

Por el Dr. Eduardo Sartelli (Director del CEICS)
Un balance de la herencia kirchnerista, que pretende ser, además, una síntesis de los problemas nacionales. A lo largo de varias notas, haremos un repaso de las características salientes del país que recibirá el próximo gobierno y, por ende, de las tareas que tienen planteadas quienes pretenden luchar contra lo que se viene.
En las próximas elecciones los argentinos deben elegir presidente en un contexto muy parecido al que signó el fin del gobierno de Menem y el inicio de la Alianza, sólo que esta vez el tránsito será al revés: de un gobierno “neoliberal” que daba paso a uno que se suponía al menos pondría límites a ese curso, a un gobierno “heterodoxo” de “izquierda”, que dará lugar, cualquiera sea el que gane (salvo un improbable milagro de Margarita Stolbizer), a un revival noventista. Veremos luego qué significa esto en la realidad. Veamos primero cuál es la herencia que recibirá Macri (o Scioli, seguramente no Massa).
Las veinte sombras de Cristina
Un simple repaso de las evaluaciones sobre el “patrimonio” económico que heredará el sucesor del kirchnerismo, deja un listado consensuado de los mismos elementos:
- La falta de “reglas claras” que desalientan inversión.
- Inflación alta (y reprimida).
- Atraso cambiario.
- Déficit fiscal.
- Fin del modelo de expansión basado en el consumo.
- Inversión productiva en retroceso.
- Atraso tarifario.
- Distorsión de precios relativos por subsidios.
- Desorganización de ramas productivas enteras (retenciones, cupos de exportación e importación, etc.).
- Imposibilidad de acceso al mercado mundial de capitales.
- Crisis energética.
- Escasez de reservas.
- Economías regionales en recesión.
- Grave déficit de infraestructura (electricidad, telefonía móvil, etc.).
- Caída de la inversión extranjera directa.
- Pasivos “contingentes” (juicios en el Ciadi, deuda con Club de París, holdouts+me too, más demandas de jubilados y pensionados por mala liquidación de haberes, un total de 40.000 millones U$S de obligaciones).
- Falta de ajuste por inflación en balances.
- Caída de actividad industrial por 21 meses consecutivos.
- Dependencia de la economía china.
- Expansión desmedida del empleo estatal. (1)
Entre lo poco que se le reconoce al “modelo” está el “bajo nivel de endeudamiento”, refiriéndose, sobre todo, a la deuda nominada en dólares. Todos coinciden en que la deuda total aumentó, pero cuentan con la posibilidad de licuar las obligaciones en pesos. Es decir, de estafar a jubilados, pensionados y otros pobres infelices.
También es un elemento bastante común la propuesta, al menos de cara a las elecciones, sobre la “gradualidad” de las reformas necesarias para reencauzar la economía. Buena parte de ese consenso es falso, porque nadie quiere hablar de una política de shock, habida cuenta de los recuerdos siempre presentes del Rodrigazo, pero resulta evidente que varias de las tareas “urgentes” requieren de una acción rápida.
Por eso, sólo algunos economistas, convenientemente alejados de los candidatos expectantes, se animan a señalar que los primeros pasos deben ser la suba de tarifas y el ajuste de gasto público, en el marco de un proceso de estabilización inflacionaria. Con ello se espera reducir la presión fiscal sobre el agro y los salarios. Es obvio que restablecer paridad cambiaria es la piedra de toque de todo el edificio, en tanto abarata los costos internos en términos internacionales, permite la afluencia de divisas, recupera la industria por la vía de destrabar las importaciones, protege la producción interna en tanto que encarece las importaciones, mejora las finanzas del Estado en tanto la recuperación económica significa más recaudación, etc., etc.
Es cierto que tiene “contraindicaciones”: en la medida en que aumenta el costo de importar, aumentan los precios de ciertos productos que utilizan insumos importados, como los automóviles, por lo cual continuaría paralizada parte de la industria; hace más gravoso el peso de la deuda externa; presiona sobre los precios internos que, en el contexto de una capacidad instalada en uso relativamente alta, tenderán a subir rápidamente.
El problema es, como señaló alguno de ellos, “cómo sincerar todo” sin que explote la crisis social (shock) o resulte finalmente inoperante (gradualismo) y termine escapándose de las manos del gobierno. En el fondo, el problema es político, como explicó Miguel Bein: “desarmar de una vez dicho esquema de subsidios resulta políticamente inviable, dados los costos en términos de salto inflacionario, pero en algún momento habrá que continuar la tarea trunca que empezó el gobierno actual”. (2)
De hecho, muchos preferirían que el ajuste lo haga la realidad, violentamente:
“La Argentina de 2003 no empezó a crecer por la ' heterodoxia estatista '. La Argentina retomó el crecimiento porque hizo un violento ajuste de shock en 2002, combinando default, licuación de deudas privadas vía la pesificación asimétrica, y un tipo de cambio que se multiplicó casi por 4. Es decir, primero vino el ajuste, después el crecimiento. Ayudado por condiciones externas muy favorables. Insisto, aunque hoy la mala memoria y el marketing político nos quieran vender otra cosa, la dolorosa solución a la crisis económica argentina fue el ajuste salvaje de shock del primer semestre de 2002, en medio de una desintegración de la política y la ausencia de un programa integral.” (3)
Siguiendo esa línea, economistas como Carlos Melconian recomendaban no “apretar” a Cristina, de modo que la crisis le estallase a ella, facilitando la tarea del próximo gobierno. Toda la política económica de la actual administración se ha concentrado, simétricamente, en conseguir el resultado inverso. De allí que se haya popularizado la imagen de la herencia K como una “bomba de tiempo”.
