Por Manuel E. Yepe *
Foto: Virgilio Ponce
Mi mejor amigo me recomendó un breve ensayo del periodista Stephan Richter titulado “Los cinco pecados capitales de la política exterior de Estados Unidos” que brinda algunas pistas para el mejor entendimiento de los actuales dilemas y vicisitudes de la diplomacia estadounidense. Richter es editor y redactor jefe de la revista digital The Globalist y columnista de diarios en varios países.
“Nunca es una buena señal que la principal potencia mundial actúe como aprendiz de brujo. Pero ello es más inquietante aún si esa potencia -Estados Unidos- lleva ya casi tres cuartos de siglo en el desempeño de tal liderazgo mundial.
El primer pecado en la política exterior estadounidense es lo que Richter califica como trastorno de hiperactividad por deficiencia en la atención (ADHD, por sus siglas en inglés) que, con relación a la actualidad en Irak y en el Medio Oriente, se manifiesta en que los estadounidenses, que siempre se han imaginado émulos de Hércules sosteniendo al mundo entero con una sola mano, en la actualidad se muestran incapaces de manejar todas las fuerzas elementales que ha despertado.
Peor aún, la política exterior de Washington se muestra sin aliento, jadeante, capaz de interpretar -cual interminable serie de obsesiones- apenas el tema más reciente en la agenda del día. Factores que permanecían inéditos un par de semanas atrás, repentinamente reclaman la primera plana de los diarios.
La trágica situación de los Yazidis, es apenas el ejemplo más reciente en una larga cadena de eventos.
Es pecado mortal de la política exterior de Estados Unidos su carácter impulsivo y su orientación específica hacia determinados eventos, lo que convierte a esa nación en una con la que ninguna otra puede asociarse en un curso racional aplicando una política creíble siquiera para sus propios aliados.
En Estados Unidos, los medios, especialmente la televisión, actúan como multiplicadores de la fuerza desastrosa que desata su política exterior. Toman un tema o un ángulo con el que deslumbran a las masas atemorizadas para llevarlas a un juego para el que se consideran doblemente legitimados: la caza de los “ratings” y el supuesto esfuerzo por dar a los televidentes "lo que éstos quieren".
El segundo pecado se refiere al error de pensar que el dinero siempre presagia buenos resultados.
El Presidente Barack Obama confesó recientemente que -incluso como comandante en jefe - fue sorprendido por la rapidez con que el grupo Estado Islámico tomó Irak. Más no es por falta de recursos que tal fenómeno tuvo lugar; el aparato de inteligencia de Estados Unidos, en términos de presupuesto, es, por amplio margen, el más caro que haya conocido la Humanidad. Pero, evidentemente, no es el más eficaz ni el más perspicaz.
De hecho, habría que preguntarse si su alto costo no obedece al propósito de enriquecer a las vastas legiones de consultores y prestatarios de servicios a la burocracia militar y a la que tributa a la “seguridad de la patria” gubernamental.
Richter identifica el tercer pecado mortal de la política exterior estadounidense en su irónica tendencia a poner en práctica los pecados de que ha acusado antes a sus adversarios.
La ruta que transita hoy EE. UU. en el Medio Oriente con su modelo de las “primaveras árabes” para la recolonización de la región, pretende ser copia del proceso independentista contra el colonialismo de mediados del siglo XX que se extendió en la región con arreglo a la conocida teoría del dominó y que la propaganda de EE. UU. llamaba “fantasma comunista” para justificar la necesidad de intervención de Estados Unidos alrededor del mundo durante la guerra fría.
El autor sostiene que el cuarto pecado capital de la política exterior norteamericana es su incapacidad de distinguir la diferencia entre los términos “estratégicos” y “tácticos”.
Y el quinto pecado consiste en que la política exterior de Washington es “un juego de suma negativa”. En vez de idear una política sólida o una forma cualquiera de consenso, todo se traduce en un juicio en el que se formulan cargos y acusaciones sin pruebas de ningún tipo.
“Para algunos, especialmente los republicanos, importa más culpar a Barack Obama que controlar el Oriente Medio. En esa labor de tierra arrasada reproducen los males de Estados Unidos en las realidades del Oriente Medio. Y es en ese sentido que, bajo Obama, la política exterior de la superpotencia única en el mundo se ha vuelto más parecida al Medio Oriente.
“Tal vez fue ese sentimiento de extrema división en casa lo que atrajo al aprendiz de brujo a involucrarse tan profundamente en aquella región”, deduce Stephan Richter.
* Periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana y miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.
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