Por Norberto Ganci, Director de "El Club de la Pluma"
Cuando luego del anterior editorial propusimos concebir uno de manera colectiva, logramos, al menos, una respuesta:
Ana Maria Mircovich escribió al respecto: “…Qué buena la idea de ir haciendo una editorial entre todos, quizás porque sin querer o sin darnos cuenta vamos cayendo en lo mismo que criticamos, cuando decimos que el oyente o lector repite como loro lo que Clarín dice, no investiga, no mira, no recuerda. Las editoriales del club son tan ricas que dejamos que lo digan, lo piensen y lo expresen por y para nosotros, mientras sólo nos sentamos a creer, porque los imaginamos, los idealizamos en la misma vereda. Pero pasaron cosas y un día Lanata dijo lo que nunca imaginamos que íbamos a escuchar: "me pongo del lado del más débil"…y despertamos del sueño a la realidad. Felicito la idea porque nos levanta de la comodidad de creer., de la estática del háganlo por mí que yo firmo, que yo adhiero...”
Este comentario nos llevó a intentar encontrar una manera de concretar esa construcción editorial colectiva, por ello y en relación a una cita que hace Ana María respecto de un periodista, citamos lo que Richard Gnu expresó, relatando un hecho concreto: “…Recién venia en el tren San Martín y una señora gorila increpa a una vendedora ambulante diciéndole "en el 2015 vamos a dejar de mantenerlos y tendrán que volver a revolver la basura". "Así son... moléculas de odio amontonados... que parecen personas, respeto y amo mas a los animales ni siquiera enemigos políticos ya son... son miasmas de la humanidad…”
A ello respondimos: “…Tremendo... tremendo que nadie haya dicho nada... Como expresa Alejandra: el que calla otorga... Y el silencio del resto del pasaje es comparable con la actitud de los que miraban detrás de las ventanas cómo se llevaban a los nuestros... Esto me hace reflexionar sobre esa crítica al impresentable lanata, hay un alto grado de responsabilidad social que tiene que ver con las desapariciones... Tiene que ver con la exclusión...con las otras formas de genocidio, los genocidios silenciosos, esos que no trascienden, que no son visibilizados... Y sin ánimo de ofender a nadie, creo que tenemos todavía que curarnos de un alto grado de hipocresía que está relacionado a todo esto...”
Con ese comentario como respuesta a lo expresado por Richard, no pretendemos hacer ninguna apología por lanata, lo que pretendemos rescatar es en lo que aún no hemos reflexionado, ni mucho menos nos hemos hecho cargo de las responsabilidades históricas de cada uno de nosotros. Pareciera como que la historia la construyen otros y nosotros la miramos de costado, sin involucrarnos, sin participar.
Es una tremenda falacia creer semejante afirmación. Argumentaciones para intentar justificar, de seguro se esgrimirán varias, no obstante nos hace falta aún madurar respecto de ello.
Desde la actitud pasiva a “tragarnos” absolutamente todo lo que los medios de comunicación nos han inoculado, pasando por “el mirar hacia otro lado” cuando un hecho “comprometedor” acontece cerca nuestro, a la postura defensiva de argumentar la inacción y el no compromiso, hay un largo segmento de nuestra historia como pueblo que pretendemos desconocer, ignorar y si cabe, justificar.
Ese es uno de nuestros males mayores, la desmemoria colectiva.
Cuando hace muchos años poníamos entre signos de pregunta, si nos éramos cómplices del mayor genocidio perpetrado en nuestro continente hace unos quinientos años, por herencia, acción, omisión o justificación, las críticas llegaron a nosotros de manera inmediata y masiva. No hubo entre la pregunta y la respuesta un resquicio de análisis y reflexión.
Intentábamos hacer, a modo de juego intelectual, que quienes nos escuchaban pudiesen meditar al respecto y lograr así comenzar a construir eso de la memoria colectiva, de las responsabilidades que nos competen como actores.
La desmemoria y la justificación han sido y son actitudes que se repiten sin la menor reflexión. Podríamos justificar que quienes “escribieron” por nosotros la historia tuvieron un alto grado de responsabilidad en el resultado, como así también la deformación impuesta por los poderes hegemónicos de información. Pero creemos que ya es hora de comenzar a asumirnos responsables de todo lo que nos atravesó como lo que se está construyendo.
Pongamos por ejemplo la actitud del cuerpo social cuando se anuncia la restitución de la identidad a un nieto antes desaparecido. Por un lado estamos los que festejamos desde la intimidad a la exaltación pública, la felicidad compartida. Por el otro están los que guardan silencio, los más benévolos, y los que reniegan este rescate de la memoria y reconstrucción de nuestra historia. Y decimos nuestra historia porque el nieto que “aparece” es nuestro.
Si asumiésemos que todos somos parte integral de un gran cuerpo, no sería difícil comprender por qué los desaparecidos nos faltan a todos, o que nos asesinan cuando otros son asesinados. Es como aquello que ocurre en un intento de toma de consciencia colectiva cuando algo aberrante nos atraviesa, y el plural en las consignas se refleja en varios medios, podríamos citar un ejemplo reciente: Los cuarenta y tres alumnos de Ayotzinapa, y expresamos “todos somos Ayotzinapa”. Al igual que “todos somos Palestina”, “Todos Somos Jorge Julio López”, “Todos Somos Luciano Arruga”, “Todos Somos Facundo Rivera Alegre” y así una larga lista que nos involucra desde la actitud solidaria y responsable de asumirnos partes del mismo cuerpo colectivo.
No faltan, lamentablemente abundan otras actitudes que vienen desde el odio y la conveniente desmemoria, como la que describe Alejandro Ippolito cuando expresa: “…Parece ser que subyace una suerte de síndrome de estupidez crónica producida por un estado de descom-OPOSICIÓN corrosiva que provoca vómitos discursivos, alucinaciones frecuentes, paranoia, y corte de la cadena de significantes con la realidad. Los infectados se inmolan en un derrotero de acciones absurdas que solo pueden ser justificados dentro de un rango de demencia. Parecen competir en una loca carrera, frenética y odiadora, para ver quién es más ridículo y servil de los poderes económicos y mediáticos (que son la misma cosa en muchos casos). Es una fase terminal de la infección, y como todo enfermo merece nuestra piedad en este difícil momento. Su deceso político es inminente…”
Y su afirmación final, que puede parecer una expresión de deseo, puede que ocurra si en colectivo asumimos nuestras responsabilidades, pero también si el deceso que se produjese fuese el deceso de la desmemoria.
La apuesta por la desmemoria, por el ocultar y deformar tanto historia como presente, sólo puede perder si revertimos nuestra pasiva actitud contemplativa, en la que pretendemos consciente o inconscientemente un rol desvinculado con la responsabilidad.
Éste último término lo utilizamos a menudo porque estamos convencidos en que tenemos que insistir en eso de asumir nuestra parte.
A modo de forzado intento, pretendemos que también comencemos a ejercitar eso de escribir la historia, juntos, desde esta sencilla propuesta editorialista colectiva, para que nos transformemos en concretos actores de nuestra realidad y responsables ante todo lo que nos ha atravesado como pueblo.
Que así sea.
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