Villa 1 - 11 - 14
Gentileza: Mundo Villa
Por Claudia Rafael
(APe).- Sillas y velas le hacían el aguante. Habían sido demasiados los 38 balazos para un solo cuerpo de pibe. El ritual de despedida se armó en el patiecito de un monoblock, ahí nomás del Centro de Salud, en el corazón de la Villa 1.11.14. Dicen que los que lo acribillaron a Yiyo eran altos. Que tenían las cabezas encapuchadas. Que eran balas 9 milímetros y de Winchester 40. En el patiecito, entre el fueguito mustio de las velas que parecían protegerlo quién sabe de qué, la canción de Fuerte Apache sonaba desde algún parlante escondido: muchos los ausentes, los que tengo que contar y son pocas cosas buenas las que tengo que sumar... un final predecible acá te puede pasar, que la chusma siempre diga a éste lo van a matar… Alrededor del cajón de madera una gorrita y la remera azulgrana. Más allá, los paquetes de Snacks que tanto le gustaban. Y en el fondo, un par de pibes camuflados, de esos a los que se la tienen jurada. “Los veías y decías ' estos se juegan la vida pero tienen que estar ahí, por el amigo ' ”, contaron a APe. Más allá, los reproches. “Lo tendríamos que haber llevado a Cañuelas, al campo…”. Demasiado tarde para todo. Y la frase de la enfermera. Esa que tanto lo quería a Yiyo. Si después de todo lo conocía desde que ensayaba una sonrisa con la que se podía comer el mundo, ese mismo mundo que hace unos días se lo devoró entero a él. “Hay noches en que salgo para ver si me pegan un tiro en el pecho y se acaba todo esto”, le había dicho a ella un año atrás.
En qué momento exacto de la historia empezó todo, se pregunta el observador, que camina a diario los pasillos y vericuetos de la villa. “Uno siente que está dentro de un tornado que no sabés cuándo y dónde arrancó pero tampoco sabés hacia dónde te va a llevar y dónde y cuándo va a terminar”, piensa con la garganta anudada por esa rabia que se torna llanto que no deja hablar.
Las “doñas” tienen entre 39 y 60 años. Son unas 10. Allá por 1989 armaron el Centro Comedor Niños Felices. No tienen apoyos partidarios ni subsidios. Ellas mandan ahí. Día tras día dan de comer a cuatrocientas y pico de personas. “Atienden a todo el que pide, sin fisuras”, cuentan. Y no hay quien no las respete.
Los maestros lloran muertes. Los pibes en los centros de alfabetización son cada vez menos. A Lucas lo acribillaron allá por octubre. A Pipito lo mataron cuando el verano estallaba entre el calor y la humedad profunda. Los tiroteos crecen y se multiplican.
“Pero ya en junio empezamos a ver pibes colando rancho. Es decir, esperaban a que alguien se fuera a trabajar y se metían en las casas. Una, dos, tres, cuatro. Casi siempre de familias bolivianas. Y no es que las ocupaban para vivir. Sino que las vendían. Hace un mes, más o menos, fueron unas 6 casas en una semana. Y desde junio hasta ahora, habrán sido al menos unas 20”, desnudan ante esta Agencia.
A unas cuantas cuadras de allí, otra voz relata: “Estudiante boliviana. Señora de 40 y pico de años. Varios hijos, sola. Intenta alfabetizarse y terminar su primaria. Deja de asistir repentinamente. La voy a buscar. Su respuesta me asombra. Dice que no puede dejar su casa. Que unos pibes con muchas armas muy grandes que nadie sabe de dónde salieron andan robando casas. ' No lo de adentro, no las cosas: las casas. Entran, te sacan todo a la calle y se instalan. ¿a quién le reclamo, si yo la alquilaba de palabra nomás? Y ya le pasó a varias vecinas. Y te quedás en la calle. Porque luego las alquilan de nuevo. La pieza, sin baño ni cocina a $1.600. Y te quedás en la calle ' ”.
No siempre se alquilan, opina otro. “Uno va observando reconfiguraciones territoriales. Los pibes que se quedan con esas casas, las suelen vender a unos 20.000 pesos. Y no te asombres… porque una casa allí puede costar normalmente unos 50.000 dólares”.
Hay quienes observan en el fenómeno movidas extrañas. Más allá de todo lo extraño que en sí mismo se arme y se rearme en los mundos paralelos que transitan en la villa. Y se detienen en esa suerte de “visto bueno” de ciertos delegados que responderían al poder político de la Ciudad Autónoma.
