Por Miguel Longarini
En Montevideo
vi que lloraban.
Lloraron a mares
todos los invisibles del mundo,
todos los nadies de ninguna parte.
Y nadie supo qué decir,
nadie pero nadie pudo parar
ese llanto, esa dolorosa angustia nueva.
Miles de palomas acompañaban
a los miles, a los cientos de miles
de muchachas y muchachos des-cielados,
de luchadores des-iluminados…
Era gris, una mañana gris de sol lastimado,
todo parecía apagarse
cuando un señor dejó su tambor
y gritó: No puedo tocar más…
mis venas abiertas sangran…
Ha muerto Eduardo Galeano
y ya nada vale un céntimo,
un sol, un patacón, un peso.
Una pelota cayó y se paró en medio del gentío
media rota, media triste, media/media…
El abrazo que no encontraba
consuelo se abrazó al árbol,
soltó los pájaros del día,
encendió un simple fuego pequeño
que iluminó, al fin,
su vuelo nuevo…
No hay comentarios. :
Publicar un comentario