Hay tres elementos comunes al diagnóstico que condicionan la política económica del próximo presidente. En un extremo, el agotamiento del “viento de cola”, es decir, el fin del ciclo alcista de las commodities; en el otro, la enorme presión inflacionaria que significaría una nueva apuesta a un dólar “alto” al estilo salida de la Convertibilidad, en una economía con una inflación ya elevada a pesar del uso del ancla cambiaria (4); en el medio, una presión tributaria en niveles récord. Dicho de otro modo, no hay de dónde sacar plata, como no sea recurrir al endeudamiento externo. Es eso o el ajuste. O mejor dicho, eso y el ajuste, porque no hay forma de sostener el gasto existente a pura deuda. Como sea, ya el actual gobierno había intentado recurrir al mercado externo para diluir el ajuste en el tiempo y preparar un aterrizaje suave. La magnitud, sin embargo, asusta: “100.000 millones de dólares a lo largo de 5 años”, declaró Javier González Fraga ya hace tiempo.
Como veremos en la tercera parte de esta nota, en un próximo número de El Aromo, dedicada a la “herencia” política del kirchnerismo, los principales obstáculos a la crisis en marcha son de orden político. En efecto, son los condicionantes políticos los que ordenan la vía del endeudamiento masivo. Con un atraso notorio del tipo de cambio, un porcentaje importante de la burguesía pide a gritos la devaluación. Ya sabemos lo que eso significa. Tanto Macri como Scioli se han manifestado en contra del cepo cambiario, lo que implícitamente quiere decir devaluación. Eso lleva a inflación y, por lo tanto, a conflicto con los sectores más poderosos del movimiento obrero. Ambos también se han manifestado a favor del “saneamiento” de las cuentas estatales, lo que lleva a una crisis con la población que vive de subsidios (incluyendo los jubilados), y con el resto del movimiento obrero, si se piensa que buena parte de esa “limpieza” tiene que ver con la eliminación de subsidios a las tarifas de servicios públicos.
Un simple repaso de la magnitud de estos problemas da una medida de la reacción que pueden generar. La devaluación, para llevar la paridad más o menos a 2007 debería ser cercana al 50%. Según datos de Orlando Ferreres, los empleados públicos de nación, provincias y municipios pasaron entre 2003 y 2015 de 2,38 millones a 4,27 millones, un incremento de 79%. Los jubilados de los mismos ámbitos pasaron de 4,27 a 8,8 millones (106%). Se entiende que una devaluación, acompañada de reducción de las retenciones y del impuesto a las ganancias, puede tener un efecto devastador sobre las finanzas públicas, cuyo “rojo” (de 180.000 a 200.000 mil millones en 2015) es, en dólares, el doble de lo que recibió la Alianza en 1999. La única forma de mantener los gastos estatales en salarios y jubilaciones sería bajar los subsidios a los combustibles y las tarifas. Se produciría un ahorro de unos 8.762 millones de dólares, según calcula, otra vez, Ferreres, pero la magnitud del golpe sobre los salarios del “sinceramiento” puede imaginarse si se recuerda que las tarifas argentinas de gas y electricidad residencial son casi el 10% de lo que se paga por ellas en el resto de América Latina. No se trata, entonces, de una simple “corrección”, sino de una auténtica reestructuración completa de las variables, lo que va a llevar, necesariamente, a una rebelión social, salvo que una catarata de dólares venga a ponerle vaselina al proceso. En ese caso, la crisis se postergará, acercándose a la situación griega actual o, lo que es lo mismo, a la Argentina 2001.
Un gato en una botella
¿Qué es lo que verdaderamente “entrega” Cristina al próximo presidente? Es evidente que una bomba de tiempo. Pero eso no agota el asunto. Lo que en verdad entrega Cristina es lo mismo que recibió: un país encerrado en una botella. Me explico.
La Argentina es un capitalismo chico, agrario y tardío. Siempre fue un capitalismo chico, aún en su época de esplendor. Cuando se dice que la Argentina estaba entre los primeros seis países del mundo en 1910, se miente. Lo que se afirma es que el PBI per capita se encontraba entre los primeros del mundo. Se entiende por qué: una población muy escasa, con una producción agraria muy elevada. Pero la medida en cuestión es una de todas las formas posibles con las que se pueden estimar tamaños relativos entre países. Sirve para entender algunas cosas (qué tan productivo es un país, por ejemplo, aunque de manera limitada y deforme, es una de ellas), pero no otras. Puede llevar a confusiones enormes. Por ejemplo, que un país con un PBI per capita elevado es un país “grande” o “avanzado”. Baste señalar que las Islas Malvinas tienen hoy uno de los más altos del planeta para darse cuenta de la falacia que esto encubre. Comparando tamaños de PBI en forma directa, la Argentina de aquella época no era mucho más grande que… Dinamarca, un país secundario de Europa. La Argentina sigue siendo un país chico (en términos de acumulación de capital). Por ejemplo, si aceptamos la medida del PBI oficial, hoy día en EE. UU. "entran” más de cuarenta Argentinas. ¿Qué problema hay con el tamaño? Que la economía mundial es una guerra de todos contra todos y es la productividad del trabajo lo que allí cuenta, lo que marca la ventaja competitiva y, por ende, el lugar del país en el mercado mundial. La productividad es resultado de la escala de la producción, es decir, de su capacidad técnica. Un país chico siempre pierde contra uno mayor.