Las muertes, mientras tanto, se multiplican. La de Yiyo, con los 38 balazos clavados en el cuerpo, fue tan sólo la última.
“Son muchas las versiones. La que más resuena es la que involucra a la banda narco de los paraguayos. Hace algunas semanas se la juraron a un grupo de pibes que hacen “ranchada” sobre la Avenida Perito Moreno. Afanan a los de afuera… a los que pasan por la avenida. Son pibes. Parece, según dicen, que con esos robos ahuyentan a la clientela de los paraguayos que viene al barrio a comprar... Y se la juraron. Fueron y los nombraron por su nombre y apodo a cada pibe. Y prometieron que los iban a matar uno a uno. Y cumplieron. Ya van dos. Y faltan más. Ya algunos se fueron del barrio. Otros se escondieron. Saben que cumplen. Pero es sólo una versión… Un intento de explicar lo inexplicable: por ejemplo, que maten a un pibe de 38 balazos”, contaron.
La villa 1.11.14 está tajantemente dividida en territorios: de un lado, los paraguayos. Del otro, los peruanos. Con el Nuevo Gasómetro ahí, vigilante de los sueños perdidos. “Antes de la llegada de la Gendarmería, todo era territorio de los transas y de los pibes. Que afanaban con total impunidad. Uno de 9 ó 10 años se tiraba sobre el auto, y los otros, de 14 para arriba, enfierrados, afanaban en unos minutos. Hace unos dos años, con la llegada de Gendarmería todo cambió. Bajó el nivel de violencia, aumentó la violencia institucional. Hicieron al principio un control territorial que después cambió a ocupación territorial. Y pasaron a ser los amos y señores del territorio. La gente… agradecida”.
Pero en los últimos meses -coincidieron las voces- “Gendarmería empezó a correrse. Y arrancaron los fenómenos de ocupación de casas. Ellos dicen ' no podemos hacer nada ' mientras los pibes venden las casas a la banda de los paraguayos o a la gente sindicada por ellos. Es que empezó a verse un desplazamiento. Una reconfiguración del territorio en donde necesitan poner gente que les responda ante el requerimiento de favores”.
Hace apenas dos o tres domingos, la chica -contaría luego a sus referentes- miraba el partido de River por TV. Ruidos. Gritos. Los hombres se metieron por la ventanita. Uno, dos, tres, quién sabe cuántos. “La guita está en el armario”, dijo uno. Empezaron los tiros al aire. Los gendarmes estaban a menos de 40 metros. En el momento en que el tiroteo se desató, desaparecieron de la zona. La liberaron. Dejaron a la gente a merced de la irrupción violenta. Todos sabrán luego que no había dinero en ningún armario. Simplemente será uno de los métodos que empiezan a sistematizarse para producir estampidas en la compleja replanificación territorial.
Fátima Cabrera coordina desde hace más de 20 años el programa de alfabetización (Paebyt). Conoce las villas desde las entrañas. Ella misma creció, siendo una pequeña niña tucumana, en la 31 de Retiro. Sabe de las violencias y crueldades sistémicas desde el lugar de luchadora y de víctima. Advierte, como el resto, que el conurbano sur está particularmente atravesado por este fenómeno de violencias orquestadas. “Vemos todo con mucha preocupación. Ya hace un tiempo que se producen muertes de jóvenes con mucha frecuencia pero el problema es que, además, son muertes ignoradas. Muchas veces, son muertes en manos de las fuerzas de seguridad. Pero también muertes entre bandas. Y la droga hace desastres en los barrios. Nos viene pasando en los últimos años a partir, además, del desmantelamiento de las políticas públicas. A mediados de agosto, por ejemplo, incluso en Soldati tuvieron que cerrar los centros de salud. Se arma un círculo de violencia inevitable. No está la ley, los lazos se rompen, la gente queda en el medio”.
Los centros de alfabetización “constituyen un espacio de identidad”, relató a APe. “Pero se producen desbandes, cuando hay disputas por territorios”.
“La violencia viene a reforzar relaciones de poder que existen en el barrio”, dijo el sociólogo Javier Auyero a APe, en una entrevista publicada en junio de 2013.
Hay un mismo infierno que se arma con los pedazos rotos de un rompecabezas demasiado viejo.
“Papu, ¿qué onda?... nos están matando a todos… no va a quedar ninguno”, dice el pibe.
Y un maestro piensa “Rosario siempre estuvo cerca”.
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