Por Alfredo Grande
(APe).- Si la vida te da sorpresas, la cultura represora cada vez te da menos. A menos que llamemos sorpresa a las “remakes” a las que nos tienen acostumbrados los dueños del poder. Y digo dueños porque en el capitalismo, serio, tardío, dormido o despierto, la propiedad privada es un sacramento político, cultural y social. Y el Estado, incluido el benefactor, es el custodio de que ese sacramento no sea vulnerado. La Tradición (de la patricias familias y de las plebeyas devenidas en nuevos ricos) la Familia (monogámica, reproductora, heterosexual, cristiana) y la Propiedad (individual, anónima, heredada, robada) son un Trino: los Tres son Uno. La único es lo que muchos llaman realpolitik, otros políticamente correcto, otros el horizonte de lo posible, otros “es lo que hay”. Una estética y una moral carenciada de toda ética, que fabrica corrales, corralitos y corralones para encerrar todas las formas de la dignidad de la vida. Y la dignidad no es otra cosa que aquello de lo que somos merecedores.
Aquello que nadie debe arrebatarnos. Pero lamentablemente puede arrebatarnos. Desde la salud, incluida la mental, hasta la alegría, incluida aquella que viene por mandato. Feliz cumpleaños, felices fiestas, feliz aniversario. Para la cultura represora, la felicidad es un mandato de calendario. Para el gobierno de la reina del plata cada vez más endeudada, en todo estoy yo. Al menos lo supongo, porque si a reventar escucho que “En todo estás vos”, vos soy yo. Pero nadie me preguntó si en todo quiero estar yo. Hay cosas en las que naturalmente no quiero estar. No quiero estar en la destrucción de parte de la ciudad para que habilite el metrobus sur.
Según la Asamblea del Pueblo, “la traza de esa obra implicará la demolición de parte de seis manzanas del barrio, comprendidas entre las calles Carlos Calvo y el Parque Lezama, incluye cuatro establecimientos educativos, un campo de deportes utilizado por los colegios del barrio, el frente de un medio de comunicación (Ámbito Financiero), varios comercios y viviendas, la sede de la Asamblea de San Telmo y el edificio Marconetti (diez pisos en los que viven 40 familias). También se encuentra en riesgo la preservación del sitio donde funcionaba el Campo de Concentración El Atlético, campo de concentración donde fueron masacrados 1200 vecinos”.
Tampoco quiero estar en el desfondamiento del Banco Ciudad, ni en el cierre de servicios asistenciales vitales. No quiero estar en nada de eso. El gobierno nacional me dice que Argentina nos incluye. Pero como en el “nos” la nación QOM no figura, o peor, figura para ser arrasada día a día, noche a noche, no quiero que esa Argentina me incluya. Pero nadie me pregunta. Incluso tengo la maldita sospecha de que yo financio con mi trabajo y con ese robo hormiga que algunos llaman IVA, que en todo esté yo y que Argentina me incluya. De una manera tan forzada y tan brutal como un parto de nalgas al revés. Ese forzamiento violenta mi propia dignidad, porque por la vida que sostengo no merezco estar en nada que no elija, y menos cuando me hace cómplice de lo que más detesto. La injusticia, la mentira, el oportunismo más descarado, los pactos perversos entre gallos y mediodías, porque ya no necesitan de la impunidad de las medianoches.
A veces, demasiadas veces, doy como ilustración en muchas de mis clases y charlas las letras de los tangos de Enrique Santos Discépolo, “discepolín”. “Tres esperanzas tuve en mi vida, dos eran blancas y una punzó... Una mi madre, vieja y vencida, otra la gente, y otra un amor, Tres esperanzas tuve en mi vida dos me engañaron, y una murió”.
Cuando empiezo a sentir y a pensar como discepolín, tengo el privilegio de llamarlo a Alberto Morlachetti, que en pocos minutos recompone mi ánimo. Me explicó que la carga impositiva es confiscatoria, sumando el impuesto al valor agregado y el impuesto a las ganancias. Y ahí está el núcleo de la indignidad de los alguien. El Estado es un patrón omnipotente que se financia con los descomunales aportes de los que supuestamente recibimos sus beneficios.
Cuando nos demos cuenta de que el Estado de las democracias capitalistas también es Buitre, será más que tarde. Ya se habrá producido como en el ajedrez, otro enroque de Torre y Rey. Algunos llamaron a esto “robar para la corona”. Y la corona sigue y los robos también. Los “alguien” son ricos, a veces famosos, a veces solamente notorios, (pero es difícil hacer la diferencia), los entrevistados de planta, los que reciben las cuantiosas pautas publicitarias oficiales, los camiones Iveco, los amigos, compañeros, cómplices del Poder, no importa quién lo presente o quién lo represente.
Los insultos a Bergoglio hoy son elogios a Francisco. De todas y todos. Pero el tema no es Francisco, sino que a pesar de la cacareada la recuperación de la política en la década ganada, se claudica lastimosamente ante la Iglesia de Roma, copartícipe de crímenes contra la humanidad. Que lo haga la derecha vernácula y el fascismo de consorcio, no me sorprende. Pero la remake de una Presidenta Constitucional elegida por el pueblo (que si es en mayoría católico apenas lo es porque en el bautismo ningún bebé puede decir que no, y los usos y costumbres son más letales que algunas drogas) tenga una entrevista con el Jefe de Estado Vaticano para cuestiones no religiosas, es una ofensa irreparable para el laicismo y la libertad de pensamiento. Pero hoy Francisco es alguien y el primero entre todos los que son alguien. Lejos quedaron los dos tedeum.
Al Fariña que daba ficción, hoy la AFIP que de ficciones nada sabe, le remata la camioneta en un poco más de 300.000 pesos. Una ganga. A lo mejor son dólares, o yuanes, o patacones. No me importa. El daño es irreparable. Solamente una izquierda clasista y anticapitalista, que abomine del engaño del “fifti fifti”, que diferencie de una vez y para siempre lo público de lo estatal, que sepa ser tierna con el compañero y dura con el enemigo, que sepa de acuerdos pero nunca más de pactos, podrá en varias generaciones poner en superficie la indignidad de los alguien que siguen robando para cualquier corona
Cuando todos nos demos cuenta de que es más importante Vanesa Orieta, chiquita pero valiente, que Chiquita Legrand, y que la desaparición, entre otras y otros, de Julio Jorge Lopez y de Luciano Arruga interpelan a la democracia, entonces nos daremos cuenta de que la dignidad de los nadies no pudo ser arrasada. Y que más temprano que tarde, la indignidad de los alguien será castigada.
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