Por Claudia Rafael
Foto: Carlos Brigo
(APe).- “Vivir en Buenos Aires no es para cualquiera, sino para el que la merezca, para el que acepte las pautas de una vida comunitaria agradable y eficiente. Debemos tener una ciudad mejor para la mejor gente”. Guillermo Jorge del Cioppo -reconstruyó Eduardo Blaustein en Prohibido vivir aquí- pronunció la frase algunos años antes de que la dictadura lo premiara con el cargo de intendente de los últimos meses previo al día final. Antes, era el titular de la Comisión Municipal de la Vivienda que, bajo las órdenes del brigadier Osvaldo Cacciatore pergeñó el 13 de julio de 1977 la ordenanza 33.652 para el “plan integral de erradicación” de villas. Nada nuevo bajo el sol.
Mucho antes, a mediados del siglo pasado, Bernardo Verbitsky escribía que “el recuerdo terrible de Villa Basura, deliberadamente incendiada para expulsar con el fuego a su indefenso vecindario, era un temor siempre agazapado en el corazón de los pobladores de Villa Miseria. La noticia de aquella gran operación ganada por la crueldad, no fue publicada por diario alguno, corrió no obstante como un buscapiés maligno”.
La historia del país va adaptando ciertas metodologías a los tiempos y a los contextos.
El tiempo no para. Todo se transforma con una delicadeza que asesina. “Desde 2009 hasta ahora tengo dos estudiantes muertos. En octubre lo mataron a Lucas. En enero o febrero, a Pipito. El año pasado, en octubre, en el bar de abajo de donde el otro día acribillaron de 38 balazos a Yiyo, ejecutaron a cinco personas en un arreglo de cuentas narco. Los pibes visten chalecos antibalas. Andan con mucho armamento. Y hay un ritual que se repite. Cuando muere un transa, se producen tiroteos que duran dos o tres horas y nadie interviene”, dijo el referente, desde la 1.11.14, en el Bajo Flores.
La escalada de violencias viejas y masticadas fue haciéndose más honda. Y siempre hay una excusa. De mayores o menores gravedades. “Mataron a un pibe que salía con una piba que tenía un novio. A la semana siguiente mataron a un transa, ahí nomás del centro de salud (frente al cual poco después velarían a Yiyo), de un escopetazo en la cara. Ráfagas y disparos por horas. Y en su relato, una de las doñas vio cómo antes del velorio alguien bajaba de un auto con bolsas a repartir chumbos. ¿Cuál es el rol del Estado en todo esto? ¿Cuál es el rol de la Gendarmería, que desde hace tiempo ya empezó a mirar para otro lado en el momento en que todo ocurre?”.
Tres estudiantes están fugados. Y el relato se profundiza: “Van a matar a todos porque joden a los que van a comprar”, se escucha. Pero los pibes replican: “nosotros no somos cagones” y se quedan hasta que los atraviesa 1, 2, 5, 38 plomos feroces.
“Todo se monta sobre la realidad de estos pibes. Y ahí decís: estos hijos de puta juegan al poder y los que se mueren son los pibes. Y no es joda cómo viven. Teníamos uno que vivía literalmente adentro de uno de los contenedores de plástico de Macri, bajo uno de los puentes. A su viejo también lo mataron los paraguayos. Y ahora, por lo menos, logramos que durmiera a veces en la casa de una abuela; otras noches en lo de algún amigo…”.
Las voces sólo se escuchan bajo la promesa de un rigurosísimo off de record. Hay que seguir pateando los pasillos y las callecitas entre tanta muerte amenazante. “Al centro de salud la gente deja ir de a poco. No quieren dejar la casa sola porque tienen miedo de que se las ocupen y la pierdan. Antes, había que ir al centro a las 3 de la mañana a sacar número. Ahora los turnos están sobrando. Entonces, la gente se enferma pero ya no se puede atender.”
Toda esta movida se profundiza y despedaza en el sector manejado por las bandas de los paraguayos. “En las manzanas de los peruanos nada de esto ocurre. El poder ahí se dirime de otra manera en donde si vos cumplís con tu rol y hacés lo que tenés que hacer, a cambio te protegen”. Desde hace años, el control de ese Estado paralelo que da trabajo, sustento, protección, casa, dinero desplazó y se afincó para quedarse.
El otro Estado, en cambio, fue reposicionando o intercambiando a sus protagonistas. La Metropolitana, los Gendarmes, la Federal. Cambian los nombres, unos se van, otros regresan. En un toma y daca que silencia, libera zonas, connive, cobra por abajo, maneja mercados, guiña un ojo todo es posible en la viña de los señores.
“La droga hace desastres en los barrios. Y se arma un círculo de violencia inevitable. Murió un chico en Lugano. Murieron más en Barracas por policías de civil. Todo se maneja a través de los discursos de la seguridad. Y se produce un desgaste que empieza con esa estigmatización tan fuerte reforzada además por los medios. Y si bien estaba la Metropolitana con todo el tema, la Gendarmería estaba cercando todo. Y Sergio Berni, ante los discursos de más seguridad y mano dura, levanta electoralmente. Eleva el impacto electoral. Entonces uno se siente impotente porque es un momento muy duro y angustiante en donde los que pierden son los de siempre. Me preocupa no ver la luz”, analizó Fátima Cabrera, la coordinadora del programa de alfabetización.
“Uno de los chicos que estaba en la toma de Lugano había llegado solo ahí. Anda solo desde los 10 años porque en la familia eran violentos. Charlamos y me contó ' estoy aprendiendo a leer mirando los carteles '. Yo le dije que tal vez cuando todo terminara podía sumarse a la escuela… pero estamos viviendo un drama y no sabés cómo termina todo”.
“Congelamiento / Desaliento / Erradicación / Ordenamiento Social y Edilicio”, detallaba el plan erradicador de Cacciatore. Es que “Buenos Aires no es para cualquiera”, fundamentaba Del Cioppo.
Las topadoras voltearon entonces las villas. Se desalienta. Se empuja. Se reordena. Se erradica. Se olvida. En esas tierras en las que se multiplican y fatigan a diario cientos de miles que transpiran la historia y pugnan por parir la vida. Ahí donde un chico muere de 38 balazos y no hay siquiera un diminuto milímetro de su piel a salvo. Pero nadie lo nombra. Y nadie se inmuta.
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