens” de lo cubano extendiendo su actuar en la infinitud… Encantador, atrayente. Pero quizás sea verdad lo que alguien decía, que uno tiene el síndrome de la sospecha inoculado, porque cuanto más trataba de comprender el porqué del término “posible” calificando a la palaba Cuba, más pensaba en el por qué no también otros como Cuba Futura, por ejemplo… Leer es investigar,  leer es “sospechar”, aunque en el buen sentido de la palabra, es como la tarea de un detective que a la vez sea jurista; es decir, no hay presunción de inocencia en cuestión de la selección de las palabras: se escogen por algún objetivo, no hay palabras inocentes, en cualquier texto, ni en lo más etéreo de la imagen literaria, pero sobre todo, no hay lenguaje inocente en el terreno político.

Posible conduce el imaginario a tres horizontes a la vez: 1) a la futuridad, (a todos nos seduce pensar en un futuro en que todavía estemos vivos, y en que la vida sea bella y en colores, como decía el padre de Silvio), 2) cuestiona el pasado transcurrido a la vez que 3) valora el presente.

Cuestionar el pasado transcurrido es una necesidad. Pero todo depende de qué futuro se proponga y cómo actuar en el presente. Así nació, desde el título mismo, el interés por conocer la visión y la posición de esa propuesta en las  tres direcciones: cómo valora el pasado, cómo juzga el presente, qué futuro propone. Ese fue el primer motivo para comenzar a leer los trabajos que allí aparecían: fue el título sugerente.

El segundo surgió más tarde, cuando supe que algún intelectual leído con delectación y provecho, giraba en torno o pertenecía a la órbita del Laboratorio de Ideas. Pero ya en ese momento tenía mayor información y el título se iba llenando de sentidos y connotaciones, como sucede durante el encantador, pero difícil, proceso de leer.

El blog La Pupila Insomne, y no sólo él, me permitió acceder a diversa información sobre aquella iniciativa.

Ya con ojo avizor, que no espía, La Pupila Insomne mostró algunos de mis criterios sobre temas relacionados con Cuba Posible, y he citado el nombre y unas declaraciones emitidas en una entrevista por su director. Allí expresé mi valoración sobre el propósito de promover el cambio transicional en Cuba.  Después llamó mi atención, el apoyo que recibe ese Laboratorio intelectual de relaciones y recursos financieros externos a Cuba pero, sobre todo, los provenientes de fuentes vinculadas de una u otra manera al propósito de generar aquel declarado objetivo transicional. Y se fueron aclarando más los horizontes connotativos de aquel título: lo posible en Cuba pasaría por una “transición”, del pasado juzgado como total fracaso, al futuro promisorio, mediante un diálogo suave y sin conflictos, pero con anclajes en soportes exteriores. Ninguno de esos sentidos me parecía coherente con la autodeterminación. Uno, bajo la sospecha de chico malo que desea patear el tablero de la concordia, o de perseguidor de cualquier nacimiento, no tiene culpa de que tal palabrita, juzgar el socialismo como un fracaso, y los proyectos que se relacionen con ciertas compañías y amistades peligrosas, vengan juntos en nuestra historia.

Algunos piensan, y quieren convencer a estas alturas del pitén, que nada importa quién pichea y quién batea pero sobre todo, quién manichea el juego. He allí la cuestión.

Todo parece indicar que el director de Cuba Posible se ha considerado objeto de una inculpación y un ataque personal. Entonces, ha reaccionado, a su vez, con un exabrupto, iracundo y adornado con denigrantes epítetos dirigidos directamente al autor de La Pupila Insomne, pero convirtiendo el nombre propio del bloguero en un calificativo despectivo personalizado y extendido a otros, a saber, los “iroeles”, otro amenazaba con los futuros escribas, quienes formarían algo así como un ejército de persecutores fiscales, sombríos representantes de las fuerzas del mal. Curiosa definición para la libertad de expresión que se dice promover. Curioso espíritu democrático. Creo que algunos de esos “iroeles” no militan sino con su familia, y claro, con su propia conciencia, no tienen un laboratorio de ideas y mucho menos, recursos para montar un diseño de Web que no sea acudir a  los más gratuitos y de menos recursos del WordPress.

