Por Jorge Garaventa *
El femicidio no es un crimen más, ni todo asesinato de una mujer puede llamarse así. Tiene características fundantes específicas. Se la condena a la pena capital, no en cualquier momento, sino cuando decide asumir el ejercicio de su autonomía sexual, afectiva, laboral, social. Traducido a otros términos, cuando tiene la osadía de decir “no” a los designios patriarcales.
“Si sabiendo lo que le va a pasar, igualmente le es infiel al esposo, bien merecido se lo tiene. Que cumpla con la ley de su país. La infidelidad de la mujer es peor que la del hombre porque crea incertidumbre sobre la paternidad de los hijos.”
“No sé por qué critican. Es cruel pero es lo que dice la ley. La mujer sabe de antemano cual es la pena e igual cornea al marido. Si no les gusta la ley que trabajen para cambiarla, pero mientras tanto hay que cumplirla.”
Comentarios de lectores del Diario Clarín ante la noticia de la lapidación de una mujer “infiel” en Siria
Este año “la Casa del Encuentro”, la institución que desde hace unos años hace un seguimiento de los femicidios en Argentina nos volverá a traer malas noticias ya que todo parece indicar que pese a que ha sido un año de intensa difusión y denuncia, este tipo de crímenes ha mantenido su tasa en crecimiento. Y aquí se abrirá un debate tan insulso como dañino. Se dirá que el femicidio ha crecido como han crecido todos los delitos, quitándole entonces su especificidad y asociándolo con la inseguridad cotidiana; que justamente tanta difusión y denuncia produce efecto contraproducente, culpabilizando primero a quienes lo hacen público e intentando un retorno al silencio cómplice. También se dirá, entre las muchas banalizaciones que se lanzarán al ruedo, que también crece la violencia hacia los hombres por parte de las mujeres, en un intento, tal vez de los más burdos, de poner en un punto de igualdad lo inequiparable…
Lo cierto es que mientras esas discusiones avancen, lo hemos dicho en otras oportunidades, otras mujeres serán asesinadas, porque el reloj de la muerte sigue su marcha inclaudicable y las estadísticas, serias, confiables y con las fuentes al alcance de cualquiera, dicen que cada poco más de 24 horas una mujer pierde la vida por el hecho de ser mujer.
El femicidio no es un crimen más, ni todo asesinato de una mujer puede llamarse así. Tiene características fundantes específicas. Se la condena a la pena capital, no en cualquier momento, sino cuando decide asumir el ejercicio de su autonomía sexual, afectiva, laboral, social. Traducido a otros términos, cuando tiene la osadía de decir “no” a los designios patriarcales.
Hablamos también de las víctimas indirectas del femicidio, aquellas que mueren para lastimar. En una edición remozada de la estética de la crueldad se matan hijos, hijas, madres, padres, hermanos, tal solo para lacerar la herida.
El más completo calendario de crueldades hacia las mujeres es posible en una sociedad que se escandaliza y sensibiliza con los degüellos en Irak pero mira hacia el costado cuando el horror es vecino y cotidiano.
Durante muchos años hemos presenciado los juicios condenatorios hacia las víctimas por su dificultad, parálisis e impotencia para descolgarse del circuito de las violencias. Suponían los inquisidores que algo del orden del placer o de la satisfacción se jugaba en esta permanencia. Se ha llegado a forzar incluso la reformulación freudiana de las pulsiones para intentar encuadrar a las mujeres que sufren violencia sistemáticamente, dentro de las manifestaciones masoquistas. Luego, la aplicación banalizada e impropia del “goce” lacaniano, hizo el resto.
Las causas por las cuales una mujer no puede sustraerse de situaciones de violencia son mucho más profundas que el entramado pulsional. Se trata más bien de la cultura de la sumisión y el destino, efecto de crianza en el universo patriarcal. Además porque cuando alguien es sometido a maltrato, destrato y violencia como cuestión cotidiana, tiene severas limitaciones para plantearse que otra situación es posible.
