Por Sara Rosenberg
Entre la culpa y la responsabilidad hay una distancia enorme. Un abismo. Son dos maneras de entender la vida y de actuar.
Cuando justamente se cumplió otro aniversario del asesinato de nuestro querido Che, releí algunas páginas de su hermoso y conmovedor diario; palabras y actos que dan cuenta de su inmensa responsabilidad humana, solidaria e internacionalista que tanto nos enseñó: la responsabilidad que cada uno tiene frente a sus semejantes, con amor y voluntad de transformación. Eso es la revolución, la inmensa posibilidad de ser responsables y libres en comunidad, entre todos.
Por la noche me topé en la radio con los irresponsables discursos de la mafia capitalista organizada. Recitaban la vieja y esclerótica cantinela de la culpa del trabajador. Mientras roban a manos llenas y ni siquiera devuelven lo robado, los políticos que gobiernan esta saqueada España se dedicaron a acusar a una trabajadora contagiada de ébola, una enfermera obligada a trabajar sin la protección adecuada y la acusaron de ser la culpable de su infección. “La enfermera no cumplió con el protocolo y se tocó la cara”, dijo el obeso responsable de sanidad de Madrid, “El médico que la atendió después es demasiado alto y por eso el traje protector no le cubrió bien los brazos”, continuó diciendo otro de los mafiosos del gobierno, mientras la ministra de Sanidad repetía la cantinela de la culpa de los trabajadores que en las condiciones sanitarias que hoy existen, están arriesgando su vida. Todos saben perfectamente que han recortado y robado la sanidad pública y que ese dinero robado se ha gastado en repugnantes negocios que aún los han vuelto más ricos y más corruptos, si cabe. Se amontonan detalles irritantes de la mafia gubernamental: gastos en cacerías, vinos, putas, propiedades, drogas, paraísos fiscales, que conforman toda una mentalidad que aquí se propaga constantemente en las revistas de papel cuché donde reyes, reinas, condesas, burguesas y burgueses, ministros y ministras, ex presidentes y empresarios, bufones y bufonas de este pobre reino con muletas posan bien vestidos y comidos y dictan conductas sin tener siquiera la vergüenza de ocultar el latrocinio y el robo. El sistema es así, entran al juzgado, pagan una mínima parte de lo robado y salen por la otra puerta, como si nada hubiera pasado y sin vergüenza.
Decía aquel viejo y sabio compañero Marx que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. Es un sentimiento que forma parte del ser humano con conciencia y responsabilidad de sus actos y capaz de sentirse semejante, igual y libre.
Pero no podemos pretender que la mafia sienta vergüenza, como no podemos pedir que la mafia no mate o no gane dinero con la guerra, la industria química y farmacéutica, las finanzas, la inmobiliaria, los alimentos… Es posible y necesario juzgarlos y condenarlos e impedir el accionar delictivo que está en el corazón del sistema que se vota cada cuatro años y que implica votar su impunidad, garantizada por un poder judicial que participa activamente de esas puertas giratorias donde nunca quedan huellas dactilares ni restos de ADN.
Recuerdo que ya hubo una estafa grandiosa hace unos años con la gripe aviar. El señor Rumsfeld infló sus arcas con vacunas que no hacían falta y que todos sus socios estuvieron obligados a comprar (millones de euros se gastaron en dosis inútiles, sólo en España), dinero que se reinvirtió en guerras que aún perduran y en la fundación de ese embrión del Isis o Daesh, que fue la empresa Blackwater. Una empresa de mercenarios y de logística para la invasión y el crimen, hoy ampliamente desarrollada, travestida y transformada en multinacional del crimen .
El discurso de los políticos supuestamente responsables de informar o de dirigir la sanidad pública en España ha sido uno más de una larga cadena de mentiras que arrancan en el robo de la salud pública. En este caso han culpado a los trabajadores de la salud una vez más, como han culpado a los esquilmados trabajadores de “vivir sobre sus posibilidades”, como han culpado a los inmigrantes “de quitar el trabajo a los locales”, como han culpado a las mujeres de “ser malvadas si deciden sobre su cuerpo”, como han culpado a los indígenas de America de “ser vagos y no estar contentos de morir en las minas y en las plantaciones”, como han culpado a los negros “de escaparse cuando los llevaban como esclavos a América”, como culpan a los náufragos y ahogados de las pateras de no saber nadar, como culpan a todos aquellos pueblos y gobiernos que no se someten al FMI de ser dictatoriales o populistas; la culpabilización es un instrumento ideológico constante, un instrumento para criminalizar, saquear y explotar.
La culpa y el castigo son tan antiguos como las clases. Los grandes monoteísmos pusieron a la culpa en el centro de su sistema de creencias, porque la culpa -y su producto estrella, el pecado cuya textura depende de cuánto pagues para purgarlo- garantiza la desigualdad, el miedo y el sometimiento que las clases dominantes siempre han necesitado para saquear y explotar sin resistencia.
Dioses, diablos, brujas, monstruos, infiernos y más tarde purgatorios para la prohibición y castigo de los deseos elementales de sexo y comida, tan naturales como la vida misma. La culpa y el castigo, resueltas en miedo, siempre sirvieron para someter y evitar las respuestas urgentes al despojo.
Han pasado milenios y los explotadores siguen usando la misma estrategia de la culpa. Y la culpa necesita de un juez. No los jueces cómplices de los ladrones y que trabajan para ellos. No. Los jueces que ya habitan en la conciencia dormida de los pueblos que se están dejando arrebatar día a día su conciencia y su responsabilidad. Infantilizados en el consumo, atemorizados por la deuda y el paro, embotados por los medios, reniegan de su responsabilidad profunda, de su responsabilidad urgente de no ser culpables y sobre todo de ser capaces de imaginar una sociedad distinta.
Una sociedad donde los verdaderos culpables del crimen de lesa humanidad -la guerra en la que están implicados como parte de la OTAN-, el robo a mano armada de la educación pública, la salud y los derechos elementales de los trabajadores y trabajadoras, sean por fin juzgados. Hoy mismo la noticia es que España envía trescientos soldados a Irak y confirma y amplía la cesión de las bases de Rota y Morón a la “coalición” es decir a la mafia OTAN y la venta de armas para continuar con el conflicto creado en medio oriente.
Hay sin embargo que leer las diferencias en los datos y en los hechos:
Cuatrocientos cincuenta médicos cubanos están ya en África trabajando codo a codo para controlar el ébola. Son médicos preparados, científicos y expertos en estos temas. Y están en África porque son revolucionarios y responsables, además de internacionalistas y solidarios. Han sido formados en un país donde la responsabilidad colectiva es central. Un país, Cuba, donde la educación y la salud son un ejemplo para el mundo.
Estados Unidos ha enviado más de 3.000 soldados, ni un médico, ni expertos en virus, ni enfermeros, ni científicos. Soldados. Es decir, negocio y más muerte. ¿Para qué sirven tres mil soldados en una situación así? ¿Para matar a la población y decir que eran culpables de estar infectados? ¿O acaso en el subsuelo hay algo más que interesa especialmente a los jefes políticos de los mercenarios? ¿Quizás petróleo, gas, minerales estratégicos…?
Gran Bretaña envía otros mil quinientos soldados perfectamente armados a África.
Entre la ideología de la culpa y la política de la responsabilidad hay un abismo. La distancia entre la vida y la muerte, la distancia de dos modelos: los negocios guerreristas del capital internacional o la solidaridad revolucionaria de Cuba y su capacidad para actuar en consecuencia.
Por eso sólo les queda agitar la culpa como un espantapájaros, para amedrentar y tratar de ocultar sus verdaderos intereses. No hay un solo día en que los medios capitalistas dejen de fabricar noticias en contra de Cuba y de los gobiernos bolivarianos de América Latina. No hay ni una mención al trabajo de los médicos cubanos en Sierra Leona. Silencio atronador.
Pero recordemos, es lo mismo que sucedió cuando el terremoto de Haití: mientras los gobiernos solidarios de América Latina enviaban médicos y enfermeros, ingenieros y maestros, el imperio y sus socios de la OTAN mandaban ejércitos que aún están allí para matar, controlar y contagiar al pueblo haitiano que sufre las consecuencias del desastre.
Y agrego, en un lenguaje sin duda cruzado por la situación: no es posible resucitar ni parchar un sistema que sufre el virus hemorrágico del capital transnacional y cuya única función es el robo del derecho a la vida de las mayorías del planeta.
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