Localizar el “mal” en otros, presupone reservarse la representación de la pureza y las cualidades de un bien abstracto, no sólo moral, histórico, nacional, sino político. Y hace mucho que está superada esa falsa dicotomía. Pero tenía entendido que un propósito de ecuménico diálogo, sosegado, tolerante y pletórico de amor por el pluralismo, dicta acoger en su seno incluso a los más réprobos. Pero unos réprobos pecadores son más réprobos que otros, y esos no son dignos de ese amoroso abrazo: merecen el infierno de duros calificativos.

De todas formas, nunca asiste la razón cuando se asume como ataque personal los criterios argumentados, las citas y las fuentes a que acude el que adversa una concepción o proyecto, sobre todo si no han existido epítetos ofensivos personales.

Pero es frecuente el caso que la persona objeto de la crítica a sus concepciones, propósitos políticos y el modo de proceder para realizarlas, no tenga otro recurso que tomarlo como algo personal, lo que, por cierto, no es usual en los debates intelectuales de cierto nivel. Los buenos contendientes de ideas no se sienten aludidos en lo personal, y se limitan al examen profundo de los argumentos contrarios, tanto como a la exposición más profunda aún de sus propios argumentos.

Cualquiera tiene un mal momento, pero ello no es muy frecuente ni en los debates más tensos entre intelectuales de fuste. Considero que el tono, los calificativos y los argumentos empleados por el contendiente de Iroel y los “iroeles”  no están a la altura del carácter y los objetivos que el conglomerado y el proyecto de Cuba Posible afirma proponerse.

Solo un ejemplo. Si un intelectual valora que su adversario de ideas carece de su altura, lo mejor que puede hacer es desconocerlo. Pero una vez que decida responder debe demostrar con su actitud y proceder de modo que no afirme aquello que dice, precisamente, repudiar en el otro.

Toda vez que en el momento que escribo estas líneas he tenido la oportunidad de leer la respuesta de Iroel Sánchez, que considero justa, veraz, adecuada y digna, porque afronta sin epítetos ofensivos, aunque su tono sea firme y frontal, me limitaré a exponer algunas consideraciones que me interesa destacar.

Porque como la valoración de los temas que he tratado respecto a Cuba Posible como proyecto, coincide básicamente con la posición de Iroel y otros varios autores y comentaristas, y como es presumible que esta forma de pecado, a más de considerarlo una honra, me destine al círculo del infierno que se destina a los “iroeles”, me siento inclinado a disculpar una pequeña digresión personal, sólo para información de los foristas que frecuentan o frecuenten el blog, y este tema.

De ninguna manera me he sentido legítimamente aludido, y por ello no es incomodidad personal, ni mucho menos un ataque personal, el motivo principal de este post. Tengo en cuenta la deliciosa sabiduría del ilustre caballero: “entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace, y la sustenta” -(la mantiene con las armas)-; “el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente” y prefiero aquella de Benjamín Franklin: “Inscribe los agravios en el polvo, las palabras de bien inscríbelas en el mármol.” Es necesario disipar en el polvo los verdaderos ataques personales y analizar las ideas, tanto como no es conveniente suavizar  la polémica por temor de que parezca personal.

No soy ni me considero un intelectual en el sentido tradicional y especializado del término, solo en la natural condición biológica común a la especie de poseer una determinada capacidad intelectiva. Exactamente, como tanta gente común que se expresan a través de las redes sociales, ya sea atendiendo un blog, ya sea comentando en ellos. Me expreso consciente de mis limitaciones, como un lector común que desea compartir sus ideas y examinar las ajenas, aunque admita que quizás no tenga el perfil del más común de los lectores, o al menos lo haya intentado. Es por ello, por la conciencia aguda de esa condición, relativamente común si se compara con las especializaciones, que medito a veces con inseguridad y cierta angustia, cuando estoy en desacuerdo con alguna tesis o idea de personas que han dedicado su vida a profesar y asimilar profundamente una  materia y un campo especializado del conocimiento y sobre todo, cuando se trata de graves cuestiones relacionadas con Cuba. Pero tengo en cuenta que, al fin y al cabo, los problemas no pueden analizarse ni resolverse en los cenáculos académicos. La tarea del hombre de pensamiento educa, forma o mal forma, crea estados de opinión, induce a estados de ánimos, acredita o desacredita. Y en última instancia su receptor posible es ese hombre común que multiplicado decide el destino de los pueblos.

