Por Natalie Mistral, guerrillera internacionalista de las FARC - EP
Con la obtención del derecho a adoptar, sin limitaciones discriminatorias, la comunidad LGTBI ganó una de las batallas más difíciles. Aunque, esperemos, esta decisión de la Corte Constitucional restituya a muchas familias el derecho a ser reconocidas como tal y a muchos niños y niñas el derecho de tener una familia, es evidente que el debate “ético - moral” sobre el bienestar de menores en dicha familias “atípicas” se va a intensificar. Más allá de la adopción, la lucha de las ideas es contra el oscurantismo y la discriminación aplicada a todos los ámbitos de la vida social.
Ya la Conferencia Episcopal, en un sorprendente sobresalto “democrático” pide que el asunto sea sometido a referendo, por su parte el inquisidor Ordoñez solicita anulación de la decisión de la corte y varios congresistas se levantaron en defensa de la “familia consagrada en la constitución”, temiendo por el bienestar de los niños y niñas!
Hasta en sectores más progresistas que han apoyado, con o sin reservas, el reclamo del matrimonio entre personas del mismo sexo, la posición en contra de la adopción se torna mucho más categórica. El debate debe salirse de su manto moral para ser analizado desde la perspectiva de los derechos del menor en términos globales.
Resulta algo contradictorio esta súbita preocupación por el bienestar moral de las y los huérfanos, ya que Colombia en número de niños y niñas a la espera de una familia adoptiva superan los 5.000. Por lo bueno que sea el sistema -y no es el caso de Colombia- ni los centros ni las familias de acogida constituyen un cuadro estable y afectivamente suficiente para el pleno desarrollo de un niño, sin contar que la carencia afectiva provoca traumas innegables.
¿Será entonces preferible que estas criaturas crezcan sin familias, a confiar su cuidado y amor a una pareja homosexual?
Es necesario precisar que la candidatura de una familia para la adopción está sometida a múltiples controles, para asegurar la efectiva seguridad del niño. En Colombia, pueden adoptar personas solas o en pareja -hasta ahora explícitamente heterosexuales- que cumplan con los requisitos sicosociales como la capacidad económica y estabilidad psicológica... Este cuidado a la hora de entregar menores en adopción no va a cambiar, solo se removerá la absurda condición de heterosexualidad que impedían a muchas parejas siquiera postularse para adoptar.
Estudios serios (1) basados en más de 30 años de investigación, han demostrado que “no hay efectos en la salud o en el bienestar físico y emocional, que se deriven de la orientación sexual de sus padres. Por el contrario, un menor de edad se afecta más por la ausencia de soportes sociales o emocionales o la mala relación con sus papás”.
Si hay un factor traumático propio de la familia homosexual, seria el del rechazo social provocado por la discriminación de la homosexualidad de los padres o madres y la violencia física o psicológica que pueda generarse por fuera del hogar. Esto es cierto, pero no determinante; pues estos mismos infantes pueden de hecho ser sometidos al mismo trauma por ser huérfanos, gordos, negros, indios... Estarán además mejor armados emocionalmente, si pueden contar con el amor y apoyo de sus dos padres o madres. La confrontación a la sociedad es parte del aprendizaje de la vida; un niño, una niña que crece entendiendo que la diferencia es una riqueza y no un obstáculo, tendrá mayor posibilidad de vivir una vida plena.
Los pronunciamientos generados por la decisión de la Corte, en pro o en contra, insisten todos, en que debe primar el derecho del niño a tener un familia sobre el derecho de los adultos. El verdadero debate entonces, no es alrededor de la adopción sino de la concepción del modelo de familia promovido por la sociedad patriarcal. Y esta discusión mucho más profunda se debe dar con toda serenidad porque responde a un cambio real que no se puede ignorar ni aplazar.
Las realidades sociales cambian, la familia tradicional base de este modelo de sociedad, en la práctica, es ya excepcional. Las mentalidades son más lentas en hacer ese cambio, y el miedo al cambio, a lo desconocido es propia de la naturaleza humana. Nuestro papel como revolucionarios y revolucionarias, es de comprender estos cambios y promover la evolución del pensamiento social hacia el pluralismo, diversidad, humanismo, respeto y equidad social.
También este es el camino de la paz, saber aceptar al otro, no desde una tolerancia distante, sino desde el entendimiento que el encuentro de nuestras diferencias hace nuestra riqueza. Desde la plena conciencia de que la diversidad, sexual, cultural, étnica, política, es el modelo de democracia popular que necesitamos, donde todos y todas seamos sujetos con mismos deberes y mismos derechos.
Existe un enemigo común: el totalitarismo, la uniformidad, la ley del más fuerte que fomenta el capitalismo y la cultura patriarcal, el pensamiento consumista individualista que nos aísla y homogeniza. La violencia es hija del oscurantismo. Liberándonos de nuestros prejuicios, lograremos ver con más claridad el camino de la unidad popular que es el que nos llevará a esa nueva sociedad en paz y con justicia social.
NOTAS:
(1) Academia Americana de Pediatría, Universidad de Ámsterdam, La Universidad de Birkbeck (Londres), etc...
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