Por Stella Calloni
A partir de los años ' 90, y después de que en 1983 Panamá se negara a continuar manteniendo la Escuela de las Américas en el Comando Sur en la Zona del Canal, comenzaron a cambiar los planes de dominación sobre el sur. Generales del Comando Sur y sectores de inteligencia de EE. UU. definieron nuevas estrategias hemisféricas y establecieron un esquema para lo que llamaban “los conflictos de los años 2000″, junto con la necesidad de estar en los territorios regionales antes de que estos sucesos “estallaran”. El Comando Sur, que llegó a tener 20 bases militares y centros de inteligencia en la Zona del Canal, se había transformado ya en un peligroso “objetivo de retaliación” (de respuesta) ante las nuevas guerras coloniales e intervenciones que se planeaban. Además, EE. UU. debía salir de Panamá al finalizar 1999 por los Acuerdos Torrijos - Carter de 1977. La estrategia fue trasladar el Comando a La Florida y dispersar -bajo su mando- bases militares, algunas de las cuales ya estaban enclavadas en el continente para la actuación de las Fuerzas de Despliegue Rápido, preparadas para actuar velozmente en la renovada Guerra de Baja Intensidad (GBI). Además de las bases militares también se diseñaron establecimientos en todos los países, varios de ellos de espionaje y para proteger a pequeños comandos de tropas especiales.
En el famoso Libro Blanco del Comando Central Aéreo de Estados Unidos, dado a conocer por Hugo Chávez en una reunión de UNASUR en 2009, se habla del papel asignado a nuestra región al reconocer “la inclusión de Suramérica en la estrategia de tránsito, lo que permite lograr dos resultados: ejecutar la estrategia de compromiso regional y ayudar con las rutas de movilidad hacia África. Desafortunadamente no tenemos una estrategia disponible de compromiso en Suramérica que recurra a equipos aéreos”. Ahora han avanzado en esto. En respuesta a la expulsión de la Base de Manta de Ecuador ese mismo año, se anunció la instalación de siete nuevas bases militares en Colombia.
En estos esquemas no se pueden obviar las características de las invasiones en la región casi a finales del siglo XX, como la ocurrida contra la pequeña Isla de Granada en el Caribe en 1983 y en Panamá en diciembre de 1989, y la contrainsurgencia (acciones ilegales) para justificar esto. Algunos autores consideran como bases militares a las que tienen tropas y señalan 49 en la región, mientras que otros agregan a esta cifra los “establecimientos” (radarización y otras construcciones), lo que suma ochenta.
Ya sean bases con tropas o los Sitios de Operaciones de Avanzada, todas estas formaciones confluyen en la red de militarización de los proyectos de recolonización continental, entre los cuales figuran el Plan Colombia o la Iniciativa Mérida, en supuestas guerras antinarcotráfico o antiterroristas, que en ambos casos produjeron un verdadero genocidio. También aparece la “pata civil” de este armado de contrainsurgencia y militarización.
Esta es la llamada “invasión silenciosa”, que funciona desde 1983 bajo el control de organizaciones tales como la Fundación para la Democracia o la Agencia Internacional para el Desarrollo de EE UU (USAID). Bajo estas fundaciones, la “cara social” de la CIA, están las redes de araña de las ONG y los medios masivos de información, concertados bajo un poder único, ubicado estos tiempos en la oficina de GBI y en las guerras psicológicas del Pentágono.
El poder hegemónico maneja el 95% de la distribución de la noticia. Esta es hoy por hoy el arma básica de la injerencia para la desestabilización regional y la guerra bajo distintos métodos, de lo que es reflejo el golpismo. Como dicen sus documentos, para “cubrir las necesidades de control y seguridad” y manejar las amenazas que esta región pueda plantear a EE. UU. ¿Quién amenaza a quién?
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