A la madre que al pueblo siempre abraza
Por Alfredo Grande
(APe).- Alguna vez construiré mi propia nave del recuerdo. Poder subir a bordo a todas y a todos los que me permitieron conocerlos, entenderlos, escucharlos, discutirlos, mirarlos y a veces admirarlos, amarlos, acompañarlos. Esa nave del recuerdo estará, no podría ser de otra manera, atravesada por la lucha de clases. Hay recuerdos que siempre están en las primeras filas. Son los recuerdos más activos, mas intensos, más agradables. Recuerdos privilegiados que son convocados cada vez que la ocasión lo amerita.
Están siempre listos, son algo así como los boy scouts de la memoria. Incluso se superponen entre sí, se mezclan, se confunden. Necesitamos ordenarlos antes de contarlos porque nos apabullan con su insistencia. Pueden recibir el reto de “¡ pero siempre te acordás de lo mismo !” Son la vanguardia de la memoria. Hay otros recuerdos que están siempre en las últimas filas. Para encontrarlos, tenemos que recurrir a la linterna de nuestra atención. Muchos se esconden y no podemos encontrarlos. Otros, los más tímidos, incluso se escapan y para encontrarlos necesitamos mucho tiempo. Algunos están esperando, silenciosos, tranquilos, deseando ser encontrados, pero sin alboroto alguno. Son los que más prefiero. En mi nave del recuerdo quizá no ocupan demasiado lugar, pero sin dudarlo es el lugar más importante. Esos recuerdos son permanentes. Ni siquiera podría decir que son inconscientes. Quizá lo sean después de todo, y mi profesión de psicoanalista no me permite negarlo. Pero son, como aquellas personas que el entrañable Hamlet Lima Quintana enseñara, los necesarios. Sin esos recuerdos, que de tanto en tanto nos visitan en la antesala de nuestra memoria, no podríamos seguir siendo lo que somos. Son recuerdos tranquilos, serenos, pero fuertes y abnegados. Nos aferramos a ellos cuando la sin razón y la sin emoción de la planicie cotidiana, amenazan con aplanar nuestra voluntad y nuestros deseos. Esos recuerdos necesarios nos alumbran, aunque casi nunca nos deslumbran.
No siempre somos generosos con esos recuerdos. Los abandonamos al silencio del olvido, no los convocamos con la frecuencia necesaria, y ni de las sobras de muchos banquetes les permitimos participar. Con esos recuerdos somos ingratos, o al menos, mucho menos gratos de lo que merecen. Pero esos recuerdos, tan necesarios, no se mueven. Siempre están. Nunca abandonarán la nave del recuerdo. Entienden cuando la vorágine de las oportunidades históricas, piadosa manera de denominar al más salvaje de los oportunismos, nos hace padecer amnesias políticas e ideológicas. Los que se recuperan, más tarde o más temprano, del ébola de lo políticamente correcto, sin culpas pero con inmensa gratitud, vuelven a encontrarse con esos recuerdos que nunca podrán extraviarse.
Entonces volvemos a abrazarlos, a tocarlos, a dejarnos acariciar por ellos. Nuestra vida, toda nuestra vida recupera sus sentidos. Volvemos a ser lo que somos. Dejamos de hacer lo que no somos y nos amigamos con nosotros mismos. Esos recuerdos tan necesarios siempre nos están esperando. Confían en nosotros más de lo que nosotros confiamos en ellos. Son recuerdos necesarios y son recuerdos imprescindibles. En la nave del recuerdo podrán bajar muchos recuerdos e incluso preferir otros puertos, habitualmente de paraísos fiscales y de infiernos legales. Pero aunque estén en los últimos camarotes de la nave, aunque sepan que son poco visitados, resistirán todas las formas del olvido. Incluso aquellas que de tan cínicas, se hacen llamar “memoria heroica”.
Para defender nuestros recuerdos necesarios e imprescindibles nos damos todos los permisos para ser egoístas. La cultura represora odia el egoísmo porque lo que busca es que nos entreguemos de cuerpo y alma. Que nos desprendamos de nosotros mismos… Eternos conversos de las mentes sin recuerdos. El egoísmo colectivo es la única garantía de supervivencia de todos los salvadores de la patria, de todas las reservas morales de la nación, que hace décadas, siglos quizá, nos han condenado a la muerte en cuotas o al contado. Recuerdo que una golondrina siempre hace verano:
“Cipolletti, miércoles 17 de Septiembre de 2014 Comunicado de prensa Los vecinos y las vecinas del barrio Los Sauces queremos comunicar que ante la sentencia de desalojo que el juez Cabral y Vedia dictó en contra de nuestro barrio, de nuestras familias, de nuestros niños y niñas, decidimos en asamblea exigir la nulidad de dicho fallo a través de un escrito que entregaremos acompañados por nuestra abogada. Estamos frente a un juez que no solo viola nuestro derecho a la vivienda sino que también el derecho que todxs tenemos a defendernos. Hemos decidido dar la pelea en un contexto de avanzada de la judicialización de la lucha por la tierra y la vivienda. Esta es una muestra más de que el estado protege los derechos de los que tienen plata y pueden acceder a la justicia. Una justicia que sigue poniendo a la propiedad privada y al negocio inmobiliario por encima de nuestro derecho a la tierra, a la vivienda y a la ciudad. Los y las convocamos a una jornada de lucha que como barrio estamos organizando para el próximo miércoles 17 de Septiembre a las 10 hs. en el juzgado N° 1 de nuestra ciudad, ubicado en roca y sarmiento. Realizaremos una radio abierta y volanteada para denunciar esta situación. Recuperando espacios. Defendiendo territorios”.
El desalojo como política de Estado, para jerarquizar el paisaje y los negocios, y desahuciar las esperanzas de los pueblos. También la nave del recuerdo alberga el registro de los traidores, esos que Zitarrosa nos enseñara que valen por mil valientes.
De todos los recuerdos necesarios e imprescindibles que tengo en mi nave del recuerdo, hoy quiero dedicarme a uno. A una madre que al pueblo siempre abraza. Que luchó contra la crueldad de la dictadura desde antes de dictadura genocida. Porque claro tenía que la dictadura cívico militar era la continuidad de la explotación capitalista por otros medios. Y que siguió combatiendo cuando en la democracia del relato, no pocas ni pocos se dejaron capturar por los cantos de las sirenas de leyes y juzgados. Ignorando que los desaparecidos de ayer se continúan en los desaparecidos de hoy y de mañana.
Bertold Brecht lo dijo en forma sencilla y contundente: “Hay personas que luchan un día y son buenas. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenas. Pero hay las que luchan toda la vida, esas son las imprescindibles” La madre que al pueblo en sus luchas siempre abraza es uno de los recuerdos más queridos de mi nave de los recuerdos. Ella es la esencia de la vida que es digna de ser vivida. Ella, Herminia Severini, será para siempre mi novia inmortal. Gracias querido Hamlet Lima Quintana por decir aquello que todos sentimos y muy pocos sabemos escribir: “Y uno se va de novio con la vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe, que a la vuelta de la esquina, hay gente que es así, tan necesaria.”
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