Como nunca fui militante juvenil, ni tampoco de adulto -pese a que ciertamente me preguntaron por mi voluntariedad al menos dos veces, quizás considerando que podría ser merecedor- no es atadura interesada alguna lo que me hace sostener y apoyar la legitimidad de la concepción revolucionaria del proyecto del Partido Comunista cubano. He manifestado duras críticas cuando y donde he considerado que era útil hacerlo en las muchas oportunidades en que se han sometido las decisiones gubernamentales al criterio de las mayorías. En ocasiones, he pensado que mis críticas podían ser incluso más incisivas y fundamentadas que la de los disidentes pagados, e interesados sólo en los recursos que sostienen sus servicios, y eso me divertía.

Siempre he tratado de comprender el profundo sentido de esa afirmación de Martí según la cual, la crítica, necesaria, justa y útil a los pueblos, debe hacerse con una sola mente y un solo corazón. Aunque ahora se quieren desdibujar las contradicciones fundamentales con llamamientos a una hermandad acrítica, suave y light; bien se sabe que, aunque duela, algunas veces nos tenemos que enfrentar duramente con los hermanos, incluso, de ideas. Muy legítimo, e inevitable, es hacerlo entonces con los adversarios de ideas. Hay diferencias que se deben discutir de un modo, cuando perteneces y respetas el puerto común. Otras hay, en que se deben analizar y exponer de un modo muy diferente. En ninguno de los dos casos están justificados los ataques personales, pero las muy suaves maneras suelen ocultar las hipocresías políticas. La hipocresía consiste en hacer creer lo contrario de lo que realmente se piensa, y por eso es el arma infernal de algunos políticos. La ironía, la agudeza no dirigida hacia la integridad moral de las personas, sino hacia sus ideas, es preferible, porque quiere subrayar lo que se piensa, sin ocultarlo, diciendo lo contrario. Es más incómoda, claro, porque desnuda u obliga a desnudarse.

Entiendo que hay una contradicción maestra que es la madre de todas las contradicciones: la contradicción entre el trabajo y el capital. Desdibujar eso, es comenzar a equivocarse. Esa equivocación la están advirtiendo brillantes intelectuales cubanos, quizás con más diplomacia, pero claramente. No está de moda el marxismo. Está de moda el descrédito del socialismo. No está de moda la discusión abierta y enérgica. Está de moda el llamado a los consensos, el olvido de la historia y su relectura interesada.

Siempre he entendido que el debate al que han llamado Fidel y Raúl, y el Partido, es para tratar de mejorar y cambiar eso que apoyan los que desfilaron el Primero de mayo, muestra estadística abrumadora. Esa es una prueba de tan contundente plebiscito, que cuando algún adversario se atreve a tomarlo en consideración echan mano a lo único que pueden: a la falta de respeto a un pueblo: los cubanos son corderos, no se rebelan, no se echan a la calle, no tienen su 15 - M, sus ocupas, sus  movimientos, el “movimientismo” no cunde en Cuba, sino la alegría evidente de los “obligados”. Pero lo que no tratan de fundamentar bien es por qué no pasa eso.

No tratan porque se meterían en la camisa de las once falacias de tratar de refutar lo irrefutable. A Martí le solía faltar la monedilla que le reclamaba con sus húmedas manos el barbero. El buen Pedro le criticaba su cabello luengo y hasta quizás su desteñido y único frac, mientras compartía la mesa con el astuto norte.

Warren Buffett ha dicho que “Por supuesto que hay lucha de clases y los ricos estamos ganando”. Esa brutal sinceridad concita admiración, pero deja enseñanzas. Tengo en cuenta que las ideas, conceptos o cosmovisiones que son opuestos a las propias, pueden ser honestamente sostenidas y emanar desde el más íntimo convencimiento, pero ello no puede refrenar el desacuerdo y cuando se estima conveniente, ese desacuerdo debe ser expresado de forma enérgica y firme, por muy respetuosa que se procure sea con la individualidad personal. Es la tradición polémica del pensamiento revolucionario. El enfrentamiento de concepciones cuando es ejercido mediante la polémica enérgica, es a menudo motivo de un conflicto que se asume como personal, pues cada persona tiene su estilo al debatir, y no hay que confundir la búsqueda de consenso o los llamados al diálogo con el abandono de la frontalidad cuando se crea necesaria. Los que llaman a evitar la frontalidad y claman por determinados consensos, están olvidando aquella contradicción principal: nunca hay consenso con el Capital. El llamado al consenso entre cubanos que olvida que primero hay que asegurar que sea efectivamente entre cubanos, no es un buen llamado, por darle un nombre suave y respetuoso: el exacto es, pero no ofensivo: está equivocado.