Cuando analizamos la subjetividad devastada de un niño que ha sufrido abuso sexual infantil, solemos afirmar que el imaginario es ese, que la vida es así, que no hay salida porque es imposible fantasear algo distinto. No muy diferente es la situación de muchas mujeres atrapadas en la cárcel de las violencias. De allí la importancia de las políticas públicas, de allí la importancia de una intervención externa calificada y pertinente que ayude a construir una salida.
Algunos programas estatales trabajan en ese sentido y con eficiencia, valga el caso de “Las Víctimas contra las Violencias”, por ejemplo, dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, pero los recursos aún siguen siendo escasos, de la misma forma que es necesario coordinar los distintos organismos existentes a fin de optimizar las respuestas.
Podrían ensamblarse las líneas que prestan asesoramiento telefónico a las víctimas, necesario e imprescindible también, y capacitar y redistribuir recurso humano en organismos de intervención directa en los escenarios de violencias, como el programa citado.
El empoderamiento de la mujer suele ser el camino aunque, como decíamos hace un momento, ni es simple ni voluntario. Se trata más vale de una construcción costosa en armonía con lo colectivo. Se trata de dejar de ser objeto de otros y marchar hacia el protagonismo de su propia historia. Es fácil decirlo.
Niños y mujeres, blancos estables de las violencias, no tienen garantizada su capacidad de reacción ni la posibilidad inmediata de tomar la mano de quien se acerca solidario. Esta dificultad debería estar clara en quienes integran los equipos de intervención en situaciones de violencia de género.
El femicida no se rinde tan fácilmente. Cuando se agota la etapa de la seducción que podría reinstalar la pareja, cuando finalmente comprueba que ha perdido la potestad de decidir el destino de “su” mujer, por “amor” o por temor, aparecen más crudamente las manifestaciones de la imposibilidad machista de tolerancia a la frustración, y la violencia asume sus ribetes más desnudos. Son estos los momentos donde quedan al descubierto las grietas de la justicia, o sus contradicciones. Los momentos en que quien ha sufrido “la ofensa” por parte de la mujer, salta por encima de la ley y sus decisiones, para establecer su propia sentencia: la muerte.
A veces, muy pocas veces, el suicidio del asesino corona la escena. Lejos de ser una expresión de culpa o arrepentimiento, se trata una vez más de la consabida ostentación de la impunidad, de estar más allá de cualquier ley, incluso las que rigen la vida y la muerte.
No está de más aclarar, que cuando hablamos de violencia machista, no confundimos machismo con masculinidad. Aquella, en nuestra concepción, es una desviación perversa de esta.
La violencia contra la mujer parece ser característica de todas las épocas. Hoy se manifiesta con un grado de crueldad sumamente atildado y aunque vergonzante, inconciente, silenciado, encubierto, o todo, o cada uno de esos estados, imposible pensar su permanencia sin un cierto grado de consenso social, o sin una importante intolerancia hacia la autonomía femenina.
De hecho, en una increíble vuelta de campana semántica se reflota a menudo un insulto con el que se intenta englobar a algunos sectores del colectivo de mujeres:”feminazis”, un acrónimo de los ' 90 que suma dos palabras, feminista y nazi.
El término fue popularizado por el locutor estadounidense Rush Limbaugh y lo utilizaba en principio para denominar a las mujeres que defendían el derecho al aborto. “Graciosamente” dice en su libro: "una feminazi es una mujer que cree que lo más importante en la vida es asegurarse de que se practiquen tantos abortos como sea posible". El término fue luego más extendido por su creador pero aclarando que no aplicaba a todas las feministas sino a las que hacen del feminismo un estilo de vida.
Rush Limbaugh, es una de las figuras más prominentes del movimiento conservador, uno de los personajes más escuchados semanalmente por 20 millones de oyentes en más de seiscientos medios.
Otros detractores del colectivo de mujeres han optado también por un acrónimo: "femistasi", que une feminista y Stasi -policía secreta comunista-. Según Paula Kirby, se refiere a la actitud del movimiento feminista a sobrerreacionar ante la crítica externa o interna, y no permitir la más mínima disidencia, actuando como policía del pensamiento.
En una entrevista de 1996, Gloria Steinem criticó el uso que Limbaugh hace de la palabra feminazi. Según Steinem "Hitler accedió al poder en contra del poderoso movimiento feminista alemán, cerró las clínicas de planificación familiar y declaró el aborto un crimen contra el Estado - visión que se asemeja más a la de Rush Limbaugh"
Según Steinem "Hitler accedió al poder en contra del poderoso movimiento feminista alemán, cerró las clínicas de planificación familiar y declaró el aborto un crimen contra el Estado - visión que se asemeja más a la de Rush Limbaugh". En su libro Outrageous Acts and Everyday Rebellions, (abusos y rebeliones n.d.t.), Steinem calificó el término como "cruel y anti histórico" y señaló la represión del feminismo bajo Hitler, subrayando que muchas prominentes feministas como Helen Stocker, TrudeWeiss-Rosmariny, Clara Zetkin, fueron obligadas a huir de Alemania mientras otras fueron asesinadas en campos de concentración. John K. Wilson, en su libro The Most Dangerous Man in America (El hombre más peligroso en América n.d.t.): Rush Limbaugh's Assault on Reason ( abuso justificado según Rush Limbaugh n.d.t.) , cita la definición de Limbagh como "feminista radical cuyo objetivo es que haya la mayor cantidad de abortos posible" y dice que "bajo esta definición no existe, literalmente, ninguna ' feminazi ' ".
No es necesaria ninguna aclaración extra. Esta información recopilada de distintos sitios confiables de la web, da cuenta del odio y la discriminación. Ninguna reivindicación de derechos, por molesta que sea en su contenido o en sus formas, justifica semejante trato peyorativo y violento.
Llegará fin de año y con él las estadísticas sobre las muertes de mujeres rebeldes a la sumisión, los rostros enjutos, los comentarios horrorizados, el ¿cómo puede ser?, y después, cada quién a lo suyo, porque la vida continúa para quienes siguen con vida.
Tal vez nuestra mayor congoja tenga que ver con que muchas de esas muertes son evitables, coordinando recursos y reforzándolos donde faltan. Y sobre todo, pensando a largo plazo, educando, sensibilizando.
Algunas cosas han cambiado, no se puede negar que se han establecido políticas de estado, y creado equipos de intervención, de probada eficiencia. Falta y bastante.
No debería ser la víctima, como ocurre a menudo, la garante del cumplimiento de medidas judiciales. Las restricciones perimetrales, los botones anti pánico, no pueden ser sostenidos únicamente en el alerta de las víctimas, y, aún más, mal que nos pese, son medidas que a veces caen por el peso de la seducción o la esperanza de un reencuentro cariñoso o un acuerdo amable. Es que hablamos de los psicópatas y sus múltiples y creativas estrategias.
Pero hay que volver a pensar la sociedad en grande, educar con perspectiva de género desde el jardín de infantes, trabajar con las mujeres en todos los ámbitos en el cuestionamiento de los roles clásicos y cuestionarnos severamente la construcción de la subjetividad masculina.
¿Que eso lleva tiempo? Claro, vaya si lo lleva. Las revoluciones son siempre a largo plazo.
Escuchamos al hijo de Alicia Muñiz, asesinada por Carlos Monzón, padre de aquel, en lo que fue un antes y un después en el tema de los femicidios. Desde la comunidad terapéutica se dice con alegría que ahora está pudiendo salir un poco a trabajar. Ya no es aquel niño que nos conmovía aquel verano del asesinato sino un hombre con su autonomía podada… las otras víctimas del femicidio.
Escuchamos también en estos días, en un programa radial de alto rating: “La muerte de las mujeres suele ser apenas la punta de un iceberg, lo más grueso está debajo…”
Bien, pensé, va a deslizar una crítica social… y prosiguió: “porque cuando uno investiga comprueba cómo en muchos casos esas mujeres son víctimas de sus propios comportamientos que llevan a los hombres al límite de la tolerancia, y a algunos les salta la térmica…”
Estas mujeres, entonces, no sólo son responsables de la vida que llevan, sino también de su muerte. Y así seguimos sembrando estadísticas, que están lejos de ser números.
* Psicólogo
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