Por Raúl Antonio Capote
La presencia de Felix Rodrígues Mendigutía “El Gato” en la ciudad de Panamá durante la Cumbre de las Américas obedeció sin dudas a una bien planeada provocación contra la delegación cubana y una ofensa a todos los latinoamericanos decentes que allí se encontraban, porque a nadie se le ocurriría en serio llevar a semejante ejemplar como representante de alguna cosa que no fuera un cartel de tráfico de estupefacientes, o una organización de asesinos jubilados, o quizás de torturadores, pero nunca como delegado en los foros de la sociedad civil donde se discutían temas como los derechos humanos, gobernabilidad, democracia y participación ciudadana.
El Gato tiene una largo expediente, ex agente de la policía de Batista, sospechoso del asesinato de Kennedy, agente de la CIA, torturador en Vietnam, narcotraficante en El Salvador, amigo y compañero de fechorías de Luis Posada Carriles, Frank Sturgis, E. Howard Hunt, Guillermo e Ignacio Novo Sampoll, y asesino del Che, en su casa guarda al estilo de los asesinos seriales “trofeos” tomados a sus víctimas, entre ellos el reloj y una pipa que pertenecieron a Ernesto Guevara.
El asesino del Che se paseó tranquilamente por el lobby del Hotel Panamá donde se desarrollaban los foros de la sociedad civil, bueno no tranquilamente porque la delegación cubana y los amigos de Cuba, los hombres y mujeres decentes reaccionaron con indignación. El Gato tembló, se acobardó, corrió a esconder su cola chamuscada. Ya no pudo pasear provocadoramente, pavoneándose por los salones de los hoteles, protegido por sus amos yankees.
De vez en cuando le obligaban a mostrarse, pero el salía fugazmente, podía apreciarse el miedo en su rostro, le sacaban como a un espantajo y el miedo le corroía de tal forma que terminaba siendo una especie de caricatura risible, temía como siempre, conoce sus cuentas pendientes con Latinoamérica y el mundo, en Panamá se encontraban los hijos, los nietos de sus victimas.
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