Se debe evitar el recurrir al argumento ad hominem, pero algunas ideas o proyectos que se consideren particularmente errados y contraproducentes, no pueden ser tratados sin energía y a veces, según cada personalidad, con pasión: exigen frontalidad contra las suaves maneras, almibaradas, las llamaba Fidel.

El proyecto de Cuba Posible convoca al diálogo entre diversidad de posturas, criterios plurales en nombre del destino de Cuba, o de lo que llama la Casa Cuba. No de la Revolución Cubana. Por la puerta de la casa cubana en edificación, entró una Revolución genuina para formar definitivamente el pilar maestro del hogar, lo que acaba de recibir otra formidable confirmación mediante el mejor plebiscito que existe, uno que no puede nunca ser manipulado ni mucho menos puesto en dudas.

Iroel comentaba respondiendo a alguien que seguía machacando el argumento manido del castigo si no participas: dime qué rostro ves allí adusto y a desgano. Contra su voluntad, ni forzado, ningún padre lleva sus hijos en hombros. Pero no lo quieren ver. Inventan razones torcidas para explicarlo. Si esa multitud no quiere transición con apoyo extranjero, entonces la estamos echando de la Casa. La estamos descartando, a priori, del consenso.

Muchas veces he meditado con buena fe y preocupación, créanlo o no los que supongo no tienen la disposición a creerlo, en los textos programáticos de ese proyecto llamado Cuba Posible. Porque ese llamado, considerado en sí mismo, sin ningún otro análisis, se fundamenta en un principio noble, necesario y útil, conveniente e irrefutable, y por momentos el lector no puede sustraerse a la impresión de la nobleza de sus propósitos dialogantes. Y porque forman parte de él intelectuales que han merecido mi admiración y respeto. Y uno está inclinado a respetar la inteligencia y las intenciones ajenas, porque en primer lugar no quiere ofender la propia.

Pero en mi opinión, Cuba Posible tiene un fin preestablecido incluso anterior a ese llamado a la producción del consenso, lo cual demerita el llamado mismo, desde el momento en que declara que va a promover una transición en Cuba, que Cuba desea. Convierte el deseo en verdad revelada. Algo parecido a una  petición de principio de carácter político, pues parte de aceptar que una cosa se prueba por virtud de su misma declaración. El “director” de Cuba Posible ha afirmado que “eso”, ese cambio que promueve, es el que desea el pueblo cubano. De alguna manera parece conocer el resultado del consenso antes que se produzca el consenso. Eso no me parece correcto. Un pueblo que desea cambiar su forma de gobierno y tiene poderosas razones para desearlo, desfila multitudinariamente de la forma en que lo vemos en la TV en muchos lugares del mundo. Bajo el chorro del agua y la irritación del gas, el atropello y las balas de goma. En cambio, el espectáculo en Cuba concita cada año los comentarios asombrados y admirados de muchas personas en el mundo. Pero lo condenan  a la invisibilidad esos que precisamente desean y apoyan una “transición” en Cuba, y han intentado denigrarlo como si fuera una horda de corderos obedientes, como si fuera posible admitir semejante dislate y tan gravosa ofensa dirigida a toda una nación.

El autor y las voces que publican en este blog por cortesía de su promotor, es sólo una ínfima representación de la legitimidad fundamental que ha otorgado ese pueblo: a la forma de su gobierno y el carácter rector del Partido Comunista, que es el depositario de esa función y responsabilidad por los medios institucionalizados propios que tiene la forma democrática que soberanamente Cuba se ha dado para elegir a sus gobernantes. Si hay que mejorar, hay que mejorar esa, no transitar hacia otra. El problema también consiste en lo que se esconde realmente tras las palabras.

