Por Silvana Melo
Foto: Claudia Rafael
(APe).- Mariano Ferreyra se extiende cinco cuadras, bordeando el terraplén de las vías del Roca. Nace en el momento mismo en que se cruza con Pavón (ahora Yrigoyen) -avenida de la Estación Darío y Maxi-, hasta el puente Bosch. Mariano Ferreyra acaba de reemplazar al coronel Bosch. Con barba, bandera del PO y una flor colorada que le perfora el pecho, tiene una calle. Ya no es necesario ser un genocida del desierto, haber liberado un par de países, ser un independentista de la Corona, un intendente del siglo XIX, un precursor de la deuda externa o un prócer con bronce eterno para ser calle. Esta calle cortita, por donde marchaban las columnas de los tercerizados, fueron los últimos metros del recorrido vital de Mariano. Arriba, en la altura de las vías, la columna verde de Pedraza.
Luego el intento de subir a las vías, las piedras de la Unión Ferroviaria, el corte que fracasa, la Policía Federal que se abre y mira bucólicamente hacia la nada mientras la patota ataca a un flaco grupo desarmado, la corrida hasta Barracas, Mariano que cae en Perdriel y Luna y la sangre que serpentea como un arroyito mínimo y va resuelta por la calle que cuatro años después llevará su nombre y después dobla en la esquina de Pavón y se mixtura con la otra sangre, la de Darío, la de “si yo salí por mí y salí por todos / cómo es que ahora no hay nadie aquí a mi lado / que me retenga la luz en los ojos, / que contenga este río colorado”. La de Darío y Maxi que ahora son cartel formal de estación y nombre que ubica en estas vías, paralelas a la sangre de Mariano que contendrá este río colorado para que Darío no esté tan solo, sosteniendo una llamita que se apaga.
Gordos y empresarios
Cuatro años atrás la sangre de Mariano enrojecía una esquina de Barracas. El pecho hundido por una enorme flor colorada se abría para que entraran veinte años de historia. La locomotora que bufa, los vagones oxidados donde vive la gente sin casa, los sindicatos ricos y empresariados, los sindicalistas gordos, burócratas, los holdings de patronales y gremialistas para esclavizar a los mismos trabajadores, los cesanteados, los humillados, los tercerizados, los ennegrecidos, los despreciados por el mismo estado socio de los gremios – empresas para reducir al máximo la porción de los privilegios.
Ahí estaba Mariano, con apenas 23 años y una militancia salpicada de ardores que lo empujó a engordar la marcha magra de los tercerizados del Roca. Una bala de la barra brava de la Unión Ferroviaria le hizo estallar el corazón. A él, que en las vías de un mundo de hostilidad manifiesta amasaba su revolución diaria.
Tres años después llegó la justicia. De primera instancia. Con Pedraza y un par de policías sueltos como tope. Con el sindicalista empresario que organizó su fuerza de choque contra los trabajadores a quienes debía defender. Con dos policías en condena como ovejas negras de un estado inocente. Con la conversación confianzuda y campechana entre el ministro Tomada y el reo Pedraza (después del crimen de Mariano) como un detalle de color. No hay sociedad ni acuerdo en la represión sino complicidad ocasional en el territorio. Ni premeditación ni “convergencia intencional para matar”. Casi el azar.
Ahora es calle
Pero Mariano ahora es calle. Reemplazó al coronel Bosch y es la próxima después del Comisario Mayor Gutiérrez. Cinco cuadras tiene la sangre de Mariano que nace en el puente y termina en la esquina de la estación. Cinco cuadras de un pibe flaco, con barba, encendido por la injusticia, convencido de que por sus manos también pasaban los hilos para cambiar la vida.
Ahora es calle. Es un charquito en esta historia hilvanada con sangre. Con Darío y Maxi solos en la estación.
Y los huesitos de Luciano investigados con lupa para saber en qué esquina lo atropelló el Estado.
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