Por Carlos Del Frade
(APe).- El 8 de septiembre de 1990, en las afueras de San Fernando del Valle de Catamarca, la ciudad capital de la provincia de montañas azules, encontraron el cuerpo sin vida y desfigurado de María Soledad Morales.
Ha pasado casi un cuarto de siglo. El país fue conmovido por la violación permanente de aquella niña de diecisiete años luego de haberla obligado a consumir cocaína en un boliche donde los hijos del poder, los delincuentes de guante blanco, disfrutaban su impunidad con sus socios menores, los delincuentes de manos sucias. La perversa y permanente avenida de doble mano que explica la realidad social.
En la mismísima ciudad de Buenos Aires, cuarenta mil personas asistieron a una de las entonces famosas marchas del silencio impulsadas por los compañeros de la escuela secundaria de María Soledad y encabezadas, entre otras, por la increíble hermana Martha Pelloni.
Una de las compañeras de María Soledad, Marylin Varela, que en su momento le reprochó a su padre haberla educado para ser cobarde, dijo durante la trigésima primera marcha del silencio: "Estamos alarmados por la corrupción que en Argentina termina devorando todos los espacios de la esperanza, los jóvenes que alguna vez fuimos llamados esperanza del mañana convocamos con urgencia a reconstruir esos espacios. Con gobernantes, políticos y dirigentes que busquen y usen el poder para bien del pueblo no para sus propios intereses familiares o partidistas. Con jueces servidores de la justicia y periodistas que no puedan ser comprados ni por el dinero ni por el poder. Con economistas que no piensen sólo en números sino en los seres humanos, dando real importancia a la promoción de los más humildes... con un pueblo libre, como el de Catamarca, que rompió el silencio con el silencio”.
En aquellos momentos la conmoción fue tan fuerte que las grandes mayorías creyeron que, efectivamente, nunca más se iban a repetir casos como el de María Soledad.
Hace pocos días, la propia Martha Pelloni dijo que el martirio de aquella chica catamarqueña seguía repitiéndose en la Argentina del presente.
Casi un cuarto de siglo después, en la semana en la que se cumplieron los 24 años del hallazgo del cuerpo de María Soledad Morales, Ana María, la mamá de Melina Romero, una niña de 17 años, pide encontrar el cuerpo de su hija.
Melina desapareció hace casi un mes de un boliche de la zona de San Martín, en el gran Buenos Aires, y, según uno de los detenidos por la desaparición de la chica, se habría negado a participar de una fiesta sexual y terminó muerta a golpes y arrojada a las aguas del arroyo Morón.
"La Policía me dijo que mi hija está muerta, que la golpearon y la mataron… Quiero que la encuentren, en el estado en que esté… ¿Cuándo se va a terminar esto? No puede ser que traigas un hijo al mundo y venga cualquiera y te lo arrebate. La juventud no puede disfrutar ni de ir a bailar ni de estar en una plaza. Quisiera que esto se termine para que ninguna mamá tenga que pasar lo mismo", dijo Ana María, casi con los mismos argumentos que utilizaba la valiente Ada Morales, la mamá de María Soledad, casi un cuarto de siglo atrás.
"Ahora me encuentro con esto. Hoy vamos a hacer otra marcha, con padres y maestros, y pido que también sea pacífica", agregó la mujer.
El viaje colectivo que va de María Soledad a Melina incluye la perversa naturalización de considerar el cuerpo de las nenas como un objeto de consumo por la cultura mediática dominante. Chicas que quieren disfrutar algo de la vida y la terminan perdiendo porque sus matadores creen que pueden hacer lo que quieran sobre esos cuerpos.
Casi un cuarto de siglo ha pasado entre María Soledad Morales y Melina Romero. Como si poco y nada hubiera sucedido en todo este tiempo.
Fuentes: Entrevistas propias en Catamarca en el año 1995 realizadas por el autor de esta nota; diarios nacionales del 12 al 14 de septiembre de 2014.
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