Quizás consciente de ello y la debilidad fundamental que implica, Cuba Posible, en la voz de su “director”, se apropia de los llamamientos que ha hecho el Partido Comunista por medio de su líder actual, y las observaciones anteriores de Fidel acerca de los peligros que acechan a la Revolución, como uno de los argumentos de la legitimidad de su proyecto, a saber, el llamado al debate, superar la falsa unanimidad allí donde se tengan que debatir los problemas y los modos de solucionarlos, la necesidad de perfeccionar nuestros mecanismos institucionales, el examen de todo, que fue característica constante del accionar político de Fidel como presidente, y que tiene su continuidad y profundización en su actual primer secretario. Pero acudir a ese capital no resulta coherente por muchos motivos, pero principalmente porque de ser legítimo, también debiera adoptar el principio de que los problemas de Cuba se deben solucionar solo entre los cubanos, lo cual notoriamente, y ya aceptado por el “director” de Cuba Posible, no es el modo de operar de esa entidad.

De las falacias.

Por último, un breve examen, por el momento, sobre algunos argumentos utilizados en la diatriba dirigida a los “iroeles”.

El director de Cuba Posible acude, al menos, a dos de los tipos de falacias conocidos: la falacia ad hominem, pues en vez de limitarse a presentar los argumentos adecuados para rebatir una determinada posición o conclusión del adversario de ideas, ataca o desacredita, en este caso con epítetos de alto calibre, a la persona que la defiende, situándolo nada menos, que entre lo más abominable de la especie.

Si a una persona, por ejemplo, se le hace notar que recibe financiamiento exterior de alguna organización o individuos, cuyo propósito sea cambiar el orden interior establecido en el país en que vive, debe acudir a todos los argumentos que crea justos para, o probar que es falso que esa organización ni esa persona lo pretenda, o que siendo su objetivo ciertamente promover ese tránsito, no sea doloso, o no exista ningún fundamento ético, ni legal ni político para ser impugnado. O en todo caso, que la subversión de ese orden está justificada por ser injusto, o carecer de legitimidad, no ser aceptado por su pueblo, impuesto por la fuerza, y consiguientemente, ejercer el derecho que tienen los pueblos a rebelarse. Creo que algo así afirmaba Tomás de Aquino.

En nuestra historia, ese derecho lo tuvo y ejerció el pueblo cubano en todas sus etapas de pueblo sin independencia ni soberanía, señaladamente en la última etapa de lucha contra una sangrienta tiranía. En esa lucha el pueblo no fue “conducido”, como dice en pasivo un texto de Cuba Posible, fue protagonista. La redención no fue sólo “pretendida”, otro pasivo, sino lograda con creces. Las palabras no caen en el vacío. Sugieren, envuelven, influyen.

De esa fase de nuestra historia el director de Cuba Posible hace una insólita y extraña consideración, ya analizada por Iroel Sánchez, y que por ello no repito aquí en extenso, pero como ha sido la principal razón de que personalmente refuerce los motivos para creer cada vez menos en la pertinencia, conveniencia y legitimidad de los propósitos de Cuba Posible, no puedo evitar un comentario que creo necesario. (Aclaro que no niego que en algunos trabajos de los especialistas que publican en su plataforma encuentre o pueda encontrar aciertos, ideas útiles)

Las causas y consecuencias de un proceso liberador no se tuercen o trastocan, sin revelar profundamente la posición de un historiador. No es una cuestión ni personal ni una acusación. Es un análisis de ideas que considero erradas y que ciertamente, puede ser peligrosa si llega a convencer.

En la reseña histórica del “director” de Cuba Posible, una Revolución que muchos millones de personas e intelectuales de todas las épocas han reconocido en su raigal legitimidad por su derecho a rebelarse contra una tiranía, y que contó con un protagonismo abrumador de su pueblo, aparece virtualmente como la causante y la culpable histórica de la violencia, o, en el mejor de los casos, usa un criterio igualador de ambas actitudes. Ya fue citado en otro post, pero el probable lector debe repasarlo varias veces, penetrando en el subtexto: “la nueva oposición política siguió el modo tradicional que se impuso, de manera progresiva e intensa, sobre todo durante la segunda mitad de la década de 1950: la desestabilización, las bombas y la guerra desde las montañas. Sin embargo, agregó el acople de su gestión al desempeño de mecanismos de poder en Estados Unidos, en muchísimos casos a la CIA”.

El punto de vista adoptado aquí, revela, aunque no se lo proponga, una manipulación. Repito: aunque no se lo proponga. El respeto personal no puede coartar el deber de evitar que ese criterio y ese modo de exponer la historia, se constituya en una óptica generalizada.

No hay que hacer mucho esfuerzo de intelección. El enfoque de la cita y de todo el texto, quiere ser objetivo y desapasionado, pero el lenguaje revela opciones, siempre es elocuente y nunca inocente. En primer lugar, repárese bien, la lucha revolucionaria fue la que “impuso” e hizo “tradicional” un modo violento de hacer.  A la oposición, por consiguiente, no le quedó más remedio que acudir a ese modo: las bombas, la guerra desde las montañas. La manipulación y casi ocultamiento de la historia de ese enfoque consiste en que ese modo violento tiene un origen muy remoto, el cuento largo es que tiene una raíz histórica y es el detonante universalmente justificado de las revoluciones. Pretende desconocer que existe la violencia legítima de rebelarse contra la tortura y el crimen y en pos de la independencia; es decir, que la violencia revolucionaria está éticamente justificada por la violencia explotadora del capital. Desdibujar e igualar ambos conceptos de violencia produce estupor hasta racional. Sería casi equivalente a decir que la violencia revolucionaria mambisa del ' 68 y el ' 95 justificó la intervención norteamericana en la guerra. Al fin y al cabo, al gobierno norteamericano de entonces no le quedaría más remedio que seguir una tradición insular. La historia posterior demostró que la tradición que continuó, pues está en la tradición de todos los imperialismos, fue intervenir criminalmente en todo proceso que amenazara sus intereses. En Cuba y allende. Hasta hoy. O sería como admitir que la violencia revolucionaria provocó -legítimamente- la invasión de Girón. Es ocultar lo que, sin embargo, el millonario Buffet admite: la guerra de clases. Los que invadieron Girón eran representantes de los intereses capitalistas vencidos y dañados en Cuba y ese es el origen “tradicional”, es decir, eterno, de la violencia del capital.

Además, si se quieren valorar las consecuencias de aquel conflicto como el que “acrecentó y (..) consolidó la fractura político - ideológica entre cubanos”, en la afirmación se asume “lo cubano” - político como un ente abstracto, desangrándola de su contenido político, como un concepto desvinculado del contenido histórico de clase de los motivos profundos de los enfrentamientos, que es de índole clasista. El problema nunca ha sido “entre cubanos”, como si la nacionalidad y la nación no tuviera una estructura de clases, como si no hubiera existido una burguesía cubana aliada a los intereses capitalistas, como si no hubiera existido un último gobierno que por apuntalar aquellos intereses y los individuales, no hubiera acudido al crimen. No advertir eso, es lo que está errado en el llamado aséptico a arreglar la cosa entre cubanos. Si así fuera, pues arréglese al menos entre cubanos. Si embargo, es una idea que confunde, porque nadie quiere ser ni mejor ni peor cubano que los demás. Pero ese planteamiento encierra una falacia. Ningún cubano, ni ningún ser humano, es mejor que otro ontológicamente considerado, pero hay que meditar en lo que Saco dejó como su epitafio: “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”. Además, repito, la cosa no se propone arreglar solo entre cubanos, y allí radica el secreto.

"Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras", que también tiene la curiosa tradición apócrifa que reza "Cosas veredes, Sancho que harán hablar a las piedras".

También en la exposición del director de Cuba Posible dirigida contra Iroel Sánchez y los otros “iroeles”, puede advertirse otra falacia del discurso, falacia que se apoya en  una velada amenaza, o cuanto menos, un gesto de desafío amenazante: al admitir la amistad y colaboración con determinadas personas que son notoriamente opuestas al gobierno cubano -es mi opinión, pero digo con sinceridad que preferiría estar equivocado, porque me resulta lastimoso como proceder argumentativo, dado el contexto de un debate-, concluye afirmando “que estas redes de amigos están en fase de ampliación y consolidación”. De ello resulta el uso de una segunda falacia: la conocida como ad baculum, pero aquí el verdadero bastón de apoyo está bien definido y aceptado, ¿no?.

Examinemos primero una afirmación que se relaciona con esto anterior: al sostener que “…ciertamente, (…) Cuba Posible recibe apoyo financiero del extranjero” argumenta que “son las mismas instituciones que colaboran con círculos importantes de la institucionalidad del gobierno cubano”. Esta idea es parte del bastón.

Cualquier cubano tiene el derecho a recibir dinero de cualquier persona o institución generosa y caritativa que desee hacerlo, (aunque algunos están excluidos de esos apoyos), mientras esos recursos no se utilicen, de cualquier manera que se usen, para promover un “cambio transicional” en el país, aunque eso sería muy raro que sucediera en este mundo, y particularmente con Cuba, salvo por las numerosas organizaciones de solidaridad cuyos frutos están dirigidas a toda la población y no a una parte de ella. Recuerdo a un cubanoamericano que me explicaba su disposición a donar cargamentos de arroz, pero exigía repartirlos él en una plaza. Traté de explicarle por qué eso, en relación con todos los factores a considerar, era denigrante. Como el que arroja dádivas a una muchedumbre al paso de su diligencia.

Si hoy la política del buen vecino entre otras tácticas se propone “ayudar” a un eventual sector de iniciativas privadas, eso podría ser bueno para la economía cubana y para esas personas, y nada habría que objetar, si no estuviera dirigida a propiciar otros objetivos ya harto analizados, pues a la vez se los niega precisamente a esa institucionalidad que parece haber reconocido, pero que resta de su colaboración. Será que algunos cubanos son más cubanos que otros pero nótese que, en esa distinción, ellos sí que advierten un contenido económico para alentar una diferencia política. ¿Somos ingenuos o queremos pasar por tales?

Eso, por una parte. Por la otra, el gobierno cubano hasta el momento tiene el mandato para llevar a cabo las negociaciones estatales internacionales de cualquier índole y goza de la confianza y el crédito necesario para hacerlo, una función precisamente institucional, concepto que usa el director de Cuba Posible. Pero dudosamente un particular tenga el derecho a lo mismo, cuando se trata de promover una transición gubernamental para la cual no ha recibido, que se sepa, mandato institucionalmente legítimo y su accionar no forma parte de esa institucionalidad. De modo que la persona que así actúe se sitúa, en efecto, fuera de la legalidad. Volviendo al párrafo anterior, si esa red de amistades que se amplía y consolida de alguna manera está dirigida a reforzar o apoyar esos objetivos, ello constituye un gesto de amenaza y desafío.

Reconozco la audacia del director de Cuba Posible al declarar que estaría dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia de sus decisiones, porque siempre es sinceramente admirable esa actitud, incluso dispuesto gallardamente a desafiar la legalidad, y sufrir sus consecuencias, pero el reconocerlo no se puede confundir con que sea lícito. Por solo repetir una razón importante, ya mencioné que el último desfile en la celebración del Primero de mayo ha sido mundialmente reconocido como una muestra de unidad y apoyo en torno a su sistema y gobierno. Un cubano tiene derecho a no reconocerlo o comprenderlo así, pero lo que no tiene es el derecho legítimo  de contribuir a subvertirlo con los recursos y el compromiso ajenos a su autodeterminación. En lógica estricta, se estaría oponiendo a una voluntad popular mayoritaria, y a la institucionalidad que, sin embargo, cita sólo cuando conviene a favor. El pueblo y el gobierno cubanos desean todos los cambios que sean necesarios y colegien con sus propios instrumentos, y lo ha hecho múltiples veces incluso bajo el asedio, soportando el asesinato, y analizará colectivamente lo que es conveniente hacer en este momento y en la futura discusión anunciada, pero con una sola mente y un solo corazón, y mientras esa mente sea la inteligencia propiamente cubana, sin intromisión de terceros, y el corazón que lata sea el de la nación. Otras muchas inteligencias del mundo están a favor de la continuidad de su Revolución, y junto al corazón cubano sigue latiendo el corazón esperanzado de millones que, muy al contrario, reclaman (y no son cubanos) que Cuba no rinda su dignidad. Si por estas opiniones pertenezco a las filas de los “iroeles”, ciertamente que lo tengo como un honor. Sólo se acepta como agravio aquello que viene del que se reconoce con el derecho a hacerlo. 

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