Por Claudia Rafael
(APe).- Cinco años y ocho meses se necesitaron para encontrar un cuerpo. Cinco años y ocho meses en los que la Justicia, los policías y cada uno de los brazos del poder estatal jugaron al macabro juego de la impunidad. Cinco años y ocho meses en que todo se postergó una y otra vez hasta que finalmente el último habeas corpus obligó a armar una explicación. Y una historia. Y combinar las piezas de un rompecabezas para que medianamente cierren sus bordes. Para que mínimamente encastren. Entonces Vanesa Orieta descargó mirando cara a cara a los medios que “ustedes pueden informar que fue un pibe que cruzó la autopista y lo atropelló un auto y ya. Pero van a estar mintiendo. Porque la familia denunció que hubo acoso policial. Que está confirmado que el 22 de septiembre de 2008 fue víctima de una golpiza. Y que cuando mi hermano desaparece, hubo peritajes positivos que arrojaron que Luciano había estado en un patrullero, había estado en un descampado, que los patrulleros se salieron de la cuadrícula. Esto no cierra con un pibe que cruzó la autopista. Hay que saber la verdad”.
La misma Vanesa Orieta -que durante cinco años y ocho meses se transformó en una figura potente y lúcida de las que ofrecen un túnel de luz en medio de tanta oscuridad- hoy decía “vencimos. Vencimos a la desidia, vencimos a la impunidad. Vencimos la mirada discriminadora y criminalizante que hay hacia los jóvenes con un ejemplo. Logramos vencer. Mi objetivo era encontrar a mi hermano y lo encontré. Seguimos denunciando la discriminación y la criminalización de los jóvenes, la violencia institucional y hoy más que nunca”.
Luciano Arruga tiene los mismos 16 años eternos. Desde aquella noche de finales de enero de 2009 en que salió de su casa en la esquinita del barrio 12 de octubre. Donde la pobreza se choca con la pobreza en cada ángulo. Luciano Nahuel Arruga nació un 29 de febrero, era fanático de River, tenía sueños, amaba la vida. Luciano era valiente porque le dijo que no al poder más férreo y oscuro. Le dijo que no a la perversidad del Estado que busca pibes de los márgenes para hacer botín para su propia corona. “El chabón siempre tenía buen humor. Yo era más caracúlica y él se lo bancaba. Yo por ahí le decía ' andá a cagar ' y él nunca se enojaba”, decía siempre Vanesa.
La misma Vanesa que describió hace años a esta agencia que “primero le contó a mi mamá que había un grupo de personas que hacían negocios turbios con los jóvenes del barrio 12 de octubre. Que la policía cooptaba pibes para mandarlos a robar. A partir de que se niega, empiezan a ponerse muy violentos en la calle con él. Lo paraban constantemente y el 22 de septiembre de 2008 lo detuvieron y tuvimos que ir a la comisaría. Escuchábamos cómo lo golpeaban a Luciano en la cocina de ese destacamento que se inauguró hace años por un pedido de más seguridad de los vecinos y no teníamos más herramienta que gritar. A partir de aquel día fue una detención tras otra...”
Luciano Arruga fue devorado por la noche aquel 31 de enero y pisoteada su historia por los brazos del Estado. Por la fiscal Roxana Castelli que se apoyó en la misma policía para investigar. Por la Justicia que mantuvo por años la carátula “averiguación de paradero” para la causa. Por los abogados que inicialmente dejaron sola a la familia. Por los medios que a coro repetían la tesitura policial que recriminaliza y revictimiza.
Vanesa Orieta decía esta tarde que “esto nos tiene que replantear un conjunto de cosas como sociedad. El poco valor que se da a la vida de los jóvenes. Cinco días después de la desaparición de mi hermano presentamos un habeas corpus que fue rechazado por el juez. Entonces esto se podría haber resuelto antes y estuvimos cinco años y ocho meses golpeando todas las puertas. Esto no termina acá. Recién empieza. Porque necesitamos saber la verdad”.
Cinco años y ocho meses Luciano anduvo sus pasos junto a los de Jorge Julio López, a los de Iván Torres, a los de Daniel Solano, a los de Atahualpa Vinaya, a los de los más de dos centenares de desaparecidos de estos tiempos democráticos en que el Estado se agazapa bajo otras formas. Con ellos deambuló por las noches fantasmales entre gritos y ausencias. Con el alma estragada por torturas y abandonos que nublan el mañana. Que descarnan la vida y la transforman en muerte. Como transformaron a Luciano en crimen certero. A él que fue nobleza militante cuando dijo que no. A él no lo atropelló un camión o un auto en una autopista cualquiera. A Luciano lo atropelló la policía, la justicia y cada uno de los entramados más perversos del